Una cosa es la prudencia, la decencia, el respeto y la civilidad. Otra, la bondad, la comprensión y la tolerancia. Y una muy diferente, la estupidez y la falta de agallas para meter en cintura a los grupos de vociferantes y revoltosos que pretenden incendiar el país, acorralando a las mayorías, sitiando y secuestrando regiones, ciudades y poblaciones en complicidad con diferentes grupos armados, creando el desabastecimiento, generando actos de violencia, desorden, anarquía y caos.
Son acolitados, dirigidos y adoctrinados por las hipócritas fuerzas de izquierda que desde el Congreso orquestan la sinfonía para incendiar al país, cuyo director es el pirómano mayor, quien sonríe burlón, con batuta y todo. Una vez solucionado un brote, aparece otro y luego otro: indígenas, maestros, estudiantes, etc. Su coincidente pregón está previamente redactado, relacionado siempre con temas que nada tienen que ver con la protesta, como: ¡No a las objeciones a la JEP!, ¡No al Plan Nacional de Desarrollo! ¡No a la extradición de Santrich! Da la impresión de que el Consejo Regional Indígena (Cric) y la Federación Colombiana de Educadores (Fecode) están alineados políticamente y tienen un plan para el gobierno Duque: ¡No dejarlo gobernar!
Por un lado, los indígenas tienen una élite que subyuga a la gran mayoría, además aprendieron pronto a esclavizar, someter y engañar a sus hermanos: se lucran y obtienen privilegios y beneficios de los paros, también llamados “mingas”, que son un verdadero negocio para ellos, grupos armados e izquierdas. Por el otro, la actitud respetuosa, democrática y libertaria del ejecutivo, en cabeza del presidente Iván Duque, quien permite la protesta social con exagerada largueza y benevolencia, se está tomando como falta de carácter, autoridad y agallas para meter en cintura a esta manipulada población y para alentar la repetición de estos camuflados y maquillados actos políticos.
Comprendemos la actitud ponderada del presidente, quien no puede dejarse provocar: el Estado no puede escupir fuego sobre este especial grupo de personas, donde hay gentes buenas y humildes, engañadas y manipuladas, conducidas como escudos y proyectiles de las catapultas ideológicas, que están dispuestas a sacrificarlas. Sin embargo, sí es necesaria una legislación firme que regule de una buena vez el barbarismo y demás actos vandálicos y delictivos que algunos creen conexos a la protesta social.