Si usted ya empezó a leer estas líneas y hace el intento de terminar hasta el punto final, le doy la bienvenida a no pertenecer a lo “millennials” ¡pues al menos lee! Tal vez se pregunte: ¿quiénes somos los millennials? Como bien lo determinaron los estudios generacionales, aquellos nacidos entre los años 1981 y 1995 somos denominados con dicho término o también nos dicen “Generación Y”.
Me es evidente concebir que mi generación la han tildado de perezosa, egoísta y fallida; por mi parte, quisiera decir lo contrario, pero me quedo sin argumentos cuando en mi diario vivir observo tanta simpleza y dejadez de muchos. Nos gustan las cosas fáciles; dependemos excesivamente de la felicidad por lo material; nos sumergimos en una cultura geek pero para excusar lo ridículo que somos en las redes sociales; destacamos lo más narcisista de nuestra personalidad y soñamos con la fama, sin importar que el reconocimiento social y mediático nos lo ganemos por tener escasa lucidez. Como dice la distinguida Daneidy Barrera: “que hablen bien o que hablen mal, pero que hablen”.
Lo preocupante del caso de los millennials es que somos los responsables de los asuntos políticos, la fuerza laboral y todo lo venidero de un país. ¿Con qué capacidades entonces podemos encargarnos de cosas así cuando constantemente nos seduce el ocio y la diversión? No desconozco por completo que todos los de la generación Y mantienen un estilo de vida despreocupado, pasivo y trivial, es destacable decir que también hay brillantes en Colombia (aunque sean pocos) que realizan innovaciones y emprendimientos; por ejemplo: Felipe Betancur, un youtuber que ayuda ingeniosamente a las personas con discapacidad en crear artefactos tecnológicos. Lo que me ha inquietado de todo este contraste entre innovadores y holgazanes con fachada de bohemia alternativa, es que, en las sociedades, sobre todo en la nuestra, asumimos una actitud importaculista respecto a las capacidades y aportes que hacen quienes sí ponen en uso su inteligencia.
La tendencia hacia una forma de vida de la juventud está adherida al individualismo y al reposo de la existencia mientras las cosas pasan, mientras vendemos nuestras pasiones y convicciones a la enfermedad contagiosa del confort, o en el peor de los casos, dejando que sean otros quienes piensen y hagan por nosotros. Sigamos entonces con la acidia mental nutrida por la literatura light; con la presunción de que llevamos una vida “cool” con fotografías absurdas en las redes sociales; y por qué no, con la preferencia ansiosa de estar huyendo despavoridos del aburrimiento. ¡Pues qué importa, somos jóvenes y lo seremos toda la vida!