Paso frente al centro comercial Hacienda Santa Bárbara y con asombro observo a un equipo de hombres quienes despliegan en la fachada de la edificación un llamativo juego de luces.
No es octubre y me resulta inexplicable que existan seres tan inescrupulosos como aquellos que desde ya ordenan decorar con luces navideñas sus viviendas y establecimientos de comercio.
Según manifiestan las autoridades ambientales, la sequía que se vive en territorio nacional por estos días ha sido una de las más fuertes de la historia.
El Ministro de Hacienda presenta para 2016 un presupuesto apretado, pues la caída en los precios del petróleo ha golpeado fuertemente las arcas del Estado.
Me pregunto entonces, ¿a quién put** (y me perdonarán el calificativo pero no existe otra forma de describir este tipo de actitud y comportamiento) le parece lógico, razonable o medianamente aceptable bajo cualquier punto de vista adornar con luces la navidad de 2015?
En cuestión de días los entes territoriales emplearán miles de millones de pesos en la que es francamente una hermosa tradición: la iluminación navideña. Pero dada la coyuntura ambiental y fiscal de 2015 debería prohibirse sin excepción alguna, tanto para entidades públicas como para particulares, la instalación de iluminación artificial con ocasión de la temporada decembrina. O por lo menos, permitir que ésta se ponga en funcionamiento únicamente a partir de mediados de diciembre.
Quienes no comprendan la relación directa que existe entre el consumo de energía y la conservación de los recursos naturales no es más que un desconsiderado, inescrupuloso, ayuno e iletrado ser humano que no merece la Tierra como lugar de residencia.
Los más fervientes practicantes de la fe católica serán los primeros en abstenerse de incurrir en tan vil comportamiento. La encíclica papal sobre medio ambiente es clara e incuestionable.