Las calles de Tierralta, Córdoba eran un cementerio a principios de la década pasada. Las Autodefensas Unidas de Colombia, asentadas allí bajo el mando de Jorge Enrique Zamudio, alias 'El Paisa', quien recibía ordenes de Salvatore Mancuso, instauraban a punta de asesinatos y desapariciones el Nuevo Orden. Dos exalcaldes, un expersonero, un líder indígena, un coronel del ejército y hasta el sobrino de un obispo habían caído masacrados en la cruenta guerra que azotaba la región.
En el 2003, Miguel Ángel Borja alegraba con sus goles las destartaladas canchas de Tierralta. Él pudo ser uno de los cientos de jóvenes que fueron reclutados por las AUC. Pero Miguel Ángel se resistió y decidió que sus 75 kilogramos de carne, sangre, huesos y sus 1.84 de estatura --que bien lo podrían convertir en un guerrero-- servirían mejor para el fútbol, la pasión que lo convertiría en una de las figuras más promisorias del balompié continental.
En la descuidada cancha del barrio Escolar, Borja seducía con sus piruetas y malabares hasta a los férreos paramilitares, quienes para combatir el tedio de la resolana se sentaban a la sombra de un árbol a ver al muchacho jugar. Su madre, doña Nicola Hernández, le pudo comprar a punta de las empanadas que vendía, su primer par de guayos. En El Escolar y en la cancha La Bonga, Miguel “El Zorrita”, remoquete con el que era conocido, se ganó la fama de crack que 12 años después lo sigue acompañando .
A los 7 años de edad, Miguel comenzó a mostrar su talento en los partidos que jugaba a diario con otros equipos de Tierralta. Eso sí, primero había que ayudar a mamá Tomasa haciendo mandados a los vecinos, limpiando huertas y vendiendo empanadas. Más tarde trabajó en una ferretería. Comenzó estudiando de día y luego de noche, hasta noveno grado.
En la casa no querían que llegara el invierno, porque el techo era una verdadera regadera. Desde esa época, Miguel, profetizando su destino, se hizo a la idea que, marcando goles, siendo un buen jugador y ganando mucha plata como los grandes del fútbol, podía comprarle algún día una buena casa a su mamá. Y su sueño se cumplió a los 22 años.
Un amigo cuenta que, hace años, unos hombres de un grupo armado ilegal se les acercaron para proponerles irse al monte a ganar plata con los ellos. Les dijeron que lo pensaran y que ellos volverían por la respuesta. Miguel Ángel, por fortuna, salió de Tierralta rumbo a Medellín a buscar mejores estadios.
En la fundación deportiva Pony Gol de Tierralta, su maestro y manager, Lorenzo Ramírez, recuerda los primeros pasos del delantero. Con él, Miguel realizó una gira por varias ciudades buscando su vinculación al fútbol profesional. En Medellín no hubo esperanzas, por eso se fueron a Cali donde las puertas se abrieron en el América, Deportivo Cali y Cortuluá. Allá también tuvo que abrirse espacios a empujones y muchas dificultades.
De profundas convicciones cristianas, confiesa que lo primero que hace al levantarse es glorificar a Dios y darle gracias por las bendiciones que derrama sobre él.
Miguel Ángel Borja, el hoy héroe del Palmeiras y de la Selección Colombia la tiene clara: cada gol es una bendición redimida en ganancias y alegrías. Cada partido una batalla en su lucha por derrotar los obstáculos. Cada gol un golpe a la pobreza que padecen los suyos, junto a centenares de hogares, en una tierra donde la riqueza solo la disfrutan unos pocos.
Miguel Ángel Borja, otro héroe deportivo, hijo de una tierra fértil y sufrida, donde el conflicto armado se ha ensañado con los más débiles. Allí, donde más de sesenta mil desplazados enfrentan la exclusión social. Allí, donde los campesinos quieren olvidar épocas aciagas y vivir en paz. Donde ahora hay una vereda anclada en el olvido llamada El Gallo, que será campamento guerrillero de las FARC. Donde algún día de nefasta recordación, los paramilitares jugaron fútbol con las cabezas de sus víctimas.