Migrantes y la miserable condición humana

Migrantes y la miserable condición humana

En una acera de cemento gris, una pareja de inmigrantes venezolanos carga un bebé de unos 8 meses. Los pocos paseantes cruzan la calle para evitar el contacto

Por: Libardo Gómez Sánchez
diciembre 09, 2021
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Migrantes y la miserable condición humana
Foto: Leonel Cordero

La noche es fría como de costumbre, pero la humedad que deja la lluvia persistente del día cala los huesos. El centro bogotano un domingo tiene la sordidez de un espacio silencioso y abandonado, las construcciones se aprecian viejas, medio destartaladas, llenas de remiendos que camuflan cualquier atractivo que pudieron tener en el pasado; ni una hoguera lograría variar la gélida sensación que recorre los cuerpos de los desprevenidos transeúntes. La pobreza camina por las calles, con la ausencia de los oficinistas, dependientes de almacenes y miles de peatones que recorren edificios y almacenes en múltiples diligencias entre semana, es más patente la indigencia que arropa como una sombra maligna a centenares de mujeres y hombres de la capital.

En una acera de cemento gris, empapados y hambrientos, una pareja de inmigrantes venezolanos cargan un bebé de unos 8 meses, sus rostros reflejan las penurias que los agobia y la desesperación que los atormenta; mendigan con vergüenza un poco de comida para alimentar la criatura que llora por el prolongado ayuno que soporta. Los pocos paseantes cruzan la calle para evitar el contacto, se nota la molestia, la precariedad no gusta. Sin embargo, un joven con aire universitario termina por abordarlos y, prudente, les pregunta qué necesitan. Ellos ruegan por un tetero para la criatura, el benefactor los invita a acercarse a una farmacia de cadena para comprar un tarro de leche en polvo y cuando llegan, con sorpresa, quien procura socorrerlos se encuentra con un vigilante que tiene la orden de impedir el ingreso de cualquier persona en desaliño; a pesar de las explicaciones cualquier asomo de un gesto humanitario es imposible, los habitantes de la ciudad han terminado adoptando el espíritu insensible de los inmuebles.

Al final, logra ingresar solo para comprar el tarro más económico de una mezcla láctea importada y unos pañales que, para su sorpresa, pagan impuesto de IVA, como si la orina y el excremento de los infantes fuera un lujo y no una necesidad fisiológica. La cuenta se aproxima a los doscientos mil pesos y la pregunta que inevitablemente surge es: ¿cómo hacen para vivir las familias de salario mínimo?

El paisaje es similar en muchas calles y ciudades. Millones solo prueban un bocado al día, la desesperación cunde en muchos rincones del país y como un barril lleno de pólvora, un mechón en el lugar menos esperado podría hacerlo estallar destruyendo lo poco que aún nos queda; la única manera de desactivar esa bomba de tiempo es remediando la inequidad con oportunidad de trabajo digno y remuneración justa, la limosna atiende el momento, pero degrada y no contribuye al crecimiento de las personas y de la sociedad.

 

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