Siempre he defendido el proceso de paz con las Farc. Hice campaña a favor del sí en el plebiscito de 2016, escribí varios artículos pedagógicos sobre la JEP, recorrí el Cesar dando conferencias sobre el conflicto armado y me alegré mucho cuando Santos ganó el Nobel. Además, tengo un espíritu libertario que me conlleva a ser un contradictor de las tesis políticas, sociales y morales del uribismo.
Sin embargo, la realidad nacional no es favorable para mis ideas: el no ganó el plebiscito y Duque, el pupilo de Uribe, es el presidente. Además, desde que el uribismo llegó a la Casa de Nariño ha robustecido sus críticas contra el proceso de paz. De hecho, el domingo pasado Duque objetó seis artículos de la ley estatutaria de la JEP y propuso unas reformas constitucionales. No, no puedo ocultar que estos hechos me irritan, pero he decidido mantener la calma y ser creativo.
Aunque Duque podía objetar por inconveniencia política la ley estatutaria, sus reparos son antitécnicos. Para reformar los artículos que objetó, hay que modificar el Acto Legislativo 01 de 2017 y la Sentencia C-080 de 2018, que son la matriz. Mejor dicho, Duque atacó a la hija (la ley), pero el verdadero problema es con la mamá (la Constitución) y la tía (la jurisprudencia constitucional). A pesar de que muchos abogados se niegan a admitirlo, el presidente tiene perdido el debate técnico-jurídico, por eso trasladó la discusión al Congreso, que es un escenario político por naturaleza: “Para eso lo elegimos”, dicen con orgullo sus votantes.
Ante esta situación difusa y estéril, veo dos alternativas. Una confrontación política que culminaría nuevamente con un vencedor ostentoso y un derrotado inconforme. Y un diálogo constructivo que nos permitiría llegar a un pacto nacional para superar por fin el proceso de La Habana y comenzar a ocuparnos de otros temas: la corrupción, las desigualdades sociales, el sistema de salud, la educación. Sí, soy partidario de la segunda opción. Los líderes políticos, los congresistas y los ciudadanos que apoyamos el proceso de paz, debemos buscar un acuerdo con el uribismo.
A pesar de los daños enormes que causó las Farc, siempre defendimos la solución pacífica del conflicto armado: ¿por qué ahora vamos a rehusarnos a negociar con el Centro Democrático, que es el partido de gobierno? No podemos dejarnos llevar del enojo, hay que actuar con ingenio y grandeza. Hablemos con el uribismo, sigamos aferrados a la palabra como un instrumento efectivo para solucionar los problemas humanos.
— ¿Negociar? Con todo respeto, pero eres muy ingenuo —me dijo un amigo con rabia—. Esas objeciones son la antesala para sepultar a la JEP. Duque es un gran mequetrefe.
—Más ingenuo es pretender que quien tiene el poder va hacer lo que uno desea —respondí y luego rematé—: ¿Dejamos que hagan trizas el acuerdo mientras seguimos peleando? La solución más pragmática y razonable es insistir en el diálogo.
Entendamos por fin que los candidatos presidenciales del sí perdieron ante Duque. Es tiempo de tener una actitud verdaderamente conciliadora, así la otra parte solo finja su mesura y su ánimo de construir. Seamos coherentes y dignos ante ellos, demostremos que somos capaces de concertar con el adversario. Tengamos en cuenta que cuando una cámara declara infundadas las objeciones presentadas por el Gobierno y la otra las encuentra justificadas se archiva el proyecto de ley. Así que necesitamos -repito- llegar a un acuerdo. El Congreso debe convertirse en un epicentro de paz con la ayuda del pueblo, al diablo la mezquindad de la derecha y la izquierda.
Como expresó el profesor Juan Carlos Henao en una entrevista con Mabel Lara: “En este momento, lo peor que podemos hacer, quienes hemos trabajado en estos acuerdos de paz, es armar un polvorín”. En vez de andar diciendo que hicieron trizas el acuerdo y que viene la peor violencia de todas, forjemos un puente de comunicación con el uribismo que nos permita legitimar la JEP y salvar el proceso de paz. Si ellos se hacen los sordos, la historia los juzgará, pero nosotros, amigos y amigas, no podemos quedarnos anclados en la rabia mientras objetan nuestras esperanzas.