En años más recientes, los organismos internacionales de justicia, paz y salud han enfrentado situaciones estadísticamente irrisorias: guerras monumentales, crisis económicas, pandemias y demás. En todos estos casos, millones de personas clamaron por ayuda y despliegues administrativos que los beneficiaran, pero no obtuvieron acción alguna, ya que las respuestas fueron únicamente: "estamos en contra", "trabajamos en la situación", "manifestamos nuestra oposición", "estas son las acciones pertinentes a tomar", "aténganse a las normas", "comprendan la situación", "tomaremos las medidas necesarias". Un carnaval de comunicados, un festival de burocracia, fue lo que hemos obtenido en naciones como Colombia durante el conflicto armado, Venezuela con su golpe de Estado, Botsuana, Nigeria y Brunei con la hambruna. En dichos casos, consuela saber que mínimamente observaron la situación.
Hay, en cambio, pueblos enteros sumidos en desesperación desde hace años: trabajadores infantiles en el sudeste asiático, mujeres en condición de explotación sexual en el Medio Oriente, y en la misma tierra de la libertad u oportunidad, se radican carteles de trata de blancas con migrantes, pero no sucede nada. Se justifican entonces con que sus manos están atadas, que hay diversas problemáticas y que darán prioridad a las más cercanas.
Sin embargo, así como hay una cantidad extensa de miserias repartidas por el globo, hay el triple de ONG’s regadas a lo largo del viejo continente que se adjudican el estar al tanto y tomando acciones sobre la situación: Naciones Unidas (ONU), Organización Mundial de la Salud (OMS), Organización Internacional del Trabajo (OIT), Cruz Roja Internacional, Amnistía Internacional, Fondo Monetario Internacional (FMI), Human Rights Watch, Médicos Sin Fronteras (MSF), Oxfam, Save the Children, Greenpeace, CARE, World Wildlife Fund (WWF), Transparency International, Interpol, Europol y Frontex, entre otras, muchas otras.
Todas estas organizaciones, que de alguna u otra manera trabajan en conjunto, dan la sensación de que, a pesar de que el fascismo de Trump esté en auge, que el hambre, la pobreza y la desigualdad crezcan, y que la economía esté en crisis, siempre habrá entes que, con todo el dinero recaudado y el poderío burocrático que han adquirido con el paso del tiempo, servirán para garantizar el bienestar de los pueblos.
Pero su existencia y participación mundial quedaron relegadas con el paso de los años. En un mundo digital como el de hoy, no basta ni sirve entregar documentos investigativos que aseguren tu participación en la protección de los derechos humanos básicos; se necesitan evidencias, pruebas, planes económicos, entidades que pisen el territorio del que se habla y no solo conecten a través de corresponsales con los cuales nunca se han encontrado cara a cara.
Porque se venden y se hacen sentir como un “supergobierno”, como una red de seguridad que proveerá de ayuda a los oprimidos del sistema, sea cual sea, y no más bien, unas oficinas lindas, con banderas de diversos países y con una buena conexión a internet desde la cual seguir redactando declaraciones, desde las cuales pueden existir, más no servir.
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