Los miedos de los empresarios han cambiado en el último año y medio. Al principio fue el temor de reproducir la situación de Venezuela. Hoy es diferente: desinstitucionalización, recesión económica.
Cuando hablo de empresarios no me refiero al grupo de “cacaos” que hace dos semanas se encontraron con el presidente Petro en Cartagena. Hablo de empresas pequeñas y medianas, decenas de miles, de todo el país. Negocios familiares, de primera o segunda generación, dirigidos por el padre o por alguno de los hijos, empresas creadas por unos pocos socios que directamente se involucran en el día a día de la operación.
Las pequeñas y medianas están en todo el mundo. Sin embargo, en Colombia, constituyen, sumadas, una tremenda fuerza de la economía. Están en todo el país, un territorio de ciudades intermedias, generando millones de empleos. Abarcan todos los sectores posibles, desde la manufactura hasta los más sofisticados servicios. Los gerentes-propietarios son de todas las edades. Los más jóvenes incursionan en el mundo de las aplicaciones y las tecnologías digitales, aunque no es extraño verlos tomando las riendas del negocio, en cualquier sector, que su padre les entrega.
Cada historia es un ejemplo de emprendimiento, de progreso personal y familiar, de innovación, de perseverancia y de líderes que saben levantarse de los golpes que los movimientos de la tasa de cambio o la de interés, o de la competencia implacable en los mercados pueden propinarles. O de los de la mala suerte de estar en algún sector, como el de la salud o alguno otro malapaga, que puede llevar a algunos a la quiebra.
Tales empresarios son un factor que diferencia a Colombia de países como Venezuela, Ecuador o Perú. No solo su por peso en el PIB. Es, también, la cultura que representan. La de crear empresa, salir adelante, crear patrimonio familiar, ser propietarios. Una cultura presente en todo el país.
De ahí las angustias de finales del 2022, de la poca amistosa bienvenida del gobierno a los empresarios, en un país con cultura de empresarios y propietarios.
Con el afán de denunciar abusos de monopolios, el gobierno echó en el mismo saco, amenazante, a todos los empresarios
Quizás, con el afán de denunciar abusos de monopolios, el gobierno echó en el mismo saco, amenazante, a todos los empresarios.
De ahí que el primer miedo fue el de la “venezolanización”. Fantasmas, probablemente infundados, del famoso “exprópiese” del vecino Chávez hace 20 años y, obvio, el desplome de lo que fuera la poderosa economía venezolana, a la que millones de colombianos emigraron en busca de mejores horizontes durante algunas décadas del siglo pasado.
Los temores de la desvalorización de la moneda, de la caída de la regla fiscal y, con ella, de la estabilidad macroeconómica de seis décadas, y, por ende, del deterioro y eventual pérdida del patrimonio, llenaron de temor a miles de empresarios pequeños y medianos hasta bien entrado el 2023. En general, la inmensa mayoría permanecieron en el país, aunque algunos, de manera preventiva, convirtieron parte de sus ahorros en dólares, por si la situación llegara a ser amenazante.
Las cosas han cambiado. El temor a la “venezolanización” se ha desvanecido, quizás por el fuego amigo dentro del gobierno mismo (desde las peleas en el Congreso en las propias toldas hasta el tema de Nicolás…), por la incapacidad del gobierno de aglutinar sectores para sumar y, en consecuencia, aislarse. Los resultados de las elecciones de octubre lo certificaron.
Los temores son diferentes hoy. Temor a la caída en la inversión, al desplome de sectores como el de la construcción, una locomotora de miles de empresas que le ofrecen bienes y servicios. El estado siempre es, para muchas empresas, un cliente importante. Y ese cliente ha disminuido sus pedidos en distintos campos. Cuando el propio presidente habla de la baja ejecución está refiriéndose, también, a la caída de las compras públicas.
Los empresarios sienten que, pese a las dificultades, las cortes funcionan, que la junta directiva del Banco de la República ha logrado mantener la fortaleza de la moneda. No obstante, existe una sensación de deterioro de la institucionalidad que no es fácil medir. Conocen la reforma laboral y temen tener que despedir empleados que se aproximen a los 10 años de permanencia en la empresa o que laboren en “horas extra”.
Quedan más de dos años y medio. Es tiempo aún de convocar con inmenso respeto a pequeñas y medianas empresas a que hagan lo que saben hacer, y facilitarlo: crear empleo, innovar, ofrecer bienes y servicios en todo el territorio, exportar. Crear valor.