Mis festividades de fin de año empezaron el domingo 3 de diciembre. Ese día, con varias semanas de campaña de expectativa hogareña y vestida de azul brillante, mi hija de 4 años y medio hacía su debut en las tablas del Teatro Pablo Tobón Uribe en Medellín. Su escuela de música hacía el espectáculo de fin de año y allí nos reunimos desde temprano papás, abuelos, hermanos, primos, amigos, niñeras y empleadas domésticas para acompañar el show. Tremendas barras.
El tema central de la puesta en escena musical no fue el pesebre ni Papá Noel, tampoco se cantaron villancicos. Las canciones y melodías, entonadas por niños de 3 a 15 años y acompañadas por la orquesta de cámara de la Sinfónica de Antioquia, giraron alrededor de la tensión entre la tecnología y la educación. Pieza tras pieza se hablaba y cantaba sobre las horas malgastadas al frente de tabletas y computadores, sobre la soledad que conlleva la conectividad y la desaparición de los juegos de calle y de barrio.
Como cualquier papá tomé fotos y videos a la distancia; moví mis brazos, brinqué hasta casi caer en la fila del frente para que mi hija me viera y aplaudí orgulloso las dos veces que salió a escena. Quedé, no obstante, incómodo y pensativo con la “línea editorial” adoptada por el espectáculo. ¿Tanto daño le hace la tecnología a la formación y el crecimiento de los niños? Yo recuerdo con emoción la vida de barrio que me tocó allá en los 70 y 80, pero ¿es la tecnología la causante de que ahora no se juegue “chucha” y “escondidijos” en la calles? ¿Dónde quedaron las promesas de la revolución tecnológica de la educación que durante años vimos en películas y publicaciones? Algo no cuadraba.
Me encontré dos días después con una edición de la revista The Economist (versión en papel) de Junio 22 de este año en el arrume de pendientes de mi biblioteca. “El Futuro del Aprendizaje. Cómo la tecnología está transformando la educación.” El primer dato importante del artículo, para mi algo sorpresivo, es que a la fecha la mayoría de los estudios serios sobre el tema concluyen que no hay una correlación entre la inversión en tecnologías de la información en los colegios y los resultados de sus estudiantes en los exámenes de matemáticas, ciencias y lectura. Invertir en computadores y en conectividad per se no mejora ni procesos ni resultados educativos. El artículo sostiene que para avanzar en la mejora de la educación, vía la tecnología, es necesario, en primer lugar, invertir y mejorar los software que buscan imitar a un tutor (adecuarse a los tiempos y particularidades del estudiante y aprender de sus errores y aciertos con herramientas de inteligencia artificial ) y, segundo, es necesario rediseñar el modelo de colegio vigente que, en buena parte, sigue siendo el mismo que heredamos de la Prusia del siglo XVIII (espacios físicos, papel y habilidades de los maestros y organización del tiempo) con una reflexión profunda sobre la “ciencia del aprendizaje” para adaptarlo a las nuevas herramientas tecnológicas y las posibilidades que estas ofrecen.
Es necesario rediseñar el modelo de colegio vigente
con una reflexión profunda sobre la “ciencia del aprendizaje”
para adaptarlo a las nuevas herramientas tecnológicas y sus posibilidades
Los nuevos software de enseñanza pueden, por ejemplo, ajustar su lenguaje para enseñar a niños latinos, afro o indígenas (según se plantea, utilizar términos y modismos cercanos a los estudiantes facilita el proceso de aprendizaje); cambiar el patrón de sus preguntas y ejercicios de acuerdo a resultados previos de los niños y así reforzar conceptos y temáticas; algunos incluso tienen la capacidad de propiciar un nivel de éxito del 70 % que es, según los expertos, justo lo necesario para no desalentar (esto es muy difícil)o aburrir (esto está muy fácil) a los estudiantes.
Las nuevas tecnologías y los nuevos colegios permiten que el profesor, antes encargado de enseñar a 30 o 40 estudiantes simultáneamente, ahora pueda dedicar más tiempo a la atención individual, a trabajar y a reforzar algunos temas. Los alumnos, en los nuevos sistemas, pueden avanzar a su propio ritmo y esto tiene un efecto importante también en su motivación. La tecnología promueve el conocimiento colaborativo, como en el caso del programa Mi Clase Digital de la pasada Gobernación de Antioquia, que permitía que docentes de cualquier institución educativa del territorio compartieran los videos de sus clases e, igualmente, consultaran las de sus colegas, construyendo así un cúmulo de buenas prácticas al tiempo que se fortalecían habilidades.
Mi hija hace un año tiene una tableta. Controlamos los contenidos a los que puede acceder y el tiempo de uso. Normalmente mira series para niños y programas sobre juguetes, pero hace poco decidió empezar a ver videos sobre perros. “Es que eso me sirve para no tenerles miedo papi”. Creo que Lucía entendió que la combinación tableta/Youtube no era solo una fuente de diversión, sino que podía también ayudarle a vencer sus temores, porque ha crecido en un hogar donde nos hacemos preguntas y buscamos juntos solución a los problemas.
En una escena del clásico de ciencia ficción, Blade Runner, una muy joven Sean Young (Rachel) le pregunta a un también joven Harrison Ford (Deckart el caza robots), si consideraba que el trabajo con robots no era un beneficio para el público. “Estos robots son como cualquier otra máquina: o son un beneficio o son un riesgo. Si son un beneficio no son mi problema.” En últimas, con la tecnología, es el factor humano el que hace la diferencia.