Lo que me mueve a escribir esta nota es el hecho de que la actual campaña política para elegir presidente, como lo fue la de escoger parlamentarios, se ha fundado en las banderas del miedo, la igualdad y la libertad, pero vaciadas de contenido; utilizándolas como gritos desesperados de guerra, acompañadas de falacias, para crear confusión y cautivar votos de incautos electores apasionados, guiados por el simple instinto de conservación. Es la contienda electoral basada en el engaño y la manipulación, a la que, habitualmente, llamamos campaña sucia; la de siempre, la que no respeta al elector, al que se trata como a un niño al que hay que proteger. Ignorando que, en sentido contrario, quienes definen la elección están alineados en el llamado "voto de opinión", concepto que implica madurez, reflexión y responsabilidad. Y que, si bien hay mucho camino por recorrer para la plena madurez, pues el número de votantes irreflexivos, que acuden a las urnas como marionetas, o como hordas salvajes aterrorizadas, es aun inmenso, no es la forma de educar para llegar a esa madurez, tan necesaria para dar un salto sustancial del subdesarrollo al desarrollo que tanto anhelamos y necesitamos.
Sobre la base de este entuerto, es que bien vale la pena acudir a esta interesante palestra para poner un granito de arena, en aras de ayudar a resolver, primero, cómo votar, y, segundo, por quién y por qué votar. Es decir, para ayudar a que el voto sea ejercido como lo que realmente es, o debe ser, en un estado social de derecho: justamente, un Derecho personalísimo, íntimo, valioso, inalienable e inajenable, libre, soberano, secreto y definitorio; el que, por lo mismo, no puede ni debe ser perturbado por nada ni nadie, en cambio sí, plenamente respetado, garantizado y protegido por las instituciones oficiales, los partidos, los movimientos políticos, los políticos y todos los ciudadanos por igual. Más ahora que se dice por parte del Gobierno nacional que estamos viviendo en paz, y que estas elecciones han sido y serán las más pacíficas de los últimos 50 años.
En ese sentido, y para puntualizar, hay que empezar por señalar que el miedo es un derecho. Todos tenemos derecho a sentir miedo respecto de algo o de alguien. Y, por consiguiente, derecho a evaluar las razones de ese miedo, y a enfrentarlo o confrontarlo como mejor nos parezca para evitar el posible daño que pueda sobrevenir. Es el mínimo de la razonabilidad. Nadie tiene derecho a burlarse de ese miedo, a minimizarlo o ridiculizarlo. Cualquier interferencia inconsulta e indeseada corresponde a una conducta invasiva, abusiva, perturbadora de la libertad y de la igualdad, otros derechos de los que me ocuparé enseguida. Por eso, me parece extraño que personas que se autocalifican de centro, moderadas o conciliadoras, partan de la crítica al miedo, de la burla o de la minimización del miedo, para descalificar la postura de quienes basan su decisión de elegir en el miedo razonable al daño. Máxime cuando el miedo se sustenta en hechos e indicios verídicos, endógenos o exógenos, que nos advierten sobre la inminencia de un hecho sobreviniente, que puede acontecer, tomando como base unas premisas o supuestos de hechos reales y verificables. Los que se presentan como una amenaza real, actual y, seriamente, peligrosa y dañina. Es lo que enseñan, por lo demás, las reglas de la ciencia, la lógica y la experiencia: lo razonable es evaluar, sopesar y ponderar, para tomar la decisión más correcta para evitar el daño, o para que éste sea el menos grave. Es justo, es humano, hacerlo. en tal virtud, considero que no debemos dejarnos llevar por la crítica ajena a nuestros valores, principios, ideales y sueños, para elegir por quién votar para presidente de la república. Menos, frente a hechos contundentes como los que han venido ocurriendo en países cercanos y lejanos, como Venezuela, Cuba, Nicaragua y Siria. Ese derecho al miedo a que ocurra lo que está pasando en esos países, es más que suficiente para que, al momento de votar, evaluemos las programas de gobierno de los distintos candidatos y elijamos libre y responsablemente por quien votar. Sin que las críticas y burlas de los de políticos, candidatos y seguidores de base, vengan de donde vengan, sean suficientes para doblegar nuestra voluntad y nuestra libertad.
Otro tanto cabe decir respecto de los derechos a la igualdad y a la libertad. Tomados como derechos, no como entelequias, como ideas platónicas. Vulnerados y pisoteados por quienes piensan, sienten y quieren distinto. Por quienes, basados en falacias, pretenden hacer creer que tienen la verdad revelada en sus manos. Por quienes pretenden imponer sus ideales, creencias, valores y principios a las malas. Por quienes creen que el que más grita y más ofende es el que tiene la razón. Por quienes menosprecian al otro, al que se opone a sus banderas, por quienes desdeñan los derechos de los otros, sobre todo de los otros verdaderamente débiles, manifiestamente vulnerables, como lo son los niños/as, ancianos/as, discapacitados/as de toda clase, con tal de imponer ideas ajenas, extrañas, lejanas a nuestra realidad, a nuestras necesidades una nuestras prioridades. Por quienes hablan a boca llena de igualdad y de libertad, sin importarles que la igualdad y la libertad pueden equivaler a soluciones diferentes frente a situaciones diferentes, como bien lo ha enseñado la jurisprudencia en materia de derechos fundamentales, y sin importarles los derechos a la igualdad y libertad de los otro. Teniendo presente que una cosa es la igualdad y la libertad jurídicas de todos, y otra cosa es la igualdad y libertad naturales. Como también lo es el derecho a la protección de los débiles, y cómo es que se deben manifestar y garantizar en unos y otros. Su contenido y alcance deben depender de cada caso concreto y particular. Los que deben estar determinados por situaciones y circunstancias individuales propias. Como todo derecho fundamental, que es individual, personalísimo, irrepetible. Una cosa es la libertad y la igualdad de los adultos y otra la de los manifiestamente débiles, de los manifiestamente vulnerables, como los niños/as, ancianos/as y discapacitados/as.
He ahí buenas razones para levantarnos con energía y valor a hacernos oír y sentir en estas justas electorales. Por el derecho a que se respeten nuestros miedos, la igualdad y la libertad, derechos personalísimos, votemos a conciencia, sin dejarnos amedrentar por las críticas destructivas, malintencionadas de quienes piensan, sienten y quieren distinto. Como derecho y deber, hay que ejercer el voto en la contienda electoral para presidente en mayo próximo. Guiados únicamente por los hechos antecedentes y consecuentes que identifican a los candidatos y por los programas y compromisos de cada uno, avalados por sus partidos o por sus respectivas alianzas. Teniendo presente, siempre que están en juego seriamente nuestros derechos a la igualdad, a la libertad y a vivir en paz.