Miedo a hablar y silencios cómplices: enemigos invisibles de la justicia de género en Colombia

Miedo a hablar y silencios cómplices: enemigos invisibles de la justicia de género en Colombia

Está claro que la mejor forma de resolver conflictos adecuadamente es conversando. Sin embargo, en Colombia eso parece difícil

Por: Angélica Manga
agosto 31, 2020
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Miedo a hablar y silencios cómplices: enemigos invisibles de la justicia de género en Colombia
Foto: Pixabay

Es claro que la forma de resolver conflictos adecuadamente es hablando, ninguna fórmula es mejor. Sin No obstante, en Colombia eso parece difícil en términos generales: tenemos un historial de más de 50 años de conflicto violento y un territorio nacional lleno de fosas comunes y de historias de terror. Ni la pandemia parece ayudarnos a entrar en razón, como ha sucedido en otros tiempos, en sociedades que recapacitan durante o después de la peste. Sin embargo, en un contexto de posconflicto, no se puede pasar por alto que hay brotes de esperanza, quizás no tan modestos.

Si bien las fuerzas militares, así como otros actores armados, no han parado de ejercer la violencia sexual y de género en contra de niñas y mujeres en el territorio, parece evidenciarse un nuevo ímpetu por el cual más personas se deciden a denunciar este tipo de violencia y a dejar atrás el miedo a hablar y los silencios cómplices.

El pasado 21 de junio en el resguardo indígena Dokabu, ubicado en Risaralda, siete soldados pertenecientes a las fuerzas militares colombianas violaron a una niña indígena de 11 años perteneciente a la etnia emberá. La niña salió a recoger guayabas para la comida y los siete militares la secuestraron, la violaron y la mantuvieron 15 horas retenida. Uno de ellos se abstuvo, pero no impidió que los otros lo hicieran. Su familia la encontró en shock al día siguiente, llorando junto a una quebrada. La niña, se pudo tranquilizar, contar lo sucedido a sus familiares e identificar a tres de los responsables.

La prensa aseveró que estos hechos “conmocionaron” al país y que el repudio de la sociedad fue “unánime”. Y es cierto que hubo rechazo tanto por la sociedad civil, como por parte de altos funcionarios del Estado. Sin embargo, las declaraciones de estos últimos se encuentran en contradicción con las acciones que, de hecho, tomaron los altos mandos de las fuerzas militares y la justicia.

Es incomprensible que se haya optado por excluir de las fuerzas militares al sargento que decidió denunciar a sus propios hombres por la violación. Luego, en cuanto a las acciones que tomó la justicia, es inaceptable que los soldados hayan sido acusados de “acceso carnal abusivo” y no de “acceso carnal violento”.

Lo anterior supone que la niña hubiera aceptado tener relaciones sexuales con 7 adultos armados, solo que tal consentimiento resultaría inválido ante la ley, por tratarse de una menor de 14 años. Además, a los soldados se les concedió el beneficio de la guarnición por cárcel.

Esto se parece más a premiar la conducta de los violadores y a castigar simbólicamente a la niña, al negar la violencia, el dolor causado y la destrucción moral de un ser humano. ¿Cómo interpretar estas contradicciones?

El sistema de guerra y el “patriarcado”

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha identificado que la problemática de género atraviesa todas las áreas tanto de una situación de conflicto armado, como de posconflicto, como es el caso de Colombia. Lo anterior se encuentra regulado en las resoluciones de “Mujeres paz y seguridad” del Consejo de Seguridad.

Para algunos, mucho más allá de esta transversalidad, el sistema del patriarcado y el sistema de guerra son simplemente dos caras de la misma moneda: el uno es constitutivo del otro. ¿Serviría el género como un concepto organizador alrededor del cual se puede estudiar no solo temas de igualdad, sino hallarse el núcleo mismo de una investigación sistemática sobre las posibilidades de transformación del orden mundial actual, caracterizado por la violencia? Esta es una de las grandes preguntas propuestas por el subcampo de los estudios de género y paz.

Ahora, cada vez se revela con mayor nitidez, la interrelación existente entre el “sistema de guerra” y el “patriarcado”, comprendido como "organización social que confiere el control del poder a los hombres", según Joshua Goldstein. Así, se identifica las raíces de la violencia estatal, es decir, del sistema de guerra contemporáneo, con el establecimiento de unos roles de género estrictamente delimitados, igualmente opresivos para hombres como para mujeres. El establecimiento de estos roles constituiría el paradigma del autoritarismo y la desigualdad, como se viene evidenciando, al menos, desde 1933, cuando Wilhelm Reich puso sobre la mesa en Die Massenpsycholgie des Faschismus.

Hoy en día, los estudios de género exponen cómo no se trata de un orden establecido de forma legal, sino cultural y tácitamente. Los hombres mantienen el mayor control sobre economías, fuerzas militares, instituciones educativas y religiosas. Michael Kauffman ha desarrollado la noción de “privilegio patriarcal”, que sirve como hilo conductor para analizar el sistema de creencias que, a su vez sostiene “el sistema de guerra”.

En este caso, es evidente cómo los soldados se comportan como si tuvieran una prerrogativa sobre el cuerpo de la niña emberá, así como gozan del privilegio de una “guarnición por cárcel”, y de la posibilidad de ser juzgados, en tiempo récord, en la jurisdicción ordinaria y no la jurisdicción indígena, aunque los hechos hayan sucedido en un resguardo.

El coraje de hablar y los silencios cómplices

Según Semana, los soldados le habían dicho a la niña que no podía contar nada de lo sucedido. Esta nueva amenaza de violencia también concierne a otros hombres. En efecto, en las sociedades patriarcales, la violencia no se ejerce solamente contra las mujeres, también contra los hombres que rechazan esa violencia. Esto explicaría la decisión de retirar al sargento Juan Carlos Díaz del ejército, después de denunciar a los violadores, al aludir que nadie le estaba diciendo “sapo”, sino que “él debió evitarlo”, como reportó Noticias Uno.

Así, lo habitual en casos de violencia sexual es el silencio y la impunidad. En la mayoría de casos, las víctimas guardan silencio, incluso por décadas. Lo anterior se debe a la amenaza de revictimizarlas en unos sistemas de justicia en que domina la lógica del patriarcado. Más aún en culturas occidentales, hay un sentido de la vergüenza y de la culpa que le impone a las mujeres el silencio y otorga a los agresores el beneficio de la impunidad.

Resulta pues admirable, cómo la niña emberá tuvo el coraje de contar lo sucedido, cómo su comunidad la rodeó y cómo todos acudieron juntos a presentar sus reclamos en las instalaciones del batallón, aún sintiendo temor ante la fuerza bruta del Estado patriarcal. En este sentido, resuena cómo Kauffman, ubica la raíz histórica de las sociedades patriarcales en el uso de la violencia como un medio para resolver disputas.

 El caso de Ciro Guerra y un cierto efecto mariposa

Más allá de la desazón que produce esta especie de denegación de justicia, al fragor de la indignación, quizás se haya producido una serie de sincronicidades, de coincidencias, de conversaciones, que constituyen, más allá de las verdades judiciales, semillas de transformación a nivel cultural, es decir, a largo plazo.

El 26 de junio de 2020, cinco días después de los hechos antes descritos, la revista Volcánicas publicó un reportaje que describe 8 casos de violencia sexual presuntamente cometidos por el director de cine Ciro Guerra. Tratándose del director de cine más reconocido del país, el reportaje produjo no solo un nuevo escándalo, sino una cascada de artículos, declaraciones y tomas de posición frente ese caso, como la declaración que hizo el guionista francocolombiano Jacques Toulemonde, que dijo estar “del lado de las víctimas”, exponiéndose, a su vez, a un matoneo y a una violencia que tiende a defender el “privilegio patriarcal”.

Una de las particularidades del reportaje de la revista Volcánicas es que pone en evidencia los patrones de violencias que se camuflan como “normales” en las relaciones sociales y profesionales, y que constituyen los mecanismos perversos por las cuales las mujeres prefieren permanecer en silencio. Por esta razón, el reportaje produjo a su vez una cascada de denuncias públicas, tanto en redes sociales como en prensa, de quienes confesaban haber cometido violencia de género y quienes admitían haberla sufrido.

Es este efecto mariposa el que quiero señalar como un aspecto positivo del ambiente de indignación por el caso de la niña emberá, el valor que tuvo para hablar de su caso, las actitudes de hombres como el sargento Juan Carlos Díaz, del guionista Jacques Toulemonde y de muchas mujeres que finalmente se decidieron a contar sus experiencias, aunque no lo hayan hecho necesariamente ante la justicia; sino ante la prensa o en las redes sociales.

Es imprescindible que en el nivel micro se produzcan estas conversaciones, ¿qué es la violencia de género? y ¿cómo tendemos a defender el “privilegio patriarcal”? En el caso antes mencionado fue evidente cómo hay una tendencia a excusar a quienes cometen estas conductas aludiendo a una falta de libertad impuesta a las mujeres en cuanto a su forma de vestir o incluso de perfumarse, como “permiso” que excusa al acosador o violador de su decisión de cometer la conducta; un sistema de creencias por el cual el reproche no es en contra de quien acosa, sino de quien da testimonio de ese tipo de hechos, claramente atacando a los hombres y a las mujeres que se salen de los esquemas de la complicidad y del silencio.

Es este el efecto mariposa sobre el cual quiero llamar la atención, pues, a pesar haberse establecido la igualdad legal formal entre mujeres y hombres, las profundas raíces psicológicas y culturales del patriarcado sobreviven en las mentes de los hombres y mujeres. Lo anterior impide, por ejemplo, dar cumplimiento a las estipulaciones de género del acuerdo de paz, apreciar en sus justas proporciones lo que significa una modificación profunda de un sistema y una cultura de guerra.

El proceso de paz colombiano

Vale recordar que el acuerdo de paz que está en fase de implementación en Colombia, por el cual se otorgó el premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos, se considera de los primeros en que el marco “Mujeres paz y seguridad” del Consejo de Seguridad de la ONU (Resoluciones 1325/00, 1820/08, 1888/09 y 1889/09), ha informado más ampliamente el proceso de negociación, el contenido del acuerdo y los mecanismos de aplicación“, según el Instituto Kroc.

Esta normatividad es obligatoria para el propio sistema, especialmente para el secretario general y el personal integrante de las misiones de paz de la ONU, así como para todos los Estados miembros, los actores armados y, en general, quienes participen en negociaciones y acuerdos de paz. Según Rebecca Gindele, de la forma en que se cumplan las estipulaciones de género del actual proceso de paz colombiano, se desprenderán lecciones y aprendizajes para futuros acuerdos de paz en el mundo.

Ahora, todos los informes coinciden en que hay un rezago en el cumplimiento de las estipulaciones de género frente a las demás. Así, se tiene que ha sido difícil traducir estos estándares normativos a realidades concretas, por razones relacionadas con una enorme dificultad en comprender la problemática de la violencia sexual y de género, en sus dimensiones reales y, sobre todo, que el género es una construcción social y cultural contingente, cambiante y cambiable.

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