Para (sobre)vivir es imprescindible estar convencido de que el piso no se va a abrir cuando estemos cruzando la calle, de que los edificios no van a colapsar ni mientras estamos en ellos, ni mientras caminamos a sus costados. De que la gente obedece el código rojo-verde de los semáforos así no esté explicado en cada esquina, y de que el número que revela mi cuenta bancaria en internet es –en algún lugar que es ninguna parte- la cantidad de plata que tengo. Se necesita poder confiar, así sea un poco.
De hecho, una de las “insignias” de la modernidad fue el optimismo. Los filósofos ilustrados creyeron que los seres humanos somos racionales y que podemos aprender a través de nuestros sentidos y nuestra razón más o menos como funciona el mundo y, también, que podemos, usando esas mismas herramientas, crear un mundo mejor. Ese optimismo, el de que es posible entender por qué es supremamente improbable que se abra el piso y caigamos en las fauces del infierno en cualquier momento, es el que impulsa la ciencia, por ejemplo, pero también la economía y en general los sueños. Es creer que hay un futuro (que podemos intervenir), es parte de lo que nos da impulso para tantas cosas. (Por eso estudio, por eso invierto, por eso ahorro.)
El miedo, paraliza.
Detiene el movimiento, el optimismo, la alegría.
El miedo, en cambio, paraliza. Detiene el movimiento, el optimismo, la alegría. Saber, por ejemplo, que a uno lo pueden atracar hace que uno salga menos a la calle o que uno esté en la calle más preocupado por cuidar el celular que por tener ideas, soñar, pensar en lo que sigue, trabajar (hoy en día uno puede trabajar hablando por celular), etc. Por eso la seguridad es tan importante, entre otras cosas. Ya lo habían dicho los primeros modernos y, en Colombia, donde sabemos tanto de inseguridad, intuimos también al menos todo eso que haríamos de tenerla. Pero también todos sabemos que el miedo es un instinto de autoconservación. Lo que nos hace mirar lado y lado al cruzar la calle, apretar el paso y la cartera cuando se camina por la Caracas, no ir a ciertos lugares de noche, mantenerse alerta, en fin.
Pues bien, ser mujer es, siempre, vivir con algo de miedo. Y ser mujer implica entre muchas otras cosas tener que ser valiente (no por elección, sino porque ¿qué más?) y salir a la calle y vivir con el miedo, rechazarlo a veces, escucharlo otras, balancearlo. Miedo del señor que nos habla en el bus, del que se para cerca, del que nos mira. Y seguir montando en bus, pero hacernos lejos, buscar otra mujer. Miedo de sentarse en la ventana, miedo de que hay un nuevo jefe (hombre), miedo de una calle oscura, miedo, siempre, de saber que a pesar de que todos los seres humanos somos vulnerables y todos podemos ser víctimas de una catástrofe en cualquier momento, las mujeres tenemos una vulnerabilidad muy nuestra que es, con indignante frecuencia, violentada. Ser mujer es, de alguna manera, estar parcialmente excluidas del proyecto de la modernidad, de ese optimismo, de esa certeza de que habrá un buen futuro. Uno nunca sabe, decimos, en cualquier momento se abre el piso y ojalá más bien nos tragara la tierra.
Al mejor estilo medieval, andamos siempre un poquito agradecidas,
“porque pudo ser peor”
Tal vez por eso también, al mejor estilo medieval, andamos siempre un poquito agradecidas, “porque pudo ser peor”. Me atracó pero no me hizo nada, me pegó pero pacito, fue solo un piropo sucio, solo me tocó, nada más. Se metió un tipo por la ventana a mi casa pero salió por donde entró y no me hizo nada, afortunadamente, pudo haber sido peor. Por eso pero también por mil cosas es que nos desmoronamos cuando pasa lo peor, porque pudo ser cualquiera, porque es la prueba de que todavía no podemos soltar ese miedo que no nos deja vivir pero que tal vez también a veces nos mantiene vivas. Es cualquiera en una cita en Tinder, cualquiera que chiquita haya salido a jugar a la cuadra, cualquier mamá, cualquiera viajando, cualquiera sola, cualquiera que debería haber tenido un futuro, que tenía sus propios sueños. Y nos duele más, tal vez, cuando es una niña porque ser niña, quisiéramos creer, no debería ser todavía tener que cargar con ser mujer, con tener miedo, no todavía.
Ahogadas y con la garganta apretada es que decimos, por eso, que nos queremos todas, que no queremos #NiUnaMás #NiUnaMenos
Publicada originalmente el 11 de diciembre de 2016