La historia del aprendiz de brujo es muy antigua, realmente es un poema de Goethe que dio muchas vueltas hasta que Walt Disney la inmortalizara en un capítulo de la inolvidable película Fantasía, que todos vimos de niños. ¿La recuerdan?
Érase un inmenso castillo (el viejo orden feudal), en donde un hechicero se toma el poder y pasa a controlarlo todo (la burguesía se toma los medios de producción), y así las cosas funcionan bien por un tiempo. Luego el brujo sale de viaje, encarga a su asistente Mickey Mouse para que lo reemplace, mientras él regresa; pero deja olvidado su gorro.
Entonces el impostor se coloca el gorro fuente del poder mágico, gobierna chapuceramente y para evitar hacer el trabajo de limpieza, usa sus nuevas facultades para producir miles de escobas que cargan los cubos de agua y así mantener el sitio limpio (Aquí el nuevo líder esclaviza al proletariado y lo coloca a trabajar a su servicio).
Cuando el hechicero regresa al laboratorio, lo encuentra destruido. El caos es completo, los baldes, las escobas y el mugre flotan en el recinto (la destrucción total de los medios de producción). Entonces echa a las patadas al comunistoide rebelde, restablece el orden y su castillo empieza a funcionar normalmente.
Entonces cabe preguntar, ¿qué falló? En teoría, el marxismo es el sistema perfecto que sigue una dialéctica inexorable de tesis, antítesis, síntesis, una nueva tesis y la negación de la negación, donde al final todos son felices comiendo perdices. Pero en la práctica las cosas funcionaron al revés: en Rusia fracasaron los planes quinquenales, al igual que en la película de Disney; el sistema colapsó como un castillo de naipes y la burguesía recuperó el poder nuevamente. Lo mismo ocurrió en Hungría, Checoslovaquia, Ucrania y la lista es larga.
En la China, el caso fue un poco más extraño, pues allí lograron coexistir una burguesía capitalista y antropófaga, que aún se nutre de un proletariado domesticado y rabiosamente maoísta. En Cuba y Venezuela todo sigue igual porque la burguesía huyó a Miami. Así que por esos lados, las cosas seguirán igual durante un largo rato.
Pero en Colombia la historia es de verdad macondiana. El Lumpen proletariat de las Farc le arrebató la producción cocainera a la corrupta burguesía gobernante y le correspondió a Juan Manuel Santos mediante un supuesto acuerdo de paz, recuperar, lavar el dinero sucio de la guerrilla, traerlo del exterior y meterlo de nuevo al sistema financiero colombiano. Se conformó así un lavado de capitales, solo comparable al blanqueo de millones de libras esterlinas efectuado después de la guerra del opio.
La denuncia sobre las inocentes actividades del hechicero Santos en los paraísos fiscales no es ninguna invención de la mentirosa oposición colombiana, sino un exhaustivo trabajo de investigación del ICIJ, realizada por 382 periodistas de todo el mundo y divulgado el pasado domingo 6 de noviembre en la prensa mundial.
Resulta que el mandatario colombiano, figura como presidente, de dos sociedades en Barbados, pero según él mismo, ni era socio, ni había invertido dinero en ellas. ¿Les suena esto a otra historieta de Disney?
Yo por mi parte, confieso que también soy un marxista convencido, pero no soy seguidor de Karl, sino de Groucho, el genial cómico y director de cine gringo.