Tiene el culo diminuto y redondo como una cereza, las arrugas le surcan la cara como los canales secos a Marte, es bajito, usa ombligueras, es pálido como una abuela escocesa y es uno de los hombres más deseados del mundo.
Nadie en la historia del pop había llegado a los 72 años manteniendo su imagen rebelde y sexy, glamurosa y misteriosa, maldita y calculada, la misma que tenía a los veinte años, cuando empezaba a convertirse en una amenaza para la victoriana sociedad inglesa, quienes veían a esos desarrapados que se hacían llamar The Rolling Stones como una seria amenaza para el orden establecido. Con frases provocadoras como ¿Dejaría usted salir a su hija con un Rolling Stone? Creadas por Andrew Loog Oldham, su primer productor y el hombre que los convirtió en la banda más grande del mundo, fueron transformándose en la contracara de los Beatles. Mientras el cuarteto de Liverpool era en el escenario la imagen viva de la inocencia y las buenas costumbres, el grupo liderado en ese entonces por Brian Jones era la anarquía encarnada.
En sus primeros conciertos Jagger, a punta de mover la pelvis de una manera escandalosa e implícita, enloquecía al público compuesto, en su mayoría, por adolescentes que en ningún momento del show dejaban de gritar. El hierático Bill Wayman, bajista entonces de la banda, decía que desde la tarima podía ver con nitidez un río de orina fluir hasta los primeros puestos.
La imagen era solo eso: un espejismo creado por Oldham para incitar el escándalo. En realidad Jagger era un muchacho abstemio, de impecables modales, de esos que enamoran con su acento y educación a la suegra más exigente. El pobre del Mick, tan impecable, tan sobrio, tenía que usar en la parte posterior de su auto una botella de whisky, por consejo de su manager, para mantener su estatus de rebeldía y desenfreno. Chrissie Shrimpton, su primera novia, conoció su lado tierno hasta que una rubia, descendiente de Leopold von Sacher-Masoch, se le cruzó en el camino. En 1964 Marianne Faithfull era la chica más hermosa e inteligente de Inglaterra y era inevitable que entre la princesa y el sátiro de pantalones apretados y labios anchos y gruesos no saltaran chispas. A las tres semanas de conocerse Mick dejaría plantada a Shrimpton, quien en su dolor intentó suicidarse, y se fuera con Faithfull quien, además de tener clase, cantaba y estaba a punto de debutar como actriz en Las tres hermanas de Anton Chejov.
Durante tres años, el tiempo que dura el amor, fueron la pareja más famosa de Inglaterra. Eran jóvenes, bellos y ricos, y además les gustaba el LSD. En Redlands, sicotrópica propiedad de Keith Richards en las afueras de Londres, la policía, ayudada por un infiltrado al que lo llamaban El rey del ácido, entró a la residencia mientras el cantante y el guitarrista de los Stones disfrutaban de un viaje lisérgico. El aquelarre drogón pasó a un segundo plano. La atención se la llevó Marianne, la cándida Marianne, quien estaba envuelta en una cortina, sin nada debajo, sonriendo enajenada mientras Jagger acababa de comerse una chocolatina en su vagina. Este fue el principio del fin de la relación. Deprimida por ser el saco de boxeo de los siempre amarillistas tabloides británicos, la Faithfull se dejó llevar por la confortabilidad de la heroína. Desilusionado, Mick, quien ocasionalmente se fumaba sus porros y en las fiestas muy rara vez combinaba cocaína con whisky, combinación que sacaba lo peor de él, se fue alejando del que sería el gran amor de su vida. Destruida, Marianne Faithfull fue un fantasma que deambuló por los setenta resurgiendo una década después.
En el duelo, Mick saldría con Marsha Hunt, una escultura de ébano que además hablaba y pensaba. Ocho meses duró una relación que le daría al líder de los Stones su primera hija. Trabajo le costó al tacaño divo hacerse responsable, económicamente, de la manutención de la niña.
Uno de los pocos fracasos amorosos de su largo prontuario lo vivió cuando intentó levantarse, en plena filmación de la película Performance, primer eslabón en su frustrada carrera como actor, a Anita Pallenberg, la mujer de Keith Richards, su compañero de banda y presunto mejor amigo. Para sacudirse del dolor que le dio el rechazo de la más célebre hechicera del rock, Mick se refugiaría en Bianca Pérez-Mora Macías, una aristocrática nicaragüense, de labios gruesos, mirada felina y temperamento fuerte, con la que se casaría en 1971 en una publicitada boda. A Bianca, a pesar del glamour, la fama y la fortuna, le causaba estupor la vida salvaje de los Rolling Stones. Después de seis años de peleas y cientos de infidelidades, Jagger decidió dar por acabado el matrimonio, motivado además por haber conocido a Jerry Hall, una modelo texana de un metro con ochenta que era la viva imagen de la elegancia y la sofisticación. Entre las amistades que atesoraba Jerry estaba Andy Warhol quien, aterrado por la promiscuidad del cantante, no dudaba en contarle a la afligida novia los devaneos del rock-star. La irresistible Jerry solía tomar el té en París con Jean Paul Sartre y Simone de Beavouir, y conversar sobre cine con los eminentes directores Federico Fellini o Francois Truffaut. La tiranía de la frialdad, método que le ha ayudado a sobrevivir a cincuenta años de Rock, no impidieron que Mick se volviera loco por Jerry. Cada vez que ella amenazaba con dejarlo, Jagger se ponía de rodillas, lloraba y prometía que nunca más, en lo que le quedara de vida, volvería a serle infiel.
Pero estaban esas muchachas que hacían filas de varias cuadras por pasar solo un rato con él. Sus biógrafos estiman que el autor de Simpatía por el Diablo ha estado con más de cuatro mil mujeres, entre ellas Tina Turner y Carla Bruni. Toda aquella mujer que decidiera entregarse al rockstar sabía a lo que se enfrentaba y Jerry soportó estoicamente hasta que, 12 años después de estar con el dinosaurio, todo terminó.
El nuevo milenio lo encontró arrugado e igual de bajito y feo pero seguía siendo irresistible. Su amor de esa época fue una aspirante actriz hija del actor John Voight, de labios apetecibles y mirada atormentadora que protagonizaba el video Anybody seen my baby. Mick Jagger perdería la cabeza por Angelina Jolie quien se cansó de burlarse del ídolo. Despechado, viajó a Brasil y para calmar el dolor del desprecio tuvo un romance con la modelo Luciana Morad. El romance le daría a Jagger el séptimo de sus hijos.
Cuando estaba dispuesto a no creer en esa cosa que llaman amor, nuestro mujeriego favorito se enreda con la diseñadora L´Wren Scott, 25 años más joven, 23 centimetros más alta. El romance dura 10 años hasta que ella, acosada por una deuda de seis millones de libras que no ayudó a atenuar su multimillonario y tacaño novio, decide ahorcarse en su apartamento. Jagger, usando la tiranía de la frialdad, mandó un escueto comunicado y siguió con su vida y sus romances.
A sus 72 años, acaba de terminar una gira de año y medio, solo un receso para lo que se viene el próximo año: los conciertos que lo traerán a Sudamérica, y ojalá a Colombia, en donde habrá la habitual fila de veinteañeras que el arrastra por el mundo, esperando acostarse con el hombre más deseado del planeta.