En la biología evolutiva de este planeta vagabundo en el cosmos existen unos organismos casi que invisibles que son capaces de poner en peligro a toda la humanidad, verbigracia el coronavirus que nos tiene aislados de los otros, los humanos a los que hay que temer. Pero también existen otros organismos que nos pueden salvar.
Así como las acciones globales frente a la pandemia pueden resultar más o menos efectivas para su contención, en la naturaleza misma se cuenta con parte de la solución: una red neuronal, que estaba antes que nosotros, superinteligente y que cubre a todo el planeta y al mismo tiempo responde por la supervivencia de todo lo que toca: son los micelios.
Nos hace falta aprender de ellos, los micelios, para enfrentar la complejidad de nuestras debilidades como especie. El sentido de la cooperación y solidaridad, la inteligencia para socorrer al otro cuando se corre peligro (¿por qué un árbol cortado en un bosque vuelve a retoñar?), la comunicación para intercambiar flujos de energía y la capacidad de conectarnos permanentemente como un todo, a pesar de las mezquindades que florecen como malas hierbas.
Unos simples y complejos organismos como los micelios (sí, los mismos que producen los hongos que crecen en medio de la espesura y que a veces los miramos con envenenado temor) y que se ha demostrado que son los organismos vivos más grandes del planeta (algunos de más de 10 kms cuadrados), nos dan una gran lección de la sinergia necesaria para enfrentar los dilemas de supervivencia planetaria.
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Casi que invisibles, mantienen una comunicación inteligente con otros organismos vivos y les llevan la “data” requerida para lo cual están programados
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Ellos hacen su trabajo sin necesitar una visibilidad propia de los prepotentes: subterráneos y silenciosos transportan lo necesario y suficiente para mantener una red neurológica viva que mantienen vivo al planeta. Casi que invisibles, mantienen una comunicación inteligente con otros organismos vivos y les llevan la “data” requerida para lo cual están programados. No solemos hacer eso muchas veces nosotros, preferimos ubicarnos en la polaridad de los puntos de vista que ciegan y nublan la mirada.
Somos un ensayo fallido en el universo. La prisión de la galaxia más próxima para miles de millones de condenados encerrados en barrotes de ozono.
La lección que estamos intentando aprender ahora se desarrolla en medio de una sordera y ceguera colectiva. Engañados nos dormimos con la pueril esperanza que al amanecer (con oraciones incluidas) todo haya pasado. Pero la verdad es más fuerte que nuestra fe. Nada extraño sería que el fin de los tiempos esté iniciando como cualquier ciclo biológico de la naturaleza. Nuestras mentes jurásicas no se permiten tales frustraciones. El temor a la extinción nos aferra a la luz que desde lo alto viene llegando: la del próximo meteorito.
Coda: los que vimos la película Avatar (2009) quizá en medio de la apabullante tecnología de su producción, y la avaricia de los “terrícolas” de la trama, pudimos identificar el papel de los micelios que justificaban la defensa del planeta Pandora por el pueblo Na´vi. Buena lección que me parece se repite esta vez. ¿Aprenderemos?