Creo que me demoré mucho en darme cuenta de lo importante que era ser feminista – o de lo mucho que yo lo era – porque mientras crecía, el escenario de mi vida estaba configurado de forma tal que yo no sintiera la necesidad de serlo.
No hubo algo que un niño pudiera hacer o decir que yo no pudiera —durante un buen tiempo, fui la única niña en toda una liga de fútbol—, ni un solo niño en el mundo que pudiera ser mejor que yo en lo que fuera, por el solo hecho de ser niño. Mis papás, obvio, fueron ficha clave en esta forma tan mía de ver mi mundo. Ante cualquier duda sobre mi capacidad o idoneidad para algo, estaban ahí detrás defendiendo a capa y espada y ante el que fuera mis guayos y, si yo me volteaba a mirarlos, estaba mi mamá, ella ya sin quién la escudara, haciendo todo de forma tal que no había hombre ni actividad que fuera mejor, más capaz o más idóneo que ella en lo que fuera, por el mero hecho de ser mujer. Estaba, también, haciendo todo lo que (en una división de roles que no deja de confundirme un poco) hacían las otras mamás: viéndose siempre muy bonita y elegante, “manejando la casa” y tomando onces de vez en cuando con sus amigas. Fue mucho más grande que me di cuenta de que eso es, en realidad, extraordinario.
De lo que si me daba cuenta chiquita —y lo que me decía mi mamá— es que vivir “feministamente”, digamos haciéndolo todo porque no haya nada que nos impida hacer lo mismo que hace un hombre, requiere mucha fuerza, mucho empeño y mucha constancia. (Yo, insisto, en esto la he tenido fácil hasta ahora.) “Cuando uno es mujer — me decía— le toca ser el doble de buena que a los hombres. Y cuando uno es colombiano, el doble de bueno que a un gringo.” Total, el esfuerzo es por cuatro.
Porque sabía la parte del esfuerzo y la fuerza y el empeño, tal vez en algún momento dejé de admirar cualidades que son muy femeninas (y no por ello exclusivas de las mujeres), como la dulzura, la suavidad o la sensibilidad. Tal vez porque temía ser débil (craso error conceptual, pero la Beatriz de esta historia tiene por ahí 11 años) traté de ocultarlas un poco. Tal vez por eso dejé el ballet (actividad en la que no era tan buena, pero que en retrospectiva creo que disfrutaba mucho) o sentía que hacer cosas como maquillarme era ceder ante la subyugación hombre-mujer. Yo era, entonces, consciente de que el machismo existía, pero yo creía que no existía conmigo. Otro craso error conceptual: ser sensible y aceptar que somos vulnerables es importantísimo para percibir el mundo y relacionarse con él (y para hacer arte, por ejemplo). Y no tiene nada que ver con ser fuerte. Pero, seguro, ya a esa edad había características mías que yo medio evitaba por no pasar por débil y mostrar —en un mundo de hombres— que yo era fuerte. Si el machismo o antifeminismo lo que hace es prescribir cómo debemos ser las mujeres, mi feminismo precoz y equivocado de pronto me estaba sacando de un paradigma, pero solo para llevarme a otro.
Claro, ya no tengo 11 años. Dejé el fútbol y me dediqué a tocar piano; me maquillo poco todavía pero sagradamente los ojos;algún día me quiero casar y lloro un montón porque soy medio hipersensible y ojalá sea dulce y suave al tiempo que fuerte, como mi mamá. Digamos que me gusta aspirar a ser feminista new-age como Chimamanda Ngozi Adichie (por favor vean esta charla si no la han visto).
En las sociedad en la que vivimos sigue habiendo un montón de desigualdades y hay un montón de peleas que toca dar ahí, en el campo. Pero creo que hay una —tal vez muy mía en este momento— que es en nuestras cabezas. Me refiero a manejar la no contradicción entre fuerte-sensible-vulnerable-capaz. A reconocer que ser feminista (y por ende, quizás en mi mente de 11 años, un ejemplo a seguir) no es ser de hierro y hacerlo todo bien, todo perfecto, sino que viene acompañado de debilidades, como todas las vidas. También a perdonar en las mujeres a nuestro alrededor —porque somos críticas fuertísimas de los miembros de nuestro propio equipo— justamente eso. Ser feminista es todavía ser humano (creo que ser humano es un prerrequisito) y que así, vulnerables, es como al final de cuentas, somos todos.