Aunque hay innumerables destinos turísticos en mi país, el fin de semana de mi cumpleaños decidí viajar a la ciudad de Cartagena por encima de los diversos comentarios que circulan en redes sociales sobre la ciudad amurallada.
Llegué a la ciudad por vía aérea, un trayecto corto y cómodo. En el aeropuerto en ningún momento se sintió la presión propia de otras ciudades, en las que el viajero es en ocasiones un invasor y no un grato visitante. Todo tranquilo hasta el momento, era mi primera visita allí y debido a no ser un experimentado viajero, decidí irme por vía terrestre inmediatamente a la zona de Barú, más exactamente al sector llamado Playa Blanca, influenciado sin duda por los comentarios de las personas en mis consultas previas, en las que es catalogado como un hermoso lugar.
Antes de arribar a Cartagena pude leer muchos comentarios negativos. No obstante, y así como quien no cree en los juicios subjetivos de los demás, arranqué en un vehículo al servicio del hotel que ya había reservado como evidencia de la prevención que me invadía y el temor a la improvisación.
Los primeros momentos del viaje fueron una confirmación de lo esperado, una fotografía de las malintencionadas descripciones: un conductor antipático, una ciudad desordenada, con alto flujo vehicular y un complejo ingreso hasta el lugar por medio de una estrecha y deteriorada vía, llena de personas que circulan. Esto me afectó, sin duda, en especial por ser enemigo de las multitudes y del caos.
Al llegar al hotel y luego de haber pagado al chofer el dinero pactado, me atendió un simpático anfitrión venezolano ( menciono su nacionalidad por los prejuicios generados alrededor de ellos). El tipo era el administrador del agradable y prestigioso lugar, seguro y respetado por los demás, lo que refuerza la idea que la xenofobia es una aporofobia disfrazada, sin más rodeos. Después de un delicioso cóctel de bienvenida, mi viaje dio un giro inesperado a mi favor, la cortesía y amabilidad de los empleados del hotel disminuyeron mi nivel de angustia y estrés considerablemente, e hicieron que la prevención que cargaba desde mi ciudad de origen como una maleta pesada e incómoda fuera desapareciendo.
La estadía de esa noche en las hermosas playas fue espectacular, la tranquilidad de los lugareños, la serenidad de la brisa y las luces en medio de la oscuridad hicieron que en mi interior aplaudiera por primera vez en el viaje la resistida decisión de viajar allí. Llama la atención la cantidad de argentinos en la zona, quienes contrastan en color con los nativos pero compiten pacíficamente con sus negocios al ofrecer buena atención y precios favorables.
Al día siguiente las playas se fueron congregando de alegres visitantes nacionales y extranjeros, lo que no se opuso al disfrute del sol y la playa. Como caso particular no me sentí presionado ni estafado por los vendedores, tal vez por mi innegable aspecto colombiano o porque los escándalos de abuso de precios son hechos aislados que no corresponden a la generalidad del lugar.
Después de haber emprendido un emocionante trayecto en lancha y de haberme quedado con la mejor impresión de Barú, llegué a Cartagena después de pasar por marginales lugares a la orilla del mar, en las que la alegría de la gente contrasta con su pobreza, dejando una sensación de tranquilidad por ser partidario de la felicidad como principio de todo.
En la urbe ratifiqué mi buena elección: variada y económica oferta hotelera, una inigualable zona turística en la que se puede transitar con seguridad, ciudadanos corteses y prestos a ayudar, playas confiables, taxistas solidarios y una perfecta combinación entre lo hermoso de la antigüedad y la comodidad de lo moderno.
A pesar de haber sido un viaje corto, pienso, es suficiente como para calificar el lugar, para manifestar las sensaciones que surgieron en la visita, porque tan solo en unos minutos se puede percibir lo agradable del ambiente, la energía de la gente y la magia de cada elemento.
Visitaría Cartagena muchas veces más, así como otros lugares de nuestro país. La estigmatización de un territorio solo se comprueba visitándolo, extrayendo lo mejor, resistiendo lo negativo, apoyando las oportunidades de mejora. Escribo esto ya que se debe resaltar también lo positivo de cada lugar, de esta manera es más fácil para los viajeros tomar una decisión mejor argumentada.