Desde que llegué a Taipéi, he notado varias diferencias con mi Cali del alma, que pensé no iban a ser tan marcadas. De pronto muchos de los que leen esto han tenido que lidiar en algún punto de sus vidas con una mamá que los corrige en la mesa constantemente. Tanta cantaleta repetida una y otra y otra vez, por fin cobran sentido estando en esta ciudad. “¡No coma con la boca abierta! ¿Acaso es una vaca o qué?”, “¡No sorba! Parece que estuviera criando animales ¡Ehhhh!”, “¿En serio? ¿Un eructo en la mesa y ni siquiera dice perdón? Definitivamente no ha aprendido es nada, qué pesar. Tanto esfuerzo para nada”. Y sí, uno se quejaba y le decía que qué joda, que lo dejara en paz, que qué importan esas pendejadas. Pero no, no podía estar más equivocado en mi vida. Ver y más que todo oír sorber la pastica de arroz a estos chinos cochinos es una de las escenas más desagradables que he tenido que presenciar en mucho tiempo. Cucharada tras cucharada, una tras otra, todas iguales. Servir, sorber, masticar con la jeta abierta, tragar, eructar. Servir, sorber, mascar como un rumiante, tragar, eructar. Ningún “lo siento” por ningún lado, ninguna cara de arrepentimiento cuando se le escapa una sorbidita sin querer. No, nada. Y ninguna mamá dándole calvazos al hijo por eructar en la mesa del restaurante lleno de gente. No, imposible porque mamá, papá e hijos todos parecen criados en la selva junto con las bestias salvajes. Y no es en restaurantes de mala muerte, en cualquier esquina de hotpots o dumplings baratos, no. Ocurre en los restaurantes de dedo parado también y lo hacen tanto el viejito que está comiendo papas dulces en la esquina, como la niña fifí con su iPhone y su cartera Cartier comiendo risotto con vegetales al vapor dentro del establecimiento. Es realmente una porquería y estoy completamente agradecido por las muchas veces que mi mamá me regañó y me miró como un culo pues me hizo saber que me estaba convirtiendo en una bestia si no me corregía a tiempo.
Pero no se detiene aquí. Los modales no se limitan a la mesa solamente como bien sabemos todos, o bueno, presuponemos que todos sabemos. Es de obvia cortesía cubrirse la boca cuando uno estornuda o tose, ¿no cierto? ¿¡Obvio?! Pues no tanto. Aunque parece ser que los fabricantes de tapabocas se están haciendo millonarios acá, si alguno sale de su casa sin él, de repente se le olvida que lo tiene y los “paraguazos” van y vienen. Partículas de saliva se dispersan por el aire a diestra y siniestra y amenazan con crear una pandemia epidemiológica de gripe aviaria o porcina, o peor aún, china. O bien se cubren con la manito y se limpian en la baranda del metro, o el pasamanos de la escalera eléctrica. ¡Delicioso! Y si se les escapa un gargajito pues es de lo más normal verlos escupirlo en la calle, o prácticamente donde sea, con sus tonalidades de verde y amarillo y no sin antes hacer como un ñu en celo para lograr expelerlo y hacer unas cuantas gárgaras previamente. ¿Será que algún día me acostumbraré a semejante demostración de todo lo que no se debe hacer? ¿Será que me despertaré de semejante pesadilla?
Y ni hablar de los simples modales de cortesía y convivencia que nos separan de los animales salvajes. No sé si sea porque los colombianos somos también unos lambones los hijuemadres y a cualquier extranjero lo tratamos como si fuera rey en su país, pero así nos digan en un español pachuco “Gracias, hola o permiso”, respondemos casi que con una venia y la mejor de las disposiciones a la hora de ayudar. Pero aquí no. Ya perdí la cuenta de cuántos “Ni haos” he tirado al aire sin respuesta alguna, o cuántos “Xiexie” he desperdiciado en gente que no lo merecía. Al principio pensé que XieXie no tenía respuesta, que uno decía gracias y no había dentro de la gramática china una respuesta al “gracias”, algo así como el “de nada” colombiano. ¡Pero sí la hay y lleva siglos de haberse inventado! Pero son contadas las oportunidades en que he recibido respuesta alguna. Es simple cortesía por Dios santísimo. Lástima. Yo que pensé que iban a ser más cordiales, más educados y refinados. Pero no, los confundí con los japoneses. Dicen que los taiwaneses son una combinación entre japoneses y los chinos continentales, que tienen un poco de ambas culturas. Si es así, no tengo ningún interés en conocer Shanghai o Hong Kong si lo que me espera son calles llenas de gargajos, excrementos de niños (me dicen que los pantalones de los niños y niñas vienen con unos botones en el trasero para abrirlo y que la ternurita pueda defecar en cualquier andén) y nubes de saliva agripada. Con razón cuando uno nace en China le es asociado un animal. Puedes ser un mono, un buey, un gallo, pero parece que la gran mayoría nació en el año del cerdo porque “¡eeehh Ave María!” como dicen los paisas, qué chinos tan cochinos. Ojalá mi situación mejore y no tenga que generalizar así de una cultura tan rica y que tiene tanto por mostrar.