Mi vecina y la posmodernidad

Mi vecina y la posmodernidad

¿Vivimos todavía en la prehistoria de la raza humana?

Por: Jorge Muñoz Fernández
marzo 02, 2018
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Mi vecina y la posmodernidad

Mi vecina tiene una pequeña panadería y me expresó, cuando la saludé el día de hoy, hablando sobre la crisis que soporta el mundo, que vivimos momentos de severas dificultades, “es como la esclerosis que me diagnosticó el médico, por fortuna en un pie, ¿se imagina que la padeciera en todo el cuerpo? La esclerosis del mundo es más grave”.

La definición me pareció acertada y sensata, no se necesita tener colgados diplomas de ciencias sociales y políticas, o de comunicación social, para saber que la razón, la historia, el progreso, el estado y la democracia participativa han colapsado silenciosamente, apenas se sostienen por la fuerza del dinero.

El eclipse teórico, normativo y procesal se advierte en la esfera global y los individuos se sienten extrañados en los espacios societales en los que están condenados a sobrevivir.

Hay un vacío extendido en todas las sociedades, una ruptura de los significados fraternos le ha tolerado al ser humano aceptar que el capitalismo caótico, desordenado y anárquico es mejor que el capitalismo salvaje. Enajenación total: Las clases pobres y medias soñando caminar con los zapatos de los acaudalados y opulentos.

Son tan sutiles y delgados los mecanismo utilizados por el capital, que cada quien organiza planes personales para darle sentido a la existencia y se las arregla para llenar el gozo de sentirse vivos con prácticas sociales basadas en el egoísmo.

En el desenfreno por conseguir dinero no existen propósitos benévolos para compartir, la cooperación no funciona ni en las cooperativas y la gente busca la forma de presentarle excusas a la vida, así tenga que pasar por encima de los que desfilan arrimados a indigencia y la pobreza. La ética tiene aversión por la conciencia limpia, es su enemiga.

Se vive idolatrando semidioses baladíes, se escudriñan caminos para agenciar los pasos personales y atrapar el éxito, sin importar que los demás puedan vivir desorientados.

Cada persona se coloca frente a una presunta constelación económica salvadora, hace colas detrás de la virtualidad y la inteligencia artificial, implorando en los altares bancarios que le dé sentido a su vida, como si le rogaran al capitalismo que invente aparatos digitales para adquirir el bienestar individual, quimera que produce bostezo universal.

Las cartillas sagradas de las metaverdades han formado sujetos satisfechos y subordinados, como Vargas Llosa, conformes con la segmentación del mundo, viviendo en una parcela del idealismo filosófico, orgullosos con la destrucción universal.
Su defensa de la libertad que postula el neoliberalismo, que ha tejido sobre el mundo un tapiz mezquino y miserable, que enmascara y glorifica las relaciones abiertamente conflictuales, pretende justificar la racionalidad epocal observando las estrellas muertas de las criptomonedas y las bolsas de valores.

Después de leer su defensa de la desigualdad social nos queda la certeza que su literatura política atenta contra la humanidad, es un asunto inmoral, impúdico y deshonesto.

Vargas Llosa, de ser un ser un escritor brillante, que le dio valor a las rosas por su alegría estética, pasó a ser un admirador de las flores de plástico, en cuyos escenarios se exalta y enaltece el precio que tiene la degradación humana. Solo le faltó afirmar que el desarrollo del mundo se debe a fuerzas sobrenaturales.

Convertir la literatura en un instrumento al servicio del dinero solo hace concebir que en el mercado vale más lo depositado y consignado que lo escrito.

Cada día es más claro que vivimos en sociedades que se desplazan alegremente hacia la enajenación total, inventando formulas salvadoras con la misma enfermedad que las mata, sin pena ni gloria.

Acceder a niveles de lucidez y responsabilidad colectiva fue, incluso, una melodía cimentada en las flautas tribales, mientras que en nuestra época el afán del sujeto es instalarse cómodamente en territorios donde el mundo no sea turbulento y la seguridad garantice un buen destino.

El partido, el sindicato, la iglesia, los gremios, el voto, el discurso, el parlamento, todo desvalijado, hecho trizas, para ser contemporáneos; el saqueo no solo ha sido de las riquezas del planeta sino de las conciencias humanas, convertidas en cajones vacíos, justificando las guerras y la hambruna, aferrados al liberalismo económico, con la vanidad y la pedantería de haber alcanzado la gloria y donde poco o nada nos interesa vivir juntos.

El mundo continúa entonando el tango Cambalache, de Carlos Gardel, sin entender las palabras libertarias del filósofo Engels: “…la necesidad solo es ciega mientras no se la comprende. La libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad”. Hasta pronto.

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