Mi reino por un caballo

Mi reino por un caballo

Es preocupante la sed de poder del Centro Democrático y el hecho de que se adjudique como suyos, bajo el discurso del orden, a la Policía y al Ejército Nacional

Por: José Pastor Pérez Castro
mayo 25, 2021
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Mi reino por un caballo

La famosa expresión es de Ricardo III, el vituperado rey inglés muerto en el campo de batalla y del que hallaron hace unos pocos años sus restos bajo el pavimento de un parqueadero de la ciudad de Leicester. Una frase puesta por Shakespeare en su tragedia histórica La vida y muerte de Ricardo III, un monarca que se hizo al poder de manera maquiavélica y que luego, para mantenerse en el trono, sume al país en un baño de sangre en el que se asesina sin contemplación a hombres, mujeres y niños que pertenezcan a lo que hoy en política llamaríamos “la oposición”.

Sospecho que el único afiliado del Centro Democrático que ha leído a Shakespeare es José Obdulio Gaviria porque en apariencia es el único instruido de su congregación. Un partido, casi una secta a mi manera de ver, que aborrece por igual  a los intelectuales a quienes considera comunistas, de la misma manera que considera “rojos” a los animalistas, a los defensores de derechos humanos, a los ecologistas, a los universitarios, a las feministas, a la comunidad LGBTI y a todo aquel que se atreva a criticar a su partido y sobre todo a su patriarca Álvaro Uribe Vélez, quien está viendo como su popularidad ha decrecido al punto que en este momento sería impensable que le hicieran un monumento, un busto o una estatua como lo propusiera hace algunos años en un ataque de rabia la senadora Paloma Valencia.

¿Y a qué se debe tan bajo nivel de popularidad? Está claro que ha habido una mala gestión en un Estado que debe afrontar dos guerras simultáneas, la primera, una guerra contra la naturaleza que ha sumido a la mayoría de naciones en situación precaria, la segunda, una guerra sucia que había empezado mucho antes, con un desmedido número de asesinatos selectivos contra líderes sociales y desmovilizados del proceso de paz que el presidente Duque condenó desde el inicio de su administración.

Se sabía, porque lo habían advertido los especialistas que la pandemia y pospandemia iban a exacerbar nacionalismos y autoritarismos a lo largo y ancho de los continentes. En Colombia, no fue la excepción. Sin embargo, hay un ingrediente adicional que más allá de las reformas que pretendían despojar a los ciudadanos de nociones elementales como el derecho a la salud. La concentración del poder que ha estado ejerciendo Duque monopolizando entes de control como la Fiscalía y la Procuraduría precarizan la democracia. Sin embargo es aún más preocupante que el Centro Democrático se adjudique prácticamente como suyos, bajo el discurso del orden, a la Policía y al Ejército Nacional.

Lo más patético es que en medio del desespero, de renuncias y defecciones dentro del mismo partido y después de un estado de caos ideológico en el que no coincidían sus diagnósticos sobre el origen de las protestas, puesto que Fernando Londoño le echaba la culpa al narcotráfico, Andrés Pastrana a Maduro y Duque a guerrilleros infiltrados y terroristas, terminaron apuntando a despojarse de la culpa de su política irresponsable señalando vía carátula de Semana a Gustavo Petro, uno de los líderes de la oposición, como el único gestor de tener incendiado el país. Sería interesante ver que Petro diera la orden de cesar las marchas y los bloqueos y tal orden fuera acatada. Hasta el senador  Macías, quien se apropió de la frase “quién dio la orden”, sugiriendo que es Petro el dueño de la huelga, sabe que la protesta social se sostiene del inextinguible vigor juvenil. A estos no los nombra el gobierno. Los desconoce. Los ningunea.

En este panorama en el que se caen las máscaras y las advertencias hechas en elecciones pasadas sobre la inexperiencia de Duque para gobernar se hacen ciertas, en medio de este “piélago de males” para usar otro término shakespeariano, Uribe, docto en domar caballos, se monta para cabalgar su última batalla en los lomos del jamelgo de Cambio Radical. De a poco ha alimentado con ministerios la voracidad política del partido que otrora acompañara a Santos. Abiertamente en el senado, durante el debate de moción de censura al ministro Molano, Cambio Radical se puso de lado de la “gente de bien” ofreciendo mansamente su cuadril a Uribe que para la siguiente campaña política sin ningún recato se aprestará a montarlo. Lo veremos en la próxima campaña política a la grupa de Cambio Radical, hincando la espuela y zurrando sin piedad a los colombianos, con la experticia del caballista, oficio  que compartió con Fabio Ochoa, uno de los tantos expertos en domar los equinos de este país tan lleno de burros, mulas e hipopótamos.

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