Ya está bueno de tanto prejuicio y estigma. Para Santrich no fue ningún paseo entregar su vida a la guerra. Él, como cualquier otro congresista que supuestamente representa los intereses de los colombianos, ha sido un actor influyente e influenciado en el conflicto colombiano.
He conocido varios congresistas con delitos peores a los que se le acusa a Santrich y por los que el proceso de paz estuvo al borde de romperse. En una ratonera como es el congreso de la república, Santrich no será la rata más sucia del recinto definitivamente. Y los acuerdos le dieron legítimamente su curul duélale a quien le duela.
Sueño con un senado lleno de Wayúus, Nasas, Misaks, Yukbas, Emberas, negros, campesinos, blancos, mestizos, raizales, todos. Un equipo legislativo que de verdad represente el sancocho social que siempre ha sido Colombia. Todos los que somos este país y hemos vivido esta maldita guerra deberíamos estar ahí representados por quienes a punta de sangre y lágrimas han visto los años pasar. ¿Y quién ha dicho que Santrich no ha sufrido esta guerra? ¿Quién puede decir que Santrich no ha derramado sangre y lágrimas por las locuras que nos ha tocado vivir a todos los colombianos?
Si se trata de pecados del pasado, el Senado ha visto pasar narcos y paracos tres veces más sanguinarios que un exguerrillero viejo y enceguecido. Y la gente los ha aplaudido, así que lo mas lógico es respetar los aplausos que hoy recibe Santrich.
Quiero ver a Santrich en el congreso, con sus gafas, su ruana y su cínica sonrisa recordándole a sus compañeros legisladores que así es Colombia, un país levantado a punta de plomo, odio y envidia por todos los lados que se le mire. Pero también para que personifique una lección que todos tenemos que aprender: que aquí, en este pequeño universo de víctimas, victimarios e indolentes, siempre debe haber un espacio para debatirse con palabras el futuro de esta puta patria que siempre será una madre para todos.