EL sol caía como una canícula y sólo los aztecas podían andar un cerro empinado, como el Tepeyac, llevando un bulto en la espalda. Era el mediodía del 9 de diciembre de 1531 cuando Juan Diego Cuauhtlatoatzin, mientras descansaba a la sombra de un árbol, escuchó la voz aflautada de la Virgen. El diálogo fue breve “habla con el obispo y que hagan en este lugar un templo dedicado a mi” Juan Diego, entonces, salió corriendo.
Me encontraba en Ciudad de México, en los últimos días del 2019 frente a la gran basílica que resultó más grande de lo que pensaba. Fui católico y el milagro de la Virgen de Guadalupe me acompaña desde que era un niño. Creí que iba a llorar al ver el Ayate colgado en la parte trasera del ala principal de la iglesia. Para verla hago una fila interminable y paso por una barra electrónica. Ese ayate tiene 490 años y los colores aún están incrustados ahí. La Nasa, según JJ Benítez, ha analizado los ojos de la virgen. Dicen que se ven, minúsculos, las formas de todos los que presenciaron el milagro: Juan Diego soltó el ayate y la imagen de la virgen, en fulgorosos colores, los cegó.
A Juan Diego, por ser indio, el obispo no lo iba a recibir tan fácilmente. El obispo se llamaba Juan de Zumárraga y no se caracterizaba por ser lo más amable con los indígenas. Al otro día, después de que le negaran la audiencia, Juan Diego volvió a subir al Tepeyac y entonces la Virgen le dijo que insistiera, que le realizaría tres milagros y que Zumárraga no tenía otra opción que dejarlo pasar. Entonces, en una semana hizo curar al tio de Juan Diego, luego, con su intermediación, brotaron flores en un desierto. Juan Diego recogió esas flores, las envolvió en el Ayate y se acercó de nuevo a pedir audiencia.
Cada año, antes de la pandemia, más de 7 millones de personas visitan el ayate y la iglesia nueva, la Basílica, se construyó en 1974 y tiene esa forma de ovni que desconcierta tanto a los visitantes. Al salir está el cerro y la gente subiendo el Tepeyac. Hay algo berreta en las estaciones, hay que tener fe para creérselo. Imagino que alguna vez este lugar parecía algo más que estas tiendas de bisutería barata religiosa. Intento comprar un souvenir bonito pero nada, no hay nada que no haya visto en las repisas atestadas de santos feos de la abuela Resfa. No, cuando termine la pandemia iré a Lourdes o a Fátima, porque el Tepeyac ya ni siquiera parece un cerro.
El indio Juan Diego entonces, frente al Obispo Zumárraga, desenvolvió su ayate, salieron las flores del desierto y la virgen sigue ahí, a pesar de que el ayate, esa indumentaria tan precaria hecha de yuca, sólo tiene una vida útil de 50 años. Pero esta se ha sabido conservar durante 500 años sin que se hayan perdido sus colores.
Entre todos los milagros de la fé católica, no hay uno más estudiado que el de los ojos de la Virgen de Guadalupe y los misterios que esconden. El tiempo está ahí, esculpido, inmortal, en las figuras de los que vieron el milagro y que no sabían que desde otra dimensión la virgen los estaba mirando.