Mi encrucijada del alma: apoyar a Petro o defender a Uribe

Mi encrucijada del alma: apoyar a Petro o defender a Uribe

"Esta polarización paranoica, y por momentos esquizofrénica, que padece nuestro país debe ser atemperada por los moderados de ambas vertientes"

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
julio 30, 2018
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Mi encrucijada del alma: apoyar a Petro o defender a Uribe
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

Sin lugar a dudas lo que sigue es lo más volado, polémico y controvertido que he escrito en mi vida. Lo sintetizo en tres tiempos verbales: fui víctima de los paramilitares, apoyo a Petro, pero defenderé a Uribe. De entrada esta propuesta descabellada plantea un silogismo absurdo constituido por dos premisas coherentemente enlazadas, pero que culminan en una conclusión errónea, y a pesar de ello válida. Yo mismo alguna vez escribí que hay cosas ilógicas, en apariencia, que son más lógicas que la lógica misma, o que existen irrealidades más reales que la realidad más real. No niego que estos dos pensamientos tienen la presentación de una redundancia execrable, pero ningún lector debería pasar de largo ante ellos sin buscarle primero un significado. Y es que Colombia está tan loca, y tan incendiada en odios provenientes de todas las latitudes, que tal vez un poco de locura cuerda restablezca la proporción de las cosas, el sentido de la justicia, de la sensatez y sobre todo de la ecuanimidad.

La opinión pública ya conoce, y disculpen que me repita, que fui víctima (ya superé esa condición. Sentirse víctima cumple una importante función en alguna etapa del dolor, pero es necesario soltar ese estado emocional de frecuencia baja, en aras de la conciencia y de la paz que solo se alcanza a través del perdón). Sí, soy exvíctima de los paramilitares que desaparecieron, torturaron y asesinaron a mi hermano mayor, desaparecieron a mi tío predilecto y asesinaron también a una prima y a uno de mis cuñados al que yo quería como un hermano. Poco después mi hermano menor fue asesinado por el Ejército. En cambio mi padre y mi madre sí fueron realmente víctimas y sufrieron como pocos colombianos el rigor de esta guerra fratricida, y en gran medida sus enfermedades y decesos se precipitaron por los sufrimientos morales que padecieron durante años por la pérdida de sus hijos. Escribo esto, y recuerdo eso, anteponiéndome a la muy probable lluvia de piedras que me serán arrojadas por los intolerantes y parcializados, y por los fanáticos de todas las vertientes políticas. Y escribo esto y me dirijo a todos los colombianos porque tengo autoridad moral para hablar de perdón y de reconciliación.

Con respecto al señor Uribe, y a propósito de todos los juicios de valor de millones de colombianos que por anticipado lo condenan, me pregunto: ¿será conveniente emprender “a la topa tolondra” un ataque en gavilla contra un líder de esas dimensiones que cuenta con el apoyo irrestricto de al menos diez millones de colombianos? ¿Es un pecado o una desfachatez decir que el señor Uribe tiene derecho a un debido proceso, y a que su caso sea asumido por la justicia como asumiría el de cualquier ciudadano colombiano? ¿Le conviene al país en estos momentos lapidar moralmente a Uribe y desear que sobre él recaigan los rayos y las centellas de la venganza y de ese odio tan particular que caracteriza a gran parte del pueblo colombiano? Al menos me hago esas tres preguntas y de paso se las planteo a la izquierda más recalcitrante, aclarando que yo pertenezco también a la izquierda, pero del tipo “moderada”, pacifista, que ama el diálogo, las concertaciones y que detesta toda manifestación de violencia. Así como hay gente que pertenece a la derecha moderada, que como la izquierda del mismo tono detesta el crimen, la corrupción, el paramilitarismo y toda manifestación de odio.

De otro lado, yo creo que esta polarización paranoica, y por momentos esquizofrénica, que padece nuestro país debe ser atemperada por los moderados de ambas vertientes. En esta moderación cabrían los indignados, los pacifistas, los humanistas, el mundo de los intelectuales y de la academia, porque si dejamos el país en manos de los acalorados e incendiarios se nos viene el Armagedón y otra mortandad, probablemente peor que las precedentes. Moderación y prudencia es lo que necesitamos, y no caos, anarquía, incendios, guerra e intimidaciones verbales, sino buena voluntad por parte de todos, para que en el posconflicto brille la luz de la verdad. Y al respecto, en memoria de mis familiares caídos en esta guerra absurda y atroz, y en nombre de ellos mismos, solo pido una cosa: verdad. La reparación que quiero y que quisieran mis allegados y amigos no es posible, porque jamás regresarán los que tanto amé, pero el valor simbólico de la verdad tiene un poder inexorable, porque su claridad evita de antemano la recaída en la oscuridad de los hechos que preceden y cobran vigencia durante un conflicto.

¿Somos conscientes de que aquí llevamos más de sesenta años en guerra, y que no hay guerras santas, y que en un conflicto armado no hay ni buenos ni malos? Las Farc cometieron masacres, abusaron de menores de edad, secuestraron, desaparecieron, torturaron personas, extorsionaron, traficaron con drogas. Los paramilitares hicieron esto mismo, si bien en muchos casos actuaron con mayor sevicia y crueldad. El Ejército se excedió, se degradó con los falsos positivos, y algunos altos mandos se dejaron seducir por el paramilitarismo y el narcotráfico. La misma degradación tocó las puertas de la Policía Nacional, pero soy consciente y entiendo que la mayoría de los militares y policías son buenos y actúan siempre de buena fe. También las instituciones en una u otra forma, en menor o mayor medida se dejaron permear por el paramilitarismo. Y con toda seguridad el señor Uribe en sus dos períodos presidenciales también se excedió, y es probable que sea responsable de alguno o de algunos de los tantos delitos de los que se le acusa.

En todo caso que sobrevenga el debido proceso y que prevalezca la verdad, en un asunto que le compete dirimir a los jueces, no a mí ni a usted ni a nadie. Porque está bien conjeturar, inferir, deducir, sospechar, atar los cabos, pero no prejuzgar y anticipar un fallo. Aquí todos queremos ser jueces, inquisidores, verdugos, matarifes, vengadores, justicieros y por eso estamos como estamos. O cambiamos de método o nos esperan cincuenta o cien años más de guerra. Si el señor Uribe es culpable, ¿Timochenko o los excombatientes de las Farc tienen autoridad moral para tirar la primera piedra? O, ¿los que alguna vez pertenecieron a un brazo armado tienen derecho de tirarle la primera piedra? Para nada me simpatiza Uribe, y el que se haya convertido en una piedra en el zapato para la paz me pone los nervios de punta. Pero no lo odio, y ni siquiera he lanzado en mis columnas de opinión alguna difamación en su contra, ni la más mínima injuria verbal en su contra, no es mi estilo la infamia, ni los prejuicios, ni la imprudencia… mi legalismo en el marco del derecho se atiene a un principio universal: “nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario”, o el principio de Cristo: “no juzguéis y no seréis juzgados”.

Me gusta apagar incendios, y no soplar rescoldos para reavivar las llamas. Desde niño palpita en mi corazón el deseo ferviente de que los enemigos se reconcilien; entre tanto, hay gente que es feliz viendo cómo se matan los demás. Vuelvo a preguntar, ¿no estamos todos de acuerdo en que el expresidente Uribe tomó las riendas de este país en medio de la barbarie, del terrorismo, de la ingobernabilidad, en medio de una guerra no declarada, de una guerra civil deshumanizada donde todos los que intervinieron en ella llevaron la violencia a dimensiones demenciales? ¿Les parece muy coherente que cabecillas de las Farc, gracias al proceso de paz que enhorabuena se firmó, estén libres, o que paramilitares y delincuentes estén sueltos, y que en su momento Uribe termine en la cárcel? Al menos para mí eso constituiría un exabrupto mayúsculo. ¿No constituye un juicio empantanado por la abominable doble moral el deseo enfermo de que todo el peso de la ley recaiga sobre unos cuantos, cuando por otra parte vemos con buenos ojos la impunidad de la que gozan muchos? No es posible desligar el elemento político de todas las atrocidades cometidas por todos los actores armados en esta guerra… fue y es un asunto político y punto.

Aquí hubo y hay todavía rezagos de una guerra, por lo tanto deberíamos evaluar la posibilidad de una amnistía generalizada conexa a la verdad, a la no repetición de los actos violentos, y en la medida de lo posible con el beneficio de la reparación para las víctimas. En otras palabras o todos en la cama o todos en el suelo, porque si tratamos a unos como victimarios y a otros como héroes o como mártires la paz aquí será una utopía. Mirémonos a los ojos y sincerémonos: en Colombia hubo una degradación moral y humana del conflicto y todos los que participaron en hechos sangrientos son responsables de crímenes de lesa humanidad, entonces que ninguno pretenda ahora lavarse las manos al estilo fariseo o a la manera de Poncio Pilato. Aun al precio de que medio país me odie: en aras de la paz le digo a Uribe que lo perdono, si es que tiene alguna o muchas culpas encima. Es más no le guardo rencor, y estoy convencido de que fueron las circunstancias y solo las circunstancias las que propiciaron sus desmanes, o los supuestos crímenes de guerra que algunos le endilgan.

El paramilitarismo se dio porque existía la guerrilla, si bien el método con que se combatió a la insurgencia fue abominable, monstruoso, degradante. Hubo un Uribe que llegó al poder sencillamente porque las circunstancias no daban para otra cosa. Tampoco justifico las acciones de Uribe, las detesté y las detesto, máxime si dichas acciones directa o indirectamente afectaron a mi familia. En cambio, quiero decir que así como leemos un libro, una novela en un contexto determinado para interpretarla bien, la historia de un país, sus guerras y conflictos es necesario contextualizarlos para observar con objetividad lo sucedido, guardando cierta distancia: la distancia proporciona perspectiva. Quiero decir también que no puede haber una justicia de la derecha y una justicia de la izquierda, ni una justicia amañada para los de derecha ni otra amañada para los de izquierda, porque entonces ipso facto dejaría de ser justicia para llamarse parcialidad. Harta razón tenía el gran escritor Víctor Hugo cuando dijo: “Ser bueno es fácil, lo difícil es ser justo”. Seamos entonces justos y observemos lo que aquí sucedió, o sucede, sin sesgos, sin hipocresía, sin ardores emocionales, sin doble moral: seamos honestos y mirémonos a los ojos: aquí todos de una forma u otra, directa o indirectamente, al menos por nuestra indiferencia, pasividad y egoísmo, por intolerancia y fanatismo o por omisión, o por simple cobardía hemos contribuido a la violencia de este amado y sufrido país. Está en nuestras manos cambiar esos enraizados arquetipos colombianos para aprender a convivir al menos en una paz relativa, pero duradera.

Para terminar me anticipo a las categorías en las que querrán sumergirme los incautos y prevenidos: tibieza, indiferencia, doblez, lambonería, conformismo; yo en cambio pienso que lo mío es coherencia, en un país donde pocos saben leer los signos de los tiempos e interpretar los hechos y las circunstancias. Y piensen en esta realidad curiosa y paradójica que acontece en este país de absurdos: los que alguna vez fuimos víctimas de algún grupo armado, los que en algún momento sufrimos el rigor de esta guerra hemos sido los primeros en perdonar y anhelar la paz. Mientras que los que no han sido visitados por los redobles sangrientos de la violencia son los primeros en incendiar en odios, retaliaciones y en ánimos pendencieros el corazón de la patria.

Y ya que comencé con un silogismo, en apariencia ilógico, les dejo otro, el cual espero que comprendan y les parezca menos loco, y más atinado que el primero: perdono a Uribe, y defenderé a Uribe si me toca en aras de la paz, no obstante seguiré con Petro. De paso mi encrucijada del alma queda resuelta, pues lo uno no tiene que reñir necesariamente con lo otro. Por suerte, los textos que escribo no pasan por el colador de ningún político, y en este hipócrita mundo a nadie debo rendirle cuentas. Mis textos pasan por las manos de una editora excepcional, y publico en un medio que escucha todas las voces. Es decir, soy independiente en forma absoluta y para un escritor esto es un verdadero privilegio. Solo estoy obligado a actuar a conciencia y a sabiendas de que en algún momento sí tengo que rendirle cuentas al Justo Juez, y eso me alegra porque solo Él es verdaderamente justo e imparcial, pues todo lo observa con amor y misericordia, y ante Él todos somos iguales y seremos medidos con la misma vara. Lo mío es cuestión de ética, y de aquellos principios cristianos que me enseñaron papá y mamá, dos seres humanos maravillosos, humildes, que a imitación de Cristo fueron maestros del perdón… En fin, esta propuesta que someto a la opinión pública es sobre todo cuestión de ecuanimidad.

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