No ha habido, en 100 años de cine colombiano, un director con el talento de Ciro Guerra. El abrazo de la serpiente, estrenada en el 2015, fue el acontecimiento cultural más importante del país desde que Editorial Sudamericana publicara Cien años de soledad en 1967. Así eminentes críticos como Pedro Adrián Zuluaga no estén de acuerdo, Pájaros de verano es una obra indiscutible, una extraña mezcla entre Abel Ferrara y Sergei Paradzhánov. La última vez que lo vi fue en el invierno del 2016 en Punta del Este. La delegación de periodistas colombianos estábamos particularmente orgullosos de que hubiera arrasado en los Premios Latinos. Nos tomábamos fotos con él, lo abrazábamos. Era Gabo y también Maradona. Era un tesoro nacional. En lo profesional, parecía dejar para siempre Colombia y Río de Oro para fundirse en el oropel de Hollywood. Incluso, desde ese día, ya se hablaba de una película con Johnny Deep. El límite parecía ser el cielo.
Pero todo se desvaneció a raíz de Ocho denuncias de acoso y abuso sexual contra Ciro Guerra, publicado por la mexicana Matilde de los Milagros Londoño y Catalina Ruiz-Navarro. No me importa que las acusaciones no vengan con nombres específicos, yo opto por creerle a la periodista mexicana y sobre todo a la colombiana; que bastante se la juega para evitar que hombres poderosos continúen abusando de mujeres desprotegidas. Aunque he compartido espacios con Ciro Guerra, nunca he podido constatar un comportamiento indebido con mujer alguna. Pero lo que me parece realmente ruin es el contraataque del cineasta a las periodistas de Volcánicas: amenaza con demandarlas con un millón de dólares. Todo en un acto de soberbia inaudito en un artista que ha demostrado una sensibilidad y una empatía absoluta en cada uno de los personajes que ha sabido crear.
¿Era necesario este ataque machista? ¿Cómo le vamos a volver a creer a Ciro Guerra cuando desde el humanismo de su cine intente hacer las denuncias que ha sabido ejecutar con maestría como en la serie Frontera verde de Netflix? Para hacer películas hay que tener plata y poder, y por eso hemos podido encontrar monstruos como Harvey Weinstein, Woody Allen o Polanski; genios completamente abstraídos de la realidad que han sabido arruinar vidas con tal de mantener a flote su cacareado prestigio.
Llevado por mi machismo crónico y por mi culto a los ídolos, cuando leí el texto en cuestión, creí en un primer momento que las periodistas habían hecho un reportaje chapucero y poco riguroso, y que se habían precipitado a publicar las denuncias. Por eso y porque juzgué esos ocho testimonios como anónimos, guardé silencio. Sin embargo, el contraataque de Guerra, que atenta contra la libertad de expresión, me hace dudar de su inocencia. Igual, casi que no me extrañaría. Sería uno más de esos machotes con poder que pueblan el cine y que están convencidos de que es un honor para las mujeres ser abordadas por una eminencia como él. Incluso, tal vez, es uno de esos que creen que casi que les hacen un favor y las fungen de prestigio al acompañarlas en un taxi mientras intentan tocarlas y besarlas en la noche de estreno, con el whisky cabalgando por las venas. Se nota que Ciro Guerra está listo para Hollywood. Ya dejó de ser el joven silencioso de Río de Oro que conocí. Ahora se sabe rodear de abogados. Es otro hombre poderoso. Es otro hombre grande.