Mi amigo el resiliente, sus aves de corral y el gallo Trump

Mi amigo el resiliente, sus aves de corral y el gallo Trump

Un relato sobre la capacidad de sobreponerse a las adversidades (tan necesaria en estos tiempos de crisis)

Por: Wilson Quintero Quintero
mayo 20, 2020
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Mi amigo el resiliente, sus aves de corral y el gallo Trump
Foto: Pixabay

Visité un gran amigo en su casa. Me recibió a la entrada con una botella plástica estilo spray. Le vi la cara de alegría por verme. Me dijo que levantara los pies para mostrar la suela de los zapatos. Yo llevaba unos deportivos que el reconoció: "Te han durado mucho". Pensé: "Y lo cómodo que me hacen sentir, pero es verdad, ya han recorrido lo suyo". Luego les roció a las suelas un líquido, que no era alcohol ni hipoclorito. No olía a ninguna de las dos. "¿Qué es eso?", pregunté. "Thinner. Es lo mejor para matar lo que sea", me respondió.

En ese momento concluí que si él lo decía era cierto. Mi amigo es un "todero" de quilates, con una creatividad de globo en las nubes, antes de la cuarentena era forjador. Recordé nuestra adolescencia cuando construía cosas, hacía inventos, copiaba planos y modelos, un fin de objetos todos ellos de locos y para risas, pero funcionales.

Volví a mayo de 2020. "Oye, ¿por qué lo del thinner?", le indagué. Él, con seguridad de personal sanitario, me señaló categóricamente: "Es lo mejor, sin duda alguna". "Entre vos y Trump hay que hacer una vacuna anti-COVID-19", acoté. Se rio y pasamos al interior de su casa. Su casa es sencillamente su casa, la de toda la vida. Aunque vive en ella solo. Él trata de mantenerla tal cual la vimos en los 80 y 90. Hay diferencias, claro. Pero uno tiene imaginación y él más.

Pasamos el corredor, después el comedor y luego al corral. ¡Sí al corral de pollos y gallinas que ha montado en plena crisis! Veo con asombro una transformación de una parte de su solar en un pequeño galpón con 80 ejemplares vivos y alegres. Me sorprendo cuando veo que les ha puesto un equipo de sonido viejo, pequeño, de los que se conocen como minicomponente y en este suena todos los días una emisora local de música clásica. Pienso: "¡Hágame el favor!". Los huevos y la carne de estos animales no lo han probado ni en el Olimpo.

Luego, me explicó que pensaba que el experimento es una terapia de crecimiento y productividad, cimentado en la musicoterapia. Después, continuó con los diferentes subsistemas que se ha inventado: el de la recolección de la sinfónica gallinaza; la sonata del agua que sale de un recipiente reciclado hacia los abrevaderos; las mallas de plástico que rodean el corral para que las fugas sean solo las de Bach; los caprichos para poner el maíz y el concentrado; los preludios de los bultos de concentrado en la puerta del corral; la cantata de las luces insertas en lámparas de hierro bien atornilladas a la pared para que no sientan frío en las noches, etc. En fin todo ello en orden, dirigido por él.

Me intenté transportar a la sinfonía de los animales, pero el olor no me lo permitió. Mi amigo, como millones, está como el agua estancada. Apenas con lo justo, con poca corriente y flujo lento de caja. Le vi su creatividad más grande, aunque no tenga un empleo, él se creó la manera de huir de la angustia del COVID-19 teniendo mucho trabajo. Se le nota la plasticidad de su creatividad como nunca, sin dinero, pero con la energía de los huevos que han empezado a producir sus aves de corral, con sus plantas recién sembradas de frijol y tomate.

Sé que él desayuna con sus huevos, que con lo poco que tiene sobrevive, incluso con sus ropas desgastadas, quizá similares a mis zapatillas de deporte ─a las que el tiempo de cuarentena detuvo su desgaste─. Mi amigo sueña, se levanta con la fuerza del Prometeo, así le falte mucho de lo que a otros les sobra. Mi amigo agita la bandera de la resiliencia, me da consejos e incluso a lo Trump, mirándome con seriedad, me dice: "Viejo nos metieron un gol con el coronavirus" .

"Estás loco, no me digas que le crees al gallo de Trump", le comento. Me mira y se calla por respeto, pero después de verlo sano, con sus cambios de vida, con sus sandalias viejas, reciclándose en otro oficio y con una destreza de años en el cuidado de animales y con el cariño del trueque, me siento animado otra vez. Me despido. Alcanza rápidamente unos cuantos huevos de una canasta, seguidamente se agacha hacia un bulto de zanahorias medio lleno, extrae otro tanto y con una sonrisa me entrega los alimentos y agrega: “Mira para que te hagas una tortilla de huevo mientras cambiamos el mundo”.

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