Hace veinticinco años cayó el muro de Berlin, dos naciones separadas por años de radicalismo se fundieron en una sola alma para unificar su destino y potenciar sus fortalezas bajo el espiritu de solidaridad y comprensión que ennoblece a los pueblos y da ejemplo de grandeza moral y de madurez política. El rostro sonriente, esperanzado y feliz de los berlineses suponía la demostración gráfica de un estado de exultación sólo comparable con la alegría masiva que produjo el final de la segunda guerra mundial y la caída definitiva de las fuerzas nazis doblegadas por el poderío militar de los aliados. La barbarie del nazismo alemán pasaba a convertirse en un doloroso hecho del pasado histórico de la humanidad. Sin embargo, aquella vileza nazi y fascista no desapareció en el mundo, cada cierto tiempo reaparece en regímenes que hicieron de la violencia de estado su principal arma para someter a los ciudadanos y mantener con la fuerza del terror, el poder que detentan. Lo ocurrido en Mexico durante estas últimas semanas es vergonzoso ejemplo.
Imposible que acto tan cruel y despiadado como el asesinato de cuarenta y tres estudiantes de una institución dedicada a la formación de maestros en el estado de Guerrero de la nación mexicana, no estremezca el corazón de hombres y mujeres en el mundo que diariamente conviven en el escenario de la educación, la ciencia y la cultura. La detallada descripción del asesinato colectivo por parte de los sicarios que lo perpetraron es una demostración innegable del estado de alienación y degradación moral que vive la sociedad mexicana, que además, no resulta extraño en otros países de Latinoamérica y del mundo.
No puede existir indiferencia ante tamaña monstruosidad, se ha golpeado con extrema violencia en el corazón de estudiantes y educadores del mundo pretendiendo silenciar mediante el terror cualquier forma de disidencia política o de protesta social, los estudiantes masacrados ni siquiera militaban en alguna organización que pretendiese alterar el orden establecido por las fuerzas que se disputan el poder en la zona donde ocurrieron los hechos, sólo eran adolescentes intentando reaccionar ante la provocación permanente de autoridades que jamás asumieron los límites que debe tener el poder con el cual se les ha investido por la sociedad. Murieron los estudiantes ignorando las razones de su muerte, sus asesinos, criminales sin alma, obedecían ordenes, insensibles al lamento, al dolor, a la angustia y al pánico que debieron producir en sus víctimas sometidos a estado de indefensión, sus gritos ahogados primero por las balas, luego por las llamas que los calcinaron y finalmente diseminadas sus cenizas en aguas tan turbias como las almas de los determinadores de la matanza.
Está de luto el pueblo mexicano, ese luto se extiende a los corazones de todos los que en el mundo aún creen que la educación con libertad es el mejor atributo de una sociedad civilizada y que el poder no se hizo para matar las esperanzas si no para promover la paz, la reconciliación y el bienestar de los seres humanos. Los indiferentes seguramente son los mismos que eligen a bestias vestidas de smoking para que dirijan sus destinos y que acompañan con risas los brindis de sangre que se hacen sobre los que mueren luchando por la libertad y la justicia.