Llevo 32 años viviendo en Montreal, también conocida como la Ámsterdam de América del Norte por su tolerancia, su paz social, la fluidez de su movilidad multimodal —andar en bicicleta acá es una experiencia maravillosa—, su enfoque socialista en medio de la boca del lobo de los grandes capitales transnacionales que buscan doblegar el poder político pero donde la ciudadanía resiste incansablemente.
Aquí el transporte público, como servicio esencial, es realmente público. La Sociedad de Transporte de Montreal (STM) es una verdadera empresa pública al servicio de sus ciudadanos. El 16 de octubre de 2016 se celebraron 50 años del metro de Montreal. Cuando llegué a esta ciudad, en 1987, a hacer estudios de maestría en planeación y ordenamiento, desde hace ya más de 20 años que se había resuelto el sistema de transporte público, del cual hace parte estructurante el metro subterráneo, complementado por un sistema de buses que funciona como la más precisa relojería suiza. Azur, la más reciente línea de metro de Montreal, está ya al servicio de la ciudadanía (Metro de Montreal - A bord du train Azur).
Jamás podría imaginar que está maravilla de metro fuese elevado. ¡Imposible imaginar tal destrozo urbano! Sería la peor de las obras de ingeniería: destruiría la ciudad con un horrible corredor de concreto de decenas de kilómetros y además generaría espacios más propicios para la delincuencia. En estos 32 años he visto, por el contrario, demoler grandes obras de infraestructura elevadas para ser reemplazadas por amables avenidas a nivel, con áreas verdes, cruces y paseos peatonales, propuestas urbanas dentro de la lógica que lo “pequeño es hermoso” (small is beautiful).
Es más que evidente que unos de los más graves problemas que tenemos en Bogotá es la movilidad, como el severo deterioro ambiental debido en gran parte a la contaminación vehicular. Igualmente está la inequidad —origen de la grave violencia social, y la exclusión y la marginalidad como sus consecuencias directas—, la segregación socio-espacial y su manifestación clasista en la odiosa estratificación, el crecimiento especulativo de ese monstruo urbano que cada vez más lo llevan sus administraciones neoliberales camino a la inviabilidad, a la insostenibilidad.
Si yo pudiese hacer algo por Bogotá, lo primero que haría es desestimular su expansión, ¡mas no su desarrollo sostenible! Dos cosas bien distintas. Esto, dentro de una visión nacional concertada del desarrollo urbano sostenible, se trata de desestimular la expansión de Bogotá y a la vez estimular el desarrollo de ciudades pequeñas e intermedias donde la vida aún es amable y donde convendría estimular los incentivos necesarios para que la gente no se vea obligada a emigrar por falta de oportunidades.
En materia de movilidad, es imperativo tratar de corregir el error monumental consistente en haber concebido a TransMilenio como un sistema primario de transporte público, como el sistema estructurante de la movilidad urbana. Este sistema jamás debió concebirse de esta manera. Desde un inicio, TransMilenio debió haberse concebido como el sistema alimentador de un futuro metro. Esto es lo primero que habría que corregir.
El metro subterráneo debería ser el eje estructurante de la movilidad urbana en Bogotá. Al ser subterráneo, se podrían minimizar serios problemas como la disponibilidad de tierras para facilitar su desarrollo, su continuidad y funcionalidad sin ninguna forma de interrupción en su funcionamiento, su carácter limpio no contaminante, su total control público al servicio de la ciudadanía, un sistema diferencial de pago teniendo en cuenta las poblaciones más vulnerables (jóvenes, estudiantes, ancianos), etc.
Soñar no cuesta nada, pero, si prefieren, sigamos en esta pesadilla en la que nos tienen aprisionados quienes deciden el destino de nuestra ciudad.