Me he enterado por una nota ciudadana de Las 2 Orillas (15 de Octubre, 2013) que se ha realizado una versión colombiana de Breaking Bad. La versión colombiana no es mala, observa el autor de la nota, pero usa algunos ridículos nombres de protagonistas imitando la serie original en inglés: Walter Blanco por Walter White, Cielo Blanco por Skyler White y sobre todo José Manuel Rosas por Jesse Pinkman. Estoy completamente de acuerdo con él en eso pero me parece peor aún el nombre de la serie: Metástasis. La traducción de Breaking Bad sería Rompiendo a lo malo o Escapando por lo malo que resume bien el interesante argumento original de un científico haciendo cosas ilegales, violentas, horribles con un buen propósito. Titularla Metástasis es pérfido a pesar que Walter Blanco, supongo, debe enterarse en el primer episodio que su cáncer de pulmón con diseminación metastásica es inoperable. No digo más para no dañar la sorpresa de los televidentes que no han visto la serie norteamericana o seguirán la serie “made in Colombia”.
El uso de términos médicos para situaciones violentas o marginales tiene problemas éticos profundos aunque no sea raro en el lenguaje común. Por ejemplo, hablar del cáncer de la guerrilla. En el caso de la serie reseñada, a algunos espectadores les molestará el recuerdo de su complicación oncológica todas las noches en horario estelar. Pero más allá de herir la sensibilidad de algunas personas, la metáfora del título nos lleva a equiparar una compleja situación clínica con el mal ético, el crimen, la violencia o aquello que nos está permitido socialmente despreciar y la enfermedad nunca debe ser sinónimo de maldad.
Hace unos años intenté ver La vendedora de rosas. No la terminé (y no soy delicado en mi lenguaje cotidiano) disgustado al ver como se llamaban los artistas gonorrea cada cinco minutos. Sé que la cinta mereció varios premios internacionales y el cineasta Gaviria retrató personajes de las comunas de Medellín con su lenguaje. Pero creo que los diálogos de la película validan con sus palabras una perspectiva atroz del otro que explica un poco el triste destino de algunos de sus actores no profesionales. Y todo con el simple nombre de una enfermedad, la uretritis gonocócica. He discutido este tema con algunos de mis alumnos y me dicen que el asunto es que las palabras médicas son “buenas para insultar”. Además nadie va a sentirse mal si le gritan simplemente uretritis en la calle.
La inteligente escritora Susan Sontag trató el problema del lenguaje que usamos para nuestras dolencias en un ensayo clásico Illness as a metaphor (La enfermedad como metáfora, 1978). En la primera página dice: “La forma más honesta de pensar la enfermedad —y la manera más saludable de estar enfermo— es aquella más purificada y más resistente al pensamiento metafórico”. Llamar a un violento programa de televisión Metástasis, por el contrario, está lleno de pensamiento metafórico. De ahí mis problemas con ese título.
El argumento de Sontag se basó en la representación literaria y social de la tuberculosis en el siglo XIX y del cáncer en el siglo XX. La tuberculosis fue vista como propia de personas extremadamente sensibles, Chopin por ejemplo, con un “gran fuego interno” que las consumía y se llamó a la enfermedad Consunción o Ptisis en griego. El cáncer era por el contrario una enfermedad asociada a la represión de pasiones. En el poema “La Señorita Gee” (1938) el gran poeta W. H. Auden escribía: “El cáncer es una cosa curiosa…Las mujeres sin hijos lo sufren y los hombres cuando se retiran, como si buscara una salida su frustrado fuego creativo”. Entonces, argumenta Sontag, todas esas metáforas nos llevan a ver la enfermedad como causada por características personales intrínsecas suscitando un peligroso mecanismo de defensa social, el culpabilizar a la víctima. Unos pocos años después se demostró la perversa fuerza de esta falacia cuando se juzgó que el ser homosexual era la causa del sida y no las distintas conductas sexuales (promiscuidad) y no sexuales (compartir agujas entre adictos) asociadas a la infección del VIH. Todo esto se fundamenta en un manejo poco cuidadoso, metafórico y hasta poético de complejos problemas patológicos.
Por eso debemos cuidar nuestro lenguaje cuando asociamos problemas o características sociales y personales a realidades médicas. Nuestras palabras pueden estimular modos errados de comprensión haciendo más daño que bien. La mente humana es compleja e impredecible. Si empezamos a asociar la palabra metástasis a desorden violento, agresión, sufrimiento y muertes criminales quién sabe cual será el resultado. La metástasis es un complicado proceso biomolecular que debemos entender con claridad más allá de nuestras imprecisas metáforas. Titular Metástasis un programa de televisión es por lo menos extravagante y quizás peligroso. Casi como llamar a alguien gonorrea o decir que tiene sida en el alma.