No ostenta músculos de fisiculturista en el vientre a lo Cristiano Ronaldo. Ni la prominente estatura de Zlatan o Haaland. Ni el cuerpo regordete de Maradona o Ronaldo Nazário. Ni la copiosa melanina de Pelé. Ni los ojos rubios de Oliver Kahn. Ni una pierna más corta que otra, como Garrincha. Ni la frondosa cabellera de El Pibe. Ni la calva de Zinedine Zidane. Ni el tupido bigote de Leopoldo Jacinto Luque.
Hablo del jugador más habilidoso en toda la historia del fútbol, que es el mismo “sóker”, “sóquer” o soccer (así se escribe en inglis), extraño remoquete que le endosaron al balompié en la liga gringa.
Debes saberlo. Por allá no se le llama fútbol, como en el resto del mundo. Esto porque el homófono “football” es propiedad de la NFL, National Football League, gestora del football americano, el cual está muy cotizado en Yanquilandia. Que es una variante del rugby, disciplina que para nosotros ―los demás del globo― es como de bobos.
El autismo que llevó a Messi a convertirse en el mejor futbolista de la historia
Un paréntesis lingüístico. Si la fuerte C latina no hubiera tenido la amariconada suavización delante de las vocales I y E ―cambio dado por los monjes ibéricos creadores del chapetoñol―, hoy podríamos traducirlo como «sócer», de acuerdo a mi propuesta de escritura curveñola, en la que dicha C siempre suena con vitalidad, brío, pujanza, vehemencia, ánimo, arranque, robustez, mejor dicho, energía pura. Cabe aclarar que esto es por regla general, debido a que habría excepciones: nombres propios, direcciones de correos electrónicos, marcas empresariales y de productos, medicinas, etc.
Tal novedosa escritura carece de ocho letras, que son la muda y las siete repetisónicas del bloque BHKLLQWXZ (sí, sí, ya sé que del dicho al hecho hay mucho trecho, y va pa largo posicionar la idea). Esto por regla general, cabe recalcar. Para más ilustración, puedes ver gratis el comienzo del libro El curveñol, en autoreseditores.
Lionel Andrés Messi Cuccittini (se pronuncia cuchitini): siete veces Balón de Oro y otras tantas mejor Jugador Mundial FIFA. Nació en Rosario, Argentina, el 24 de junio de 1987. O sea que tiene 36 abriles, edad en que un futbolista puede ir proyectando la colgada de guayos. Como canta Héctor Lavoe: todo tiene su final, nada dura para siempre. Pero de seguro Messi podrá deleitarnos por unos años más que incluirían su participación en el Mundial 2026.
Rosario es la ciudad más poblada de la provincia de Santa Fe. Está situada en la margen occidental del río Paraná, y es la tercera más grande del país gaucho. La principal es el área metropolitana del Gran Buenos Aires, con algo más de 15 millones de almas. La segunda es Córdova, con millón y medio de habitantes. Y como se dijo, luego viene Rosario, con un millón trescientos.
Messi juega en el Inter Miami, de los Estados Unidos, equipo que lleva el nombre en castellano en el escudo, Club Internacional de Fútbol Miami, como reconocimiento a que alrededor del 65% de la población del estado sabe hablar chapetoñol, castizo, español.
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Es una heráldica de fondo negro, con tilde en la U de fútbol, palabra que está en mayúsculas. Como ordena la RAE, así vaya en todas mayúsculas debe portar la tilde. El escudo también presenta, en números romanos, el año en que fue creado, MMXX, y siluetas de dos garzas, una mirando a la izquierda y otra a la derecha, con las patas entrelazadas sugiriendo una letra M, alusión a la inicial de Miami. Por lo anterior se le conoce por el apodo de Las Garzas.
La sede es la ciudad de Fort Lauderdale, Florida, en el área metropolitana de Miami. Juega los partidos de local en el DRV-PNK Stadium, escenario con capacidad para solo 21.000 espectadores.
Alguien dirá, ¡ey, esos gringos podridos en dólares y el cuchitril en que juega Messi! Quizás se deba a que el fútbol sigue siendo un deporte menor en el país del Tío Sam. El béisbol todavía es muy popular por esos lares tan apetecidos por migrantes capaces de atravesar el Tapón del Darién, pasar de pasón por Aviayala Central ―recuerda el verdadero denominativo del continente―, llegar a Méjico y al fin cruzar el río Grande del Norte. O saltar el murallón Donald Trump. O pasar por cualquier otro punto poco vigilado de la extensa frontera azteca-americana.
Como te decía, el estadio es más bien pequeño. Las tribunas se hallan tan cerca a la cancha que, cuando un jugador va a cobrar saque de banda y le toca coger impulso para el lance de la número cinco, los fanáticos de la primera fila le pueden coger las nalgas.
Cosa que por lo pronto le importa un pepinillo a David Beckham, propietario del Inter Miami, puesto que las boletas tienen precios astronómicos y los llenos son a reventar. Además, las camisetas rosadas con el famoso 10 se venden como pan caliente.
Bueno, si Dios quiere, los millones de admiradores de La Pulga ―distribuidos en los 193 países miembros de la Organización de Naciones Unidas, ONU―, seguiremos disfrutando de su amplia gama de endiablados regates por un buen ratón. O sea un largo rato.