Hace pocos días Facebook anunció el lanzamiento, para desgracia de muchas personas cada vez más preocupadas por el tiempo que pasamos y que pasan sus hijos frente a las pantallas de sus dispositivos de comunicación e información, de una nueva app diseñada específicamente para que niños y niñas puedan comunicarse con sus amigos por medio del servicio de mensajería de Facebook. Frente a las evidentes y cada vez más crecientes preocupaciones sobre la vida digital de las nuevas generaciones, Facebook no se ha cansado de resaltar las buenas intenciones que la empresa persigue con este tipo de proyectos.
La compañía parte de una premisa que puede llegar a ser cuestionable, según la cual si todos los niños y niñas actuales van a terminar tarde o temprano interactuando en las redes sociales, será mejor entonces que ese tránsito lo hagan desde ya en compañía y supervisión de sus padres. En general, la idea suena bien, sobre todo si creemos en la buena fe de Facebook. Pero es difícil creer en esta buena fe cuando las ganancias de la empresa provienen del tiempo de atención de sus usuarios y de los datos que éstos suministran. ¿Será posible creer que Facebook diseña esta app con la única y emotiva razón de que los niños y niñas sean bien guiados en los primeros pasos de sus vidas digitales? ¿No será más bien que Facebook simplemente quiere ir allanando el camino para fidelizar desde temprana edad a sus potenciales usuarios una vez éstos hayan cumplido los 13 años exigidos por la ley?i Además, aceptar aquella premisa sobre la inevitabilidad de la vida digital futura de estas nuevas generaciones, ¿significa entonces que esa vida digital deberá llevarse a cabo bajo los términos propuestos por Facebook, Google, Instagram, etc.? ¿Acaso no hay vida digital alternativa por fuera de la redes sociales? ¿Cualquier historia digital personal debe pasar por estos espacios de interacción? Al proponerse Facebook a sí mismo como el facilitador de los primeros pasos en la vida digital de niños y niñas, la compañía está asumiendo que el camino abierto por ellos y otras redes sociales es el mejor posible para interactuar socialmente en el mundo virtual. Y sí, es el mejor posible, ¡pero para sus ganancias!
Del Messenger Kids se podrán decir muchas cosas, y muchas de ellas vamos a escucharlas directamente de la compañía, pero lo único que no se podrá afirmar sin causar cierto desasosiego es que será una aplicación beneficiosa para los pequeños usuarios. Toda la discusión actual de alcance global sobre los peligros provenientes del uso intensivo de la tecnología en todas las generaciones, pero sobre todo en las más jóvenes, ha puesto en cuestión los supuestos beneficios de este tipo de interacciones virtuales, publicitados a manos llenas y a los cuatro vientos, por estas industrias tecnológicas. Si el principal objetivo del lanzamiento de esta app es que los niños y niñas se diviertan, es decir, que estén entretenidos, ¿qué tipo de beneficios creerá Facebook que los padres o sus hijos obtendrán utilizando esta aplicación, aparte de que funcionen como niñeras digitales o como medios para evitar el aburrimiento? Aunque no haya por ahora respuesta posible, es válido sin embargo plantear algunos comentarios y advertencias.
En primer lugar, la economía de la atención, fuente de las ganancias de todas estas grandes compañías, exige una dinámica perceptiva basada en la interrupción, distracción y dependencia tecnológica del usuario. Si hoy en día son cada vez más las voces que advierten de los malos hábitos en los que nos estamos encaminando como ansiosos consumidores de información, principalmente de información envuelta en el aura del entretenimiento y el espectáculo, y de cómo además estos hábitos están afectando negativamente nuestras relaciones sociales, nuestra concentración, nuestra memoria, nuestra capacidad de aprendizaje y hasta nuestro lenguaje, ¿qué será entonces en el caso de estas nuevas generaciones? ¿No son estos primeros años de formación los que más deberían ser protegidos de este tipo de hábitos? ¿No deberían las estrategias de attention hacking ser reservadas para otro sector de la población con mayores recursos para decidir lo que consumen y cómo lo consumen? ¿Utilizar las mismas estrategias para mantener a los usuarios del Messenger de Facebook conectados la mayor cantidad de tiempo posible, no debería ser prohibido en el caso de las generaciones más jóvenes?
Por otro lado, es por decir lo menos contradictoria la afirmación de Facebook según la cual el Messenger Kids mantendrá el bienestar de los niños y niñas, ya que las mismas estrategias para llamar la atención y retenerla la mayor cantidad de tiempo posible, incrustadas en las interfaces del Facebook y del Messenger de uso general, son aquí empleadas de la misma manera y buscando el mismo objetivo: que niños y niñas pasen un tiempo prolongado frente a las pantallas, interactuando por medio de la interfaz de Facebook con sus amigos. Efectivamente, el Messenger Kids tiene todas las características del Messenger común: los usuarios pueden enviar texto, fotos, GIFs, hacer videollamadas con máscaras y filtros, jugar con los stickers y enviar emoticones, entre otras funciones. La empresa dice que no habrá publicidad y que los datos no serán ni capturados ni monetizados. Suponiendo que la protección de los datos sea una declaración honesta, y cualquiera podría ser escéptico con tantos casos del mal uso de la información personal de los usuarios de esta y otras redes sociales, aquello sería sin embargo sólo una parte del problema. La otra parte, la más inconsciente y la que tiene repercusiones más profundas, se va creando con el uso continuo de pantallas e interactuando incansablemente con las interfaces gráficas por medio de las cuales se las opera.
En tercer lugar, aunque Facebook diga que no recolectará los datos de sus jóvenes usuarios y que por ello no es necesario que cada niño tenga ni una cuenta personal ni un número telefónico para utilizar la aplicación, no dice nada sobre el mismo hardware que la aplicación animará a adquirid específicamente para el consumo de niños y niñas. El software en este caso tiende a aumentar el número de niños con sus propias pantallas personales, lo que lleva a un mayor consumo de hardware infantil. Aparte de lo que ya se ha mencionado sobre los efectos sensibles, perceptivos y cognitivos del uso continuo de estos aparatos, lo padres deberían estar también preocupados por los datos, que otros programas de los dispositivos personales de sus niños y niñas, o que el mismo hardware, pueden recopilar y monetizar. Pues no se trata sólo de que Facebook recoja este tipo de datos, se trata además que en el mismo contacto con estas tecnologías, el usuario inevitablemente estará compartiendo información que en el caso de los niños es más sensible. Las declaraciones de Facebook en este sentido son además vacías frente a su modelo de negocios. ¿Quién puede asegurar que, una vez cumplan los trece años, Facebook no diseñará una opción para que toda la información de esta vida infantil entre a formar parte de sus cuentas personales por medio de un simple botón? ¿Quién puede asegurar que esa información sin discriminar, mezclada con la información de los padres, no será en un futuro próximo monetizada? ¿No podría Facebook proponerles a sus usuarios mayores de 13 años que su información infantil sea organizada en la línea de tiempo de sus nuevas cuentas? La multiplicidad de casos en los que Facebook ha abusado de la información personal de sus usuarios, obliga a pensar en estas preguntas.
Cuarto. Aunque es inevitable que las nuevas generaciones se relacionen con estas tecnologías, sí es posible o tanto retrasar ese vínculo o limitarlo en sus más adecuadas proporciones. De nuevo, ¿por qué la gran mayoría de padres de Silicon Valley, aquél lugar de donde salen todos estos aparatos y aplicaciones, prefieren llevar a sus hijos a colegios con metodologías waldorf? ¿Por qué estos ejecutivos se preocupan tanto de los efectos de la tecnología en sus niños como para prohibirles en muchos casos o restringirles en otros, el uso de estos dispositivos tecnológicos? ¿Qué saben ellos sobre los efectos negativos de la tecnología, de los cuales quieren apartar a sus propios vástagos pero acercar a los ajenos? ¿Qué nos están ocultando y al mismo tiempo qué nos están vendiendo? Si la preocupación central de Facebook es proteger la integridad de los niños frente a los peligros del mundo virtual, así como efectivamente hacen con los suyos propios, ¿no sería mejor por el contrario incentivar un uso mínimo de las pantallas, propiciar los encuentros físicos con otros niños y niñas, reconocer y aprender primero del mundo que nos rodea, diseñar sus interfaces de una manera que no sea tan intrometida, atrayente y adictiva?
Facebook evidentemente no está trayendo con esta aplicación ningún beneficio ni a los niños ni a sus padres. Por el contrario, está incitando a que niños y niñas pasen más tiempo frente a las pantallas, a que consuman más información en su mayoría completamente vacía, a que sus redes sinápticas aprendan que el estado natural es la interrupción y la distracción, a que sus memorias no puedan consolidarse. Con Messenger Kids, Facebook está cooptando un nuevo segmento de consumidores de tecnología, de generadores de contenido y de datos rentabilizables. Y habrá que ver qué propondrá la competencia.
En Estados Unidos existe la Children’s Online Privacy Protection Act, o COPPA. Esta ley prohíbe que niños y niñas menores a 13 años puedan entregar su información personal sin el permiso de sus padres.