La adquisición de medicamentos y suministros a los sistemas de salud es, con frecuencia, uno de los sectores más vulnerables y donde existe más riesgo de corrupción.
Aunque ya finalizó la Semana Mayor, seguimos en una cuarentena de reflexión. ¿Cuál es el problema con Dios? ¿Qué les pasa a los gobernantes, a la gente?
Él está sentado en su trono celestial, quieto, observando y tal vez acariciándose la barbilla analizando qué decisión tomar con esta humanidad tan difícil de descifrar, a pesar de ser su creador.
Ahora que la rápida propagación de la pandemia del coronavirus —o COVID-19— nos enfrenta a una crisis de salud mundial sin precedentes, la primera prioridad de nuestros gobernantes debe ser la protección de la salud pública y que cada ciudadano se sienta seguro de las instituciones hospitalarias, sanitarias y médicas. Pero parece que no es así, los brotes de contagiados y fallecidos como consecuencia del virus —aunque no creemos en las cifras oficiales— exponen las deficiencias del sistema de salud, aunque no trataré de las Empresas Prestadoras de Salud (EPS) ni de la reforma que se requiere; si no de la pública, especialmente me refiero al manejo gubernamental de los presupuestos destinados a atender la crisis. Estamos ante el potencial riesgo de corrupción, una situación que puede disminuir la capacidad de respuesta a la pandemia y privar de asistencia sanitaria a muchas comunidades.
Por desgracia, la corrupción encuentra terreno fértil para prosperar en tiempos de crisis, sobre todo cuando las instituciones y los mecanismos de supervisión son débiles, y la confianza ciudadana es escasa. Algo que nuestros gobernantes debieron prever antes de la emergencia sanitaria.
La identificación de estos riesgos de corrupción antes de que sucedan puede ayudar a fortalecer la respuesta global a la pandemia y ofrecer así los servicios de salud a quienes más lo necesitan. La adquisición de medicamentos y suministros a los sistemas de salud es, con frecuencia, uno de los sectores más vulnerables y donde existe más riesgo de corrupción. Razón por la cual, los entes de control del país han colocado sus alertas en varias alcaldías de ciudades y municipios de Colombia.
Pero esta situación ha llevado a muchos ciudadanos a culpar a Dios por la situación, pero acuden al Padre Eterno a que les solucione sus problemas a raíz de las malas decisiones que cada cuatro años cometemos en las urnas al momento de elegir a nuestros gobernantes.
Acaso es su culpa que elijamos políticos corruptos, sin escrúpulos; que existan empresarios cómplices que vean el sistema de salud con una calculadora, o en un cuaderno de estados financieros; y no como un derecho a la vida. Que ahora los mandatarios salgan en cada alocución a clamar el nombre de Dios y a pedirle su ayuda para tapar sus ineficiencias, su falta de sentido social, cuando toman malas decisiones y a favor de unos pocos acumuladores de riqueza que sólo buscan saquear las arcas de lo público.
Ni hablar de los mal llamados siervos de Dios, pésimos apóstoles, preocupados por las riquezas materiales y dejando atrás las espirituales; ahora salen a pedir ayuda del Estado para sostener sus mega templos mientras sus fieles —muchos— no tienen el sustento diario, pero los apóstoles modernos se movilizan en camionetas blindadas. ¡Por favor!
Fíjate en aquellas de sana doctrina, por sus frutos los conoceréis y no por las infraestructuras de sus iglesias ni por el tipo de carro que tienen. Si no por la riqueza espiritual.
No soy religioso, pero por favor no maltraten su nombre. Él no tiene la culpa.
El hijo del hombre ya fue crucificado y resucitó... no lo hagas otra vez cargándolo con tus errores. Invocando su nombre cuando has tomado malas decisiones. Dios nos guarde de seguir eligiendo esa clase corrupta y creyendo en malas doctrinas.
¿De qué nos sirve culpar a Dios? Si como humanos, o ciudadanos, tenemos la solución en nuestras manos. Lávense las manos con agua y jabón, pero no como Pilatos. ¡Actúa!
Recuerda: #quédateencasa