Hace unas semanas se publicó una nueva medición de pobreza en Colombia, donde el DANE manifiesta que “La línea de pobreza es el costo per cápita mensual mínimo necesario para adquirir una canasta de bienes (alimentarios y no alimentarios) que permiten un nivel de vida adecuado en un país determinado. Para 2014 el costo per cápita mínimo necesario a nivel Nacional fue de $211.807, lo que equivale a un crecimiento de 2,8% con respecto al del 2013, cuando se ubicó en $206.091.” es decir en un mes de 30 días ¡NO es pobre! una persona que pueda vivir o -mejor- sobrevivir con $7.060 diarios.
Luego de pensarlo durante algún tiempo decidí abandonar mi comodidad por un día y vivir con esos $7.060 pesos; un ejercicio pensado para ponerme en los zapatos de alguien que vive justo por encima de la línea de pobreza. El día fue más o menos así: Tomé un microbús para transportarme de mi casa a la universidad que me costó $1.900, luego compré un jugo granizado de lulo que costó $1.500, en este momento me sobraban $3,660, dinero que por supuesto no era suficiente para almorzar.
En ese momento me vi enfrentado a una decisión terrible que hasta ese día nunca había tenido que tomar: comprar algo de comer y regresar a casa caminando o aguantar (el hambre) y evitar caminar los casi 4 km que separan a mi lugar de trabajo de mi casa. Mi decisión fue tomar otro microbús y no comer nada, por lo que al final del día me quedaba un total de $1.760, suma que según la medición del DANE debía alcanzarme para almorzar y cenar.
Afortunadamente al llegar a casa encontré comida preparada y pude suplir una de mis necesidades primarias siendo plenamente consciente que lo que comí costaba mucho más que esos $1.760 pesos que me sobraban. Pensé inmediatamente en que de no haber tenido nada qué comer en casa seguramente hubiera tenido que recurrir a un pan de $200 (si es que aún se consiguen), con un pedazo bastante frugal de queso, acompañado de un sobre de químicos en polvo con sabor y olor a frutas o a té, que en este orden de ideas sería mi única comida del día.
Luego de publicar mi experiencia en Facebook recibí comentarios que me hicieron reflexionar aún más sobre la experiencia de vivir un día como no pobre. Una estudiante con mucha razón me preguntaba qué hubiera pasado si me antojaba de unas ciruelas y añadía que de acuerdo a la medición no había tiempo ni dinero para la recreación y goce personal. Mi respuesta luego de un par de lágrimas reflexivas fue que sencillamente era un gusto que no me podría permitir siendo un no pobre, que si la decisión era cenar o comer ciruelas definitivamente hubiera preferido el pan con queso y bebida que proyecté. Ciertamente tampoco hubiera tenido dinero para esparcimiento o recreación.
Antes de hacer el intento de dormir llegué a la conclusión más triste y lapidaria de la jornada: si no hubiera tenido agua en la oficina me hubiera puesto en la disyuntiva de comprar el agua y descompletar el pasaje del microbús y caminar hasta la casa. Otra opción era no cenar; y la última y tal vez más nefasta era que no hubiera podido tomar agua hasta que llegara a mi casa o encontrara un buen samaritano que me ofreciera un poco. Entonces, me di cuenta que los "no pobres" sobreviven en la medida en que se logran acostumbrar a sus carencias. No les está permitido darse gustos y si se los dan lo hacen a sabiendas de que por ello tendrán que sobrellevar las consecuencias del gasto oneroso en que incurran. ¡Menos mal que no son pobres!