El hombre moderno es el resultado no solo de los factores biológicos evolutivos propios de la especie humana, sino de la urdimbre social, histórica e intercultural en la cual se encuentra inmerso desde el momento en que nace hasta el día en que fallece. Sería una ardua tarea el mencionar cada uno de los elementos que han formado el carácter cultural y sociológico del hombre promedio colombiano, pero lo que sí se da por sentado es su atraso intelectual, moral y social en comparación con nuestros colonizadores.
Es como si este boceto de hombre mezclado de raza indígena, negra y española, hubiera tomado o le hubieran inculcado solo las falencias propias de los europeos. Es como si nos negáramos a seguir el curso de su evolución social, y el hombre colombiano haya quedado estancado en esa turbia laguna de indiferencia intelectual hacia aquellos valores que ensalzan al homo sapien. Somos un raro tipo de ser humano feliz, pero ignorante.
La falta de sentido crítico redunda en una incapacidad para realizar una lectura concienzuda de la realidad del país. Achacamos la culpa a los gobiernos presentes y postreros y nos dejamos enlodar de una vana esperanza de cambio en manos de unos pocos sofistas que cada cuatro años endulzan los tímpanos de los incautos en busca de su simpatía. Lo anterior desconociendo que una verdadera revolución social y económica solo es posible desarraigando de nuestra cultura la apatía hacia lo intelectual, sofocando ese desinterés pedante hacia conocer nuestra historia y, sobre todo, cuando el colombiano venza la pereza que lo lleva a no buscar más verdad de la mostrada por los medios de comunicación nacional, que valga resaltar, le pertenecen precisamente a esos a los que pretendemos demonizar y santificar.
Aún está lejos el día en que nuestros hijos puedan gozar de una Colombia desarrollada cultural e intelectualmente, cambio que solo podrá ser posible si volcamos nuestra atención hacia la filosofía, hacia las ciencias humanas, hacia un conocimiento general de la política o los modelos económicos y en fin, hasta que el colombiano piense más en los problemas de su país, que en los partidos de fútbol.
