Al consultorio de un médico homeópata llega una señora muy angustiada: «doctor, tengo urgencia de viajar; pero este enfisema pulmonar me impide hasta respirar, ¿me lo podría curar en tres meses para poder viajar? Es muy urgente» «¿Cuánto tiempo lleva usted fumando?» «Unos cuarenta años, creo» «¿Usted cree que un daño que usted se ha hecho durante cuarenta años se puede curar en tres meses?»
Algo peor nos sucede a los colombianos: durante muchos años, hasta siglos, hemos padecido de un enfisema social y político por las más diversas causas: corrupción, inequidad, subdesarrollo, etc., y pretendemos que todo se solucione en menos de cien días.
La llegada de los europeos hace más de cinco siglos, apenas si desnudó los conflictos de nuestros ancestros y los multiplicó.
La república, con sus rémoras de esclavitud, feudalismo y discriminación, engendró nuevas disputas sociales y políticas. El cáncer de la inequidad se fortalecía silenciosamente.
Dos momentos marcaron catarsis que podrían haber sido atendidos; pero no fue así: la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y la consecuente dictadura de Gustavo Rojas Pinilla. El mal creció evidenciando que su tratamiento debería ser sangriento.
El último período catártico fue la saga uribista de veinte años, que no podía gestar sino un cambio para dar inicio a un escenario de esperanza.
Pero esa esperanza se desborda y las comunidades centenariamente vulneradas, humilladas, abandonadas y explotadas, quisieran que en menos de cien días arrancara la solución de todos los problemas que nos aquejan.
Y de esto se pegan quienes han sido los causantes del daño, para desprestigiar lo que, paso a paso, se ha venido haciendo desde el pasado siete de agosto.
Los cambios, entendámoslo de una vez, suceden, se hacen de a poco y con todos.
La pregunta es: ¿Cuál conducta debo asumir para generar un pequeño cambio en la vida del país? Ante el inmenso monte de problemas por solucionar, cualquiera se echaría a correr, huyendo; pero lo sano es tomar una pala, o un machete, o cualquiera otra herramienta para empezar a desbrozar. Empezar a pensar, es el inicio del cambio.
Un cambio pausado pero seguro, que se hace con todos, incluidos quienes no lo quieren.
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