Acaban de cumplirse los diez años de la muerte de Celia Cruz y quiero recordar aquí la lectura de una biografía que de la Reina Rumba escribió el escritor, periodista y crítico de arte barranquillero Eduardo Márceles Daconte.
Me dicen los datos que “sólo de la edición de Reed Press de New York se vendieron cien mil ejemplares en su versión de español e igual número en su versión al inglés; que la edición colombiana tuvo un tiraje de cinco mil ejemplares en tanto que el Ministerio de Cultura de Venezuela lanzó al mercado cien mil libros; ediciones todas prácticamente agotadas. Y que la película ¡Azúcar!, basada en este libro, está actualmente en etapa de preproducción en Estados Unidos”.
Al margen de todas las incidencias que hicieron de este libro un fenómeno de prensa, un éxito de librería, en Nueva York, Miami y Caracas, pero también un motivo de discordia y un objeto de discusiones apasionadas de fanáticos, melómanos y coleccionistas, serenos y sectarios, este libro está visiblemente escrito por alguien de notable experiencia periodística, con olfato de reportero y un gran sentido de la oportunidad; además de una admirable buena administración de los muy diversos materiales, conocidos e inéditos, y de las ambiciones temáticas de la historia, puestas en una estructura capitular al mismo tiempo convencional y diferente.
Condiciones que seguramente van a resultar con el tiempo los soportes fundamentales sobre los cuales se sostendrá este libro, que muy posiblemente será referencia obligada para todos aquellos proyectos similares sobre Celia Cruz que sin duda vendrán después para corroborar o pretender corregir lo que en éste se dice, además de asumir quizá otros aspectos ya conocidos o por el contrario insospechados. Aunque este libro pareciera agotar casi todos los aspectos cruciales de la vida y obra de este icono indiscutible de la cultura sonora latinoamericana.
Y para quienes conocíamos en Eduardo Márceles una tendencia, o preferencia, profesional marcada más hacia los temas críticos del teatro, la literatura y las artes plásticas, sin hablar de su trabajo creativo en la narración, no sospechábamos que su aguja de escritor y periodista fuera sensible también a los temas de la música. Sin embargo, aquí nos ofrece este libro escrito con propiedad en el manejo de un amplio acervo de datos y circunstancias y con responsabilidad periodística, misma que le ha permitido defenderse ante los embates de quienes le señalaron al libro en sus inicios algún tipo de inexactitud o impropiedad profesional.
Solo unos pocos días antes de viajar Eduardo a Nueva York para el lanzamiento del libro, a pedido de él mismo, en su casa transitoria de Salgar, por ese entonces, tuve la oportunidad de leer casi a vuelo de pájaro varios de los breves capítulos de este libro, todavía, claro, en una copia preliminar de lo que sería la edición definitiva para el mercado latino de Estados Unidos, y advertí de inmediato, a pesar de la lectura apresurada, que publicar un trabajo así, para ser lanzado a un año escaso de la muerte de Celia, escrito además no por un periodista de la detestable farándula latina de Miami, sino por un creador y un investigador experimentado, y ganarle de mano en oportunidad editorial a muchos que ya tenían quizá sus armas ya montadas con ese mismo propósito, era entonces una empresa nada fácil y de ciertos riesgos, con la que seguramente algo pasaría. Y pasó.
Lo que vuelve a poner de presente que en esto de escribir y publicar, (especialmente acerca de temas de una u otra forma sometidos a la presión de ciertos fenómenos extra periodísticos o extraliterarios como la política, la excesiva sensibilidad popular, o la prestancia y ascendiente social de ciertos personajes) aparte de los méritos intrínsecos fuera de toda discusión que deben tener las historias y sus tratamientos, son proyectos editoriales que tienen que confrontarse, además, con el azar de otros juegos circunstanciales de contexto, o bien con algunos cálculos coyunturales, que nunca se sabe qué tipo de influencia pueden terminar ejerciendo sobre ideas que, en muchos casos, sucumben en un maremagnun de cosas no pertinentes, o como en el caso de este libro, creando un entorno polémico propicio porque lejos de descalificarlo lo ratifican en sus aportes y en sus méritos.
Antes dije, muy tangencialmente, que el libro tenía una estructura capitular al mismo tiempo convencional y diferente. Me detendré un poco en ese punto, porque lo considero un acierto no sólo para el desempeño mismo del libro como organización de una información, sino para lo que creo es una dinámica provechosa de su lectura.
Se trata de un juego de alternancia de avance y retroceso en el recorrido vital de Celia como persona y como artista, en el que todo el desarrollo de su historia va siendo permanentemente contrastado en el libro con capítulos cortos que sitúan la acción desde el día de su entierro apoteósico, y quizá desmedido, el 22 de julio de 2003, y todas las circunstancias que rodearon el sepelio el 18, 19, el 20, el 23, el 24 de ese mismo mes, haciendo con esa recurrencia una imagen simbólica de lo que Celia en verdad representaba para una comunidad que sentía por ella una elocuente idolatría.
Y así va el libro, hacia atrás y hacia adelante hasta cerrar con el capítulo de la cantante en su lecho de muerte. El capítulo siguiente sería, por rigor lógico, otra vez el del día de su entierro, con lo que se configuraría una estructura circular que nos invita a leer de nuevo el libro una vez terminado; o acaso es entonces una invitación para volver a Celia, a su música, una y otra vez como en las vueltas infinitas de un viejo disco de acetato.