No solo Zaita, personaje apócrifo de Mahfuz en su novela El callejón de los milagros, satisfizo necesidades de aspirantes a mendigos. Lo ha logrado y los fabrica la concentración de la riqueza telúrica, las sociedades y sistemas erráticos, liderados por usurpadores de lo público; estos paren nómadas sufridos (al por mayor) que deambulan entre selvas de cemento, acreedores a una deuda que aventajados se sienten en su forma de cobro.
Los mendigos pululan en búsqueda de la nada que les llene, rondan sectores preferidos que les den su beneficio, se adiestran y llegan a ser dueños de maneras convincentes (con sus heridas físicas, gestos con discurso incluido y llanto de plañidera consagrada) para ganarse el “pobrecito” que les haga llegar su sustento y más. Los hay, de verdad, necesitados o, de otra “clase social”: andariegos con una mascota o más, de carreta ambulante con familia a bordo, vendedores de vicio o afines. Incluso, está el diferente: cargando su colchón en busca de su placidez para la dormida.
Hay mendigos que hacen de esa una forma de vida, a no reversar, pues así la experimentan a diario y, usando palabras riesgosas, “no les va nada mal”; pues no pagan impuestos, ni arriendo, ni menos, servicios públicos. Y la salud la tienen a la hora de acosar a alguna institución gubernamental.
Otra arista sobre la producción de mendigos la tiene esa máquina invisible, destructora de economías emergentes, los hacedores de guerras que desplazan y pauperizan pueblos. También, las grandes economías discriminatorias, aplanadoras y de mirada desdeñosa a los inmigrantes.
Los mendigos son tan antiguos como la misma humanidad.