Debo empezar mencionando que desde que obtuve la cédula nunca he estado sin trabajo y que al cambiar de empleador lo hice sin traumatismo ni esperas, es decir, me ha ido bien en la vida laboral. Además, mis competencias me permiten obtener otros ingresos.
Pero no puedo desconocer la realidad cada vez más caótica de mi país, donde las estadísticas no reflejan nada alentador y es más frecuente oír a propios y extraños comentarios como “la situación está dura”, “voy a trabajar enfermo” o “ni por el putas dejo el trabajito”.
Caemos en mendicidad laboral, cuando hacemos lo que no nos gusta por no dejar de recibir un salario. Mendigamos un trabajo pese a una horrenda remuneración porque detrás de ese mísero ingreso vienen personas más desesperadas. Nos dejamos humillar porque ya queda poquito para pensionarnos. Le quitamos tiempo de calidad a la familia porque pensamos que eso nos hace indispensables y permitimos que alguien (jefe) con una vida miserable nos vuelva la vida igual creyendo que tiene el derecho.
Ninguna persona debe ser humillada por aquel que nos ofrece una remuneración por nuestras competencias, habilidades y tiempo. Pero es algo que pasa y tan seguido que ya lo consideramos normal y esto hace que el tiempo de tranquilidad en familia se vuelva un círculo de desahogo, mal humor y rabia con aquellos que solo nos brindan su amor.
Mendigamos respeto pero se nos olvidó que si no nos respetamos a nosotros mismos, nadie más lo hará. Es más fácil buscar culpables en un extranjero, un compañero o una necesidad que nos mantenga atados a la miseria del día a día que reconocer que como colombianos tenemos la capacidad de crear nuestro propia empresa o hacer valorar nuestro conocimiento con argumentos ante un empleador.
Pero al fin de cuentas, ¿quién soy yo para opinar sobre algo que nunca me ha pasado? Piénsenlo.
