Preservar contiene el prefijo pre-, que indica anterioridad, es decir, el verbo es una acción previa a servare, que es guardar, cuidar o proteger. Si nos detuviéramos al menos unos segundos a pensar cuáles han sido las acciones en los dos últimos siglos para adelantarnos al cuidado de eso que hemos llamado «naturaleza», como el conjunto de todo lo existente armonizado por sus propias leyes, hoy comprobaríamos lo que ya es evidente: lo único que hemos acelerado es la destrucción y no el cuidado.
Aunque persiste el debate sobre el Antropoceno como una época geológica en la cual la acción del hombre sobre su propio hábitat ha acelerado procesos de destrucción a partir de la Revolución Industrial, lo cierto es que la idea de que el centro del problema es el hombre, según el nobel Paul Crutzen, quien la mencionó hace veinticuatro años en un artículo en la revista Nature, no ha sido comprendida en su dimensión cultural.
Lo primero que quisiera preguntarme, siguiendo mi idea anterior, sería cuáles son las culturas que han predominado y cuáles han sido sometidas, para comprender qué papel juegan unas y otras en la posible idea de hacer una paz con la naturaleza, que es una paz con nosotros mismos.
Sin duda alguna, la cultura triunfante en los últimos cinco siglos, que deja por fuera milenios de historia, es la del colonialismo, primero, y después la del capitalismo, que nos condujo, en las últimas cuatro décadas, a un neoliberalismo desatado en el cual esas fuerzas de la producción y el consumo se convirtieron en ingobernables para la mayoría, concentrando el gran poder económico del mundo en apenas el uno por ciento de la población del mundo.
Eso, por supuesto, tiene que ver con la manera de enfocar el problema. De un lado, se piensa que el papel de las culturas es hacer sostenibles las actividades artísticas y tradicionales de la humanidad para conservar la memoria y los símbolos de las civilizaciones como grandes organizadoras de la vida y la cultura en nuestro planeta. Del otro, se ha soslayado el papel esencial de la acción y no de la sostenibilidad económica de esos hombres y mujeres que, a través de sus formas de organización social y cultural han preservado, ellos sí, algo de un mundo que aún pervive más allá de los grandes centros del poder económico del mundo.
Desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes hemos emprendido una serie de estrategias de acción política para intentar asentar las bases de una forma de política pública que reconozca a esas culturas, artes y saberes como esenciales en los desafíos que debemos enfrentar como sociedad, para recuperar no solo la vida en nuestro planeta, sino nuestros propios sueños y nuestra idea de futuro, que es fundamental en el mundo apocalíptico que se impone en el relato de los grandes flujos de información que corren por las redes sociales.
Pensamos que la preservación de la biodiversidad no es solo una cuestión científica, sino también cultural y social. El papel de las culturas, las artes y los saberes en la preservación de la vida en paz con la naturaleza, en el marco de la COP16 y el Convenio de Diversidad Biológica (CDB), se centra en la integración y valoración de los conocimientos tradicionales y la diversidad cultural como parte esencial de la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad. Las culturas, las artes y los saberes desempeñan un papel fundamental en la preservación de la biodiversidad y la promoción de una vida en paz con la naturaleza, y su integración en los objetivos de la COP16 son esenciales para enfrentar la crisis de biodiversidad, ofreciendo una oportunidad para abogar por políticas que integren las dimensiones culturales con las acciones ambientales.
Aunque constatamos que esta COP pone en el centro a los pueblos indígenas y afrodescendientes y a las comunidades locales como grandes conocedores de prácticas de manejo sostenible, nos preguntamos si no es ingenuo seguir pensando la política desde la marginalidad de los ministerios de cultura y no poner en el centro de la acción política a las culturas. Si quisiéramos realizar una verdadera transformación que pusiera en el centro el cuidado de la vida e incorporar estos conocimientos en la política pública y la gestión ambiental para que las prácticas de conservación respeten los ecosistemas interdependientes, y reconociéramos las prácticas tradicionales de manejo de tierras, agricultura sostenible y medicina tradicional como ejemplos de cómo el conocimiento ancestral puede guiar la gestión de los ecosistemas y el bienestar de las comunidades, entonces tendríamos que integrar las culturas, las artes y los saberes con capacidades económicas reales, que tejieran las actividades humanas, para entender la capacidad de las comunidades para preservar y salvaguardar sus tradiciones y conocimientos y así asegurar políticas de conservación culturalmente apropiadas y sostenibles. Esto no solo contribuiría a la protección de la biodiversidad, sino que también promovería una justicia cultural, epistémica y social con el respeto y la equidad que señala el artículo 8J.
La pérdida de biodiversidad es la pérdida de culturas, y viceversa. En este sentido, la COP16 debe subrayar la importancia de proteger no solo la biodiversidad, sino también las culturas que dependen de ella, fomentando un enfoque bioculturalque reconozca que la protección del ambiente incluye la preservación de las formas de vida culturalmente diversas.
Es por todo esto que hemos enfocado nuestra tarea política desde el Gobierno nacional en crear y atender algunas de las tareas del artículo 8J, produciendo marcos de acción política como la promulgación de nuestro Plan de Cultura 2024-2038, «Cultura para el cuidado de la diversidad de la vida, el territorio y la paz», en el que consignamos la opinión de más de 98.000 personas: líderes sociales y comunitarios, artistas, campesinos, artesanos y gestores, entre muchos otros; y que además sometimos a consultas previas con los pueblos afro, palenqueros e indígenas.
Este plan contiene las seis estrategias del Ministerio de las Culturas que coinciden con la idea que plantea este foro. La primera de ellas tiene que ver con la puesta en marcha de una agresiva campaña a través de una enorme inversión pública en Formación Artística y Cultural en los cuatro años de Gobierno, mediante la cual la sensibilidad de al menos quinientos mil niños y niñas de escuelas y territorios excluidos del país entren en contacto con las artes y los saberes, según las especificidades de las culturas y los territorios.
Aunque no ha sido evidente en un país que padece aún la violencia, hemos conseguido, en los dos años de este Gobierno, llegar a más de 1400 colegios públicos con profesores de artes e identificar las actividades propias de los territorios a través de más de 1500 organizaciones que han sido reconocidas con recursos públicos para que realicen algunos de los objetivos trazados en la pasada COP de Kunming-Montreal, como el reconocimiento y la contribución a los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades locales como custodios de la diversidad biológica, asociados en su restauración, conservación y utilización sostenible.
A través de las escuelas y los procesos formativos pensamos que es posible empezar a dar poder a las comunidades para que el cuidado tenga un sustento público y una relación con la política pública. Son estas las escuelas de saberes y reconocimiento de la partería, de la producción del viche en el Pacífico colombiano, de las plantas sagradas como la coca, del oro como material de artesanía y filigrana en Nariño, entre otros.
Por ello, consideramos que el cambio de mirada tiene que ver con un asunto de reconocimiento de la ausencia de lugares de infraestructuras culturales en el país y hemos comenzado, como lo expondremos en esta COP en la zona verde, un ambicioso plan de construcción comunitaria que traslada a los funcionarios del Gobierno nacional a los territorios para que las comunidades puedan realizar y construir, en su propia lógica, con sus saberes, materiales y condiciones de conservación, sus propios lugares. Ejemplo de ello es el plan de Casas de Saberes que construimos en Cauca, Putumayo, Vichada y Amazonas.
Al reconocer los saberes y las artes, desde las culturas, reconocemos también sus formas de organización económica y social. Por eso hemos insistido en crear redes de circulación de las artes a través del programa de Salas Concertadas, un antiguo programa que reconoce la tarea de grupos de artes vivas y de teatro con una red nacional de teatros desde el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, y así podamos crear redes de circulación que les permitan a los artistas circular y vivir en economías de escala. Al fortalecer los territorios desde estas tres estrategias, creemos que empezamos a configurar nuestra idea de territorios biocuturalespara hacerlos coincidir con algunas de las tareas definidas en la COP de Kunming-Montreal.
Hoy es importante entender que Colombia ha sido una vanguardia en el reconocimiento de los derechos de los ríos y de la naturaleza; de sus pueblos y de su interculturalidad, pero esa fortaleza, también, requiere de una acción sostenida a lo largo de los años. Si queremos una verdadera paz con la naturaleza, será necesario dejar de ver la acción cultural como subsidiaria de las demás actividades humanas: la aspiración que deberíamos tener es que lo esencial de cualquier acción pública sobre el territorio debe partir del entendimiento de su cultura, de las lenguas, los conflictos, la memoria y la historia, y, por supuesto, del conocimiento de las relaciones con los biomas.
Quizás entonces podríamos aspirar a que las intervenciones contradictorias, llenas de tensiones entre lo deseable y lo posible, se concertaran antes y no después. Que preservaran, es decir, que actuaran antes, y no después. Solo así habrá esperanza en que entendamos que estamos en un verdadero diálogo de culturas que definirá, de aquí en adelante, nuestro lugar en el planeta, y la belleza de una vida que, como la de los bancos de corales, vemos blanquearse poco a poco, como sombras de esa caverna platónica en la cual solo puede verse el reflejo de una realidad, y no la realidad misma.