Y llegó la hora de la segunda sesión de las semifinales del Concurso Internacional de Piano. Los dos cubanos se enfrentarían a pianistas de Japón, Italia, USA y Rusia.
El indonesio Nial Djuliarso abrió la sesión e hizo alarde de su estilo inscrito en la corriente principal, a veces demasiado cercano a Oscar Peterson; le siguió el norteamericano Max Haymer con gran despliegue de técnica y buen gusto, pero con reconocibles ecos y resonancias de Bill Evans; y llegó el primero de los cubanos, Harold López Nussa, hijo Ruy López Nussa, baterista que estuvo hace varios años en Barranquijazz, y que este año regresa con parte de la dinastía familiar para ser homenajeados en nuestro festival, y realizó una presentación que produjo asombro y complacencia con un piano que sacaba a cada rato a pasear su cubanía por los predios del jazz en grande.
El turno fue para el italiano Vittorio Meza que hizo una de las presentaciones más interesantes de toda la semifinal. Con un estilo abiertamente opuesto a los modelos previsibles tocó temas de Mingus, de él mismo y el obligado de Coltrane a la manera del free jazz, muy Cecil Taylor, cosa que le daba un toque interesante de cerebralidad y emoción al mismo tiempo para un resultado original e inteligente. El japonés, por su parte, abrió con un tema personal sin interés ni sorpresa e interpretó un Blue Monk y un Giant Steps que no le aportaron nada a la tarde.
Le tocó el turno al otro cubano, Alfredo Rodríguez, hijo del presentador y animador cubano del mismo nombre, y también hizo de las suyas. Tocó dos temas de su autoría ciertamente notables, llenos de temperamento, estudio, técnica y raíces cubanas, y un Giant Steps que arrancó aplausos decididos en el público.
El cierre estuvo a cargo del ruso que puso a temblar a todos con un despliegue de técnica y conocimiento, y estado físico, dada la ingente cantidad de notas por segundo que salían de aquel Steinway rojo que tenía al lado una pancarta institucional con su slogan intimidante que decía: “Pasión por la perfección”.
Pero nos fuimos. No esperamos el veredicto del jurado que debía elegir a cuatro de doce para la final del día siguiente, pero en el intermedio del concierto de la noche en el Casino nos enteramos por boca del propio López Nussa que había sido él uno de los ganadores. Los otros tres eran el hijo de Baden Powel, el norteamericano Haymer y el indonesio Djuliarso.
Pero ahora estaríamos en el Casino de Montreux. Nos esperaba, Diana Reeves, la cantante norteamericana llena de premios y elogios que superó todas nuestras expectativas. Por su alto sentido jazzístico improvisativo Diana Reeves lleno de inteligencia, humor y sabiduría solística a la cabeza de un trío de impecable performance.
A ella seguiría en escena el gran tecladista George Duke, uno de los responsables del sonido jazz rock de los años setenta, colaborador de Miles Davies y Frank Zappa, al frente de un grupo que abrió con un par de temas funky pesados que cambiaron la noche luego de la deliciosa presentación de Diana Reeves. Y enseguida empezaron a salirse del concierto los primeros asistentes. Menos mal cambió al piano acústico y la presencia de una cantante negra de estupendos solos, enderezaron las cosas para todos. Sin embargo, la gente seguía saliendo. Hasta cuando se le ocurrió invitar a Diana Reeves a escena para realizar dos temas que volvieron la calidez a la sala y el sentido al concierto. Y así cerró la noche.
Al día siguiente nos fuimos a la Gran Final del concurso de piano. La sala llena y las condiciones las mismas de la semifinal: tres temas: uno de libre elección, un blues, y una escogencia entre Memories of tomorrow, de Keith Jarret y Whisper Note, de Benny Golson.
Baden Powel, una manera muy personal de entender y expresar su proceso musical
Y el primer turno fue para Philippe Baden Powel que mejoró notablemente su presentación de la semifinal haciendo una interesante interpretación del tema de Jarret y una interpretación similar en su segundo y tercer tema, dejando para todos la impresión de una manera muy personal de entender y de expresar su propio proceso musical. Le siguió Nial Djuliarso que volvió a dejar en claro que conoce muy bien la historia del piano de jazz, que Oscar Peterson suena bien en sus manos, que es capaz de componer muy solventemente y que es un intérprete que ocupará pronto importantes sitiales en el campo del jazz.
El norteamericano Max Haymar, por su parte, que se sabe con un gran poder en el teclado y con conocimiento de la técnica, hizo demasiado alarde de esa fuerza, no porque la música la necesitara sino por un inocultable exceso de confianza. Le hicieron falta matices y sutilezas. Su propia composición era un falso latin jazz aunque su versión del tema de Golson fue maravillosa.
Y cerró Harold López Nussa, quien no dejó dudas acerca de su capacidad de creación en el piano, no solo para lo propio sino para reinventar a otros autores. Lo suyo es sin duda un caso de talento extraordinario. Por eso fue seguramente premiado con el Primer Premio del Jurado y con el Primer Premio del Público. Un triunfo de verdad muy meritorio. Y por eso es ya hoy por hoy una presencia firme en el lenguaje del jazz mundial.
El Segundo premio fue para el norteamericano y el tercero compartido entre Baden Powel y Nial Diuliarso. Un fallo más justo hubiera dado al indonesio el Segundo lugar, el tercero a Powel y el cuarto a Haymar. Pero así fue.
La inglesa Lisa Stanfield hizo un pop jazzeado del mejor gusto
Y nos fuimos corriendo al Casino Barriere donde ya había terminado la primera parte del concierto de la noche encargado a la joven Polaca Ana Serafansky, ganadora en 2004 del Concurso Internacional de Jazz Vocal; pero nos dejaba a la inglesa Lisa Stanfield. Rodeada de músicos de primer orden esta maravilla de mujer hizo un pop jazzeado del mejor gusto con su propio repertorio y con una que otra visita al repertorio clásico del jazz. Su talento escénico y vocal fueron parte fundamental del éxito del concierto, pero sus dos voces negras del coro y sus instrumentistas le ayudaron a definir una de las mejores noches del festival.
Diana Reeves, la cantante norteamericana llena de premios y elogios, superó todas nuestras expectativas