Ya el festival había entrado en la recta final y nuestro viaje también. A esas alturas hacían falta pocos conciertos. Los 1.500 hombres y mujeres que conforman el staff del festival acusaban visiblemente los estragos del trabajo.
En el Petite Palais, un agregado que se hizo al Hotel Gran Palace de Montreux, se llevaría a cabo la presentación de los cuatro finalistas del Concurso de Guitarra de Jazz patrocinado por la marca Gibson, en el que estaban participando John Moriarty, de Irlanda; Diego Ribeiro Figueredo, de Brasil; Bjorn Vidar Solli, de Noruega; y Gilad Hekselman, de Israel. El brasilero hizo gala de la respetable tradición guitarrística de su país y entregó una presentación por fuera de lo previsible, en un código diferente al del lenguaje de la guitarra de jazz moderna en el que tocaron sus tres compañeros de competición. Pero como le comenté al oído a su compatriota Baden Powel, a él no lo entendería un jurado conformado por los guitarristas Al D’Meola, Jeff Lee Johnson y Vinz Vonlanthen.
Le siguió en el turno el judío Hekselman quien mostró una gran preparación y experiencia en un repertorio compuesto por los temas The spring is here, Ornithologic y Prelude to a kiss, para una presentación destacada sin duda. Vino entonces Moriarty quien conocedor del código comentado hizo una presentación también notable pero sin la expresión y la comunicación de los anteriores. El cierre fue del noruego, quien, dominador extraordinario de la técnica y del lenguaje hizo temas de Rollins, Coltrane y uno propio, de una manera tal que debió ganar. Pero no fue así. El jurado dio el Primer Premio a Hekselman, el segundo al noruego, quien también recibió el Premio del Público, el tercer Premio a Ribeiro y el cuarto lugar, sin premio, a Moriarty.
Y llegaron entonces las cuatro cantantes finalistas del Shure Montreux Jazz Voice Competition representadas en Ester Andùjar, de España; Alice Ricciardi, de Italia; Karlie Bruce, de Australia; y Nikoletta Szoke, de Hungría. La Española con más buena voluntad que talento entregó una presentación fría y desgarbada y le dieron el cuarto lugar sin premio, mientras que Karlie Bruce, con una bella voz y unas maneras interpretativas suaves, nos recordó a las muchas cantantes de jazz blancas de las grandes bandas del swing, pero sin el talento y la capacidad para el canto scat y la improvisación, lo que seguramente influyó para su tercer lugar pese a una agradable performance.
La presentación de la italiana Ricciardi, por su parte, más osada y picante, ofreció buena voz e interesantes improvisaciones pero, como diríamos en Barranquilla, le faltaron cinco centavos para el peso. En cambio, la que no tenía currículo, la que no había ganado premios, la que no tenía su propio grupo, la que no había cantado con esta o aquella orquesta ni había hecho giras en su país o por el mundo, la gitana Nikoletta, la que estudiaba Comercio Exterior y dejó la academia por la música, la que sólo ha estudiado 4 años de jazz y apenas ahora empieza sus lecciones de canto clásico, hizo una presentación destacada que le valió el Primer Premio del Jurado y el primer Premio del Público. Así son las cosas.
Pero seguramente un jurado compuesto por las divas Bárbara Hendricks, Randy Crawford y por la profesora Muriel Dubuis, seguramente vieron en la húngara lo que muchos también vimos: perfecta afinación, encanto, dominio de los temas, improvisación y buen ensamble con sus acompañantes, que eran los mismos de los guitarristas: los miembros del estupendo cuarteto del joven saxofonista sueco Magnus Lindgren.
Y llegó entonces el gran concierto de la noche en auditorio del Casino Barrier donde nos esperaba uno de los íconos indiscutibles del jazz contemporáneo: McCoy Tyner, el pianista de legendarias producciones de Coltrane que no regresaba a Montreux desde su primera presentación en 1973. Ahora estaba allí de nuevo acompañado de Ravi Coltrane, de Gary Bartz, Eric Kamau y Charles Moffett.
Pero antes de la presentación de Tyner debíamos escuchar al cuarteto de Lindgren. Debíamos no. Hubiéramos podido salirnos de la sala, o no entrar, pero las referencias de años anteriores y lo que le vimos hacer acompañando a los guitarristas y cantantes del concurso nos animaron a prestar atención a un cuarteto digno del prestigio que tiene en Europa y que nos regaló interpretaciones realmente interesantes. Lindgren tiene un estupendo sonido y capacidades en los saxos tenor, alto, soprano y clarinete, instrumento éste último en el que, en diálogo con el piano, nos entregó un asombroso pasillo muy a la manera de Paquito D’Rivera, aparte de los bellos temas de su autoría acompañado por bajo, piano y batería a la altura de su propio talento.
De regreso del intermedio vimos entrar en escena a un Tyner viejo y cansado que poco a poco empezó a rejuvenecer a medida que el concierto transcurría en medio de su pianismo inconfundible de fuertes golpes rítmicos al piano con su izquierda sagrada y una derecha que fue ganando calor con los trinos del teclado. Bartz y Coltrane nos entregaban solos de una impresionante fuerza y belleza y Moffette con una capacidad que no puede sino ser calificada de genial acompañaba y soleaba a plenitud en todos los temas.
Abrieron con Sauce, seguido de un tema extraordinario titulado Manalayuca para lucimiento del baterista y de todos, luego un tema solo al piano, otras temas más que iban subiendo el concierto en intensidad, siguió Moment Notice y el cierre anunciado con Blues on the corner, que no fue el final porque el público reclamó al cuarteto a escena para despedirse con dos temas que le dieron media hora más al concierto para redondear una velada memorable sin atenuantes.