“Más vale una bandera limpia y solitaria en una cumbre que mil banderas tendidas en el lodo”, dijo Gaitán en un discurso pronunciado en una manifestación en Caracas, en tiempos de Rómulo Betancourt, quien ante los aplausos entusiasmados de la multitud que lo escuchaba le dijo: “Jorge, regrésate de inmediato a Colombia porque si te quedas, este pueblo va a derrocarme para elegirte a ti presidente de Venezuela”.
Es una frase que me viene a la mente al ver que los seguidores de Petro, a sabiendas de que su líder está tergiversando la historia, prefieren guardar avergonzado silencio, argumentando que hay que respetar la unidad para derrotar a Álvaro Uribe y su Centro Democrático.
El sonsonete de “la unidad” es un animal de dos cabezas, según la clase de unidad que se maneje en pos de obtener propósitos que, necesariamente, están encontrados. Por un lado, existe la unidad de clase, en la que los explotados se unen para derrotar a los explotadores y, por el otro lado, está la unidad de clases donde, mezclándose explotados con explotadores, se hacen uniones estratégicas de mecánica política para alcanzar o conservar las mieles del poder, no para hacer un cambio radical en los sistemas políticos, económicos y sociales imperantes, porque esa mescolanza no permite cambio alguno.
Gaitán proclamaba una unidad de clase diciendo: “Contra la falsa unión de la oligarquía liberal y conservadora nosotros proponemos la unidad del pueblo de todos los partidos”. Y planteaba el enfrentamiento necesario entre el país político y el país nacional. Así señalaba la necesidad de una unidad de clase, la del pueblo explotado —o sea la clase popular— enfrentada a la clase oligárquica. Se trataba de una clara lucha de intereses enfrentados, los de la clase explotada contra la clase explotadora, o sea una lucha de clases, a la que le tiene pavor el “establecimiento”.
En contraposición, Petro propone una unidad de clases: una mezcolanza de inconformes pertenecientes al país nacional, unidos a miembros del país político u oligarquía. Y es así como aparecen figurando dirigentes del Pacto Histórico pertenecientes a las clases que han dominado a Colombia, o que le han servido de poleas de mando a los explotadores políticos del país.
Una unidad de clases (y no de clase) como la que rige al Pacto Histórico no es, ni puede ser, un movimiento político revolucionario. ¡No! Es tan solo un arreglo electoral para vencer en las urnas a un incómodo adversario común. Pero no es, ni puede serlo, una unidad para alcanzar la victoria popular.
¿Y qué hace la izquierda que se reclama revolucionaria y que pertenece al Pacto Histórico? Se pliega a tan nugatoria batalla, carente de esencia transformadora de las estructuras de poder. Valdría la pena que releyeran a Raúl Castro cuando decía que el pequeño grupo que atacó el cuartel Moncada no pretendía conquistar “el poder revolucionario con un puñado de hombres”. Y añade: “Nunca nosotros concebimos semejante cosa… Toda nuestra estrategia revolucionaria estaba relacionada con una concepción revolucionaria, o sea, nosotros sabíamos que únicamente con el apoyo del pueblo, era la movilización y organización de las masas como se podría conquistar el poder”. Y añade algo trascendental: “No era una acción para quitar simplemente a Batista y sus cómplices del poder… No se trataba de apoderarse de la sede del gobierno y asaltar el poder, sino de iniciar la acción revolucionaria para llevar al pueblo al poder”.
Petro ha optado por tergiversar la historia, transformando a López Pumarejo en un ejemplo a seguir, cuando fue ese presidente derrocado por corrupto, quien adelantó una reforma agraria para legitimar los títulos fraudulentos de quienes se habían apoderado de las tierras de los colonos, para que luego el Estado les comprara esos latifundios, fruto del robo a los campesinos, a fin de que invirtieran el dinero en el sector bancario para abrirle paso al capitalismo financiero, que fue lo que sucedió.
Y también busca que el pueblo venere al falangista Álvaro Gómez porque planteó la unidad en lo esencial. Otra vez la unidad como voz de sirena para engatusar al pueblo, ya que no hay que olvidar que lo “esencial” para un falangista no es lo mismo que lo esencial para un revolucionario. No es una unidad liberadora, sino un cuento de Cenicienta, cuyas madrastras obligan a sus hijas a colocarse la horma del zapato que no les conviene.
No solo encomia a un explotador de los campesinos, como fue la Reforma Agraria del 36, sino que pondera a quien inventó el “corte de franela” para perseguir a quienes se oponían a la elección de su padre, el fascista Laureano Gómez, que el pueblo apodó “el monstruo”.
¿Para qué la tergiversación de la historia? Para congraciarse con las directivas y militantes del Partido Liberal que, gracias al memoricidio, ya no se acuerdan que López Pumarejo se cayó de la presidencia por corrupto. Y, por el otro lado, para quedar bien con los mandos directivos del Partido Conservador y sus integrantes, mostrando así que no es sectario y que piensa gobernar con todos ellos sin que ni la derecha ni el centro se molesten con su gobierno.
En este aquelarre político no podía faltar el ataque a Jorge Eliécer Gaitán, indicando que dividió al Partido Liberal en lugar de renunciar a favor de Gabriel Turbay para que la tan proclamada unidad permitiera impedir el triunfo del Partido Conservador.
Demagogia barata la de Petro, porque la táctica de Gaitán era muy clara. Buscaba la ruptura del pueblo liberal con sus dirigentes para que el pueblo pudiera tomarse la dirección del Partido Liberal. Por eso, el día en que perdió las elecciones presidenciales exclamó: “Ya derrotamos a la oligarquía liberal, ahora vamos por la derrota de la oligarquía conservadora”. Porque Gaitán no buscaba el triunfo del Partido Liberal, sino el triunfo del pueblo. Así dirá en Tunja, como lo relata Plinio Apuleyo Mendoza, refiriéndose a la estruendosa victoria del gaitanismo en las elecciones parlamentarias de 1947: “…En los pueblos conservadores hemos tenido por primera vez muchos votos. Eso tiene importancia. Es lo que estamos buscando: que el pueblo, todo el pueblo, se identifique con el Partido Liberal y que los oligarcas se queden con el Partido Conservador. Así estaremos claros” [1].
Para Gaitán, ese revés en la elección presidencial de 1945 constituía “una derrota victoriosa”, como en efecto lo fue, porque un año después se convirtió en el líder de la más grande organización popular con que haya contado Colombia, con un pueblo unido, que iba indefectiblemente camino al poder, lo que significa que la unidad no siempre hace la fuerza, porque depende de con quien se haga la unión y para qué.
[1] Mendoza, Plinio Apuleyo. La llama y el hielo. Planeta/Seix Barral, Bogotá, 1984.