Todo gesto de ostentación, sin importar su naturaleza, debería asumirse a sospecha. Todo alarde del nombre y de las relaciones se hermana con todas las chicanerías. Por más que se disfrace de poesía un "porque quiero, puedo y no me da miedo" es un "porque quiero, puedo y no me da miedo". No importa el entramado psicológico que se disponga para sostenerlo. Las poses deleznadas en unos no pueden ser celebradas en otros. Porque ahí se advierte la conveniencia que mueve al "ojo crítico". Y hace la fortuna de los expertos del congraciarse.
Si bien se reconoce que el "gusto" es un poderoso aditamento, si de impostaciones se trata, para celebrar negocios siempre será necesario quién les diga que el emperador va completamente desnudo. Así le tiren en las últimas de cambio sobre lo pudendo una frase como: "Es poesía pura". La ampulosidad no es dispensario de buenos ternos. Por eso, es justo decirlo, la palabra "Memoria", convertida en el espolón de proa de un texto inconexo y psicótico, solo será celebrado en los contextos donde esa palabra no significa una verdadera angustia. "¿Por qué hacer la película en Colombia?", preguntaba, emocionado, uno que contenía las ganas de saltar por un autógrafo. No creo posible que dicho nombre puesto a un texto de "experimentación dinámica y permanente", y por ello bellamente inconsecuente, fuese bien recibido en una sociedad que llenó a una ciudad hanseática con adoquines para conmemorar los lugares de las detenciones arbitrarias que terminarían en la tragedia de las desapariciones forzadas.
Por más simpática que sea la puesta en escena, seguro quienes cuidan la memoria de los que fueron arrojados al río de La Plata no estarían tranquilos con que alguien los recorra asumiendo la palabra al "sonido de una esfera que cae en el agua" y terminara la inconsecuencia con una nave espacial que produce el misterioso efecto. No creo que una ciudad bombardeada, en ninguna latitud, celebrara la palabra Memoria en un relato que use las geografías donde lo horrendo fue, es y será, como telón de fondo y no las represente en sus tensiones, sus luchas o fantasmas.
Quizás alguien responda, "es la memoria de un actante que no existe". Sí, como lo es para los gobiernos reaccionarios o injustos todo aquel que reclame entender la belleza de la justicia. ¡Es poesía! Gritará algún energúmeno que quizás no distinga un romance de un soneto, una metáfora de una ironía o una minificción de una poesía en prosa. La memoria en las piedras terminaría siendo una memoria "saca piedras" en cualquier lugar en el que no operen los manda a callar de los premios ni lo acríticos orgullos patrios ni las comunidades del mutuo elogio que juegan al tingo y tango con las hojas de laurel, sin sospechar la existencia de una Eurídice.
Esos que aplauden todas las formas del expolio, incluso aquellas que romantizan una explotación en la que se incumplen las consultas previas de la comunidad, pero se datan los cuerpos que la excavación arroje, mientras (de mil amores) reproducen todos lugares comunes del buen salvaje, del "hombre blanco" portador de ciencia y el "propio" como sustantividad incapaz de esquivar la superstición. ¡Que es poesía, te digo! Insistirá el que la concibe como patrimonio de ungidos, sin importar si distinge o no entre sensibilidad y sensiblería. Seguro cabe aquí la imagen que usara Miguel de Unamuno para hablar de la poesía de Silva: "Es música de alas". En este caso sí, Memoria planea sobre Colombia. La foto de los actores de la película pisando la alfombra roja con ánimo de denuncia es la postal de lo que Memoria no es.
Dos horas de planos generales que coquetean con la eternidad en las que Colombia es aludida y eludida. Eso alcanza para que su director reciba el aplauso de los nuevos administradores de "las llaves de la ciudad". Todos los foros son homenajes. Ya nadie hace la pregunta que afecte el confort del taburete. Nada escapa del aplauso ante el botón de muestra y qué capaces son los artistas de incurrir en la rendición de cuentas. Todos quieren el nombre en letras de molde. Algo que de pasó les sirve para "hacer poesía" con el orificio en el cráneo de una niña de hace 6000 años, mientras que ignoran el cuerpo tirado en la calle a unas cuantas cuadras de su casa, a los casi 100 muertos que dejó el estallido social de 2021 y a la fosa común que una vez encontrada, para librarse de culpas, etiquetaron como "un cementerio indígena".
Hay experiencias que te dejan vacío, portando incomodidades que no son justas, recordando viejas conversaciones y pensando que, por más que te lo digan susurrando, "tan güebón, mi amor" no deja de ser una frase violenta. Muchas veces se ha usado la frase del Martín Fierro: "Sepan que olvidar lo malo también es tener memoria". Sí, la memoria buena, la conveniente, la que no representa. Esa que no incomoda, que se confunde. La que agota el entendimiento del espejo que se paga con oro y permite que las diversas formas de lo rezagado se asuman a anécdota o a patrimonio. Ahí cabe la hipótesis; el ruido de Memoria es el restallar de un látigo sobre un grupo de fieras que se ha dejado convencer de que es un círculo de focas.