En las manos, o entre los pies, de Rubén Darío Acevedo, insólitamente aún director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la inaplazable cuestión de la memoria del conflicto en el país no pasa de ser unos huevos fritos que saben a la salsa que se les ponga, peor que eso, al veneno que los adobe.
Para cualquiera resulta difícil pasar campante ante testimonios como el de una madre que dice llevar mil y más noches imaginando mil y más formas de muerte de su hijo desaparecido. Pero la sangre que dejó, los cientos de miles de muertos, millones de víctimas y desplazados, violaciones, torturas, desapariciones, todo aquel horror que sigue alimentado el conflicto incesante no impregnan nada de rubor en la manera desafiante como Acevedo maneja aquella entidad.
Unos días atrás, según dice sin inmutarse, “olvidó” enviar la carta que derivó en el vergonzoso retiro de Colombia de la Coalición Internacional de Sitios de Consciencia (organismo que agrupa entidades que trabajan por la tarea de no olvidar violaciones de derechos humanos en el mundo).
A este autocatalogado de negligente, por igual parecen pasarle de largo las cartas que tiene en el escritorio en espera de su sello de burócrata, que la guerra que ha dejado 7 millones de personas víctimas directas tan solo desde 1985, más 220 mil muertos en 50 años hasta 2012 (81% civiles), aquel conflicto que él trata de desconocer como si eso fuera de su bolsillo, tal que si tuviera el poder omnímodo de aceptar o esconder las huellas de una sanguina que empezó hace tanto, quizá desde el mismo momento cuando “empezó el país”.
Para rematar (y nunca tan apropiado el término), junto con José Lafaurie, presidente de Fedegán, y su esposa María Fernanda Cabal, sale a anunciar la firma de un convenio para ayudar a construir la memoria. También olvida lo que de responsabilidad se atribuye con hechos documentados al gremio ganadero en el despojo de tierras, crímenes o desplazamientos con fines de autodefensa, de enriquecimiento o de simple vicio de imposición. Naturalmente, el análisis desde un sector que ha cohonestado en hechos de lesión es ofensivo igual que sería pedirle hoy al ELN dar cátedra de derechos humanos en la escuela, pero en realidad más que eso es equivalente a entregarle una cuchilla a Hannibal Lecter para que cuide unos días a su siquiatra.
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Derruir desafiante el trabajo de una institución encargada de contribuir a la reconciliación, es un acto que provoca inocultable riesgo y pugnacidad social e ideológica
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Cuanto acontece a sangre fría con el director del CNMH hace rato cruzó la línea. Es ya un hecho que debería verse en otras órbitas de investigación, toda vez que derruir desafiante el trabajo de una institución encargada de contribuir a la reconciliación, es un acto que provoca inocultable riesgo y pugnacidad social e ideológica.
A la fórmula olvidadiza de Acevedo se le agrega la mala ubicación diplomática que adquiere Colombia (acostumbradamente prudente en esta vía), pues en otro escalón los informes de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU son descalificados por funcionarios nacionales con pendencia innecesaria. Es notorio que al Gobierno hay funcionarios, como Acevedo y otros, que deliberadamente le desgarran la cotidianidad.
Es cierto que “La vida es lo que nos pasa mientras hacemos planes para otra cosa”. Así y como parte de la misma canasta revuelta, resulta paradójica la captura de Francisco Galán, quien dejó de ser guerrillero del ELN hace muchos años, un tipo que con convicciones y culpas se convirtió en gestor de intentos de paz. Los hechos por los que se le culpa ocurrieron mientras estaba preso, y en la cárcel estuvo más de 10 años.
¿A quién le sirve su prisión, cuál el mensaje?; ¿Acaso que la reconciliación se arruga y se tira a la caneca como el papel en el que escribe acerca de la memoria señor Acevedo; que la venganza pintarrajea el futuro de esta sociedad? Tanto por rehacer, y alguna gente jodiéndolo todo.