Con la salida de Uber gana, por ahora, un sector tradicional del transporte público, con suficiente capacidad de cabildeo, y pierde el país. Una oportunidad perdida en el contexto de unos cambios que, a velocidades de vértigo, están cambiando la forma en que producimos, distribuimos y consumimos bienes y servicios. Modelos de negocios patas arriba, empleos que desaparecen, ocupaciones nuevas, inteligencia artificial que nos sorprende a diario, competencia inesperada, economía compartida, clientes informados, parecieran hechos insoportables para poderosos sectores. Por sus argumentos y sus expectativas, por su indiferencia frente a los clientes del siglo XXI, su narrativa podría extenderse, con un impacto parecido al de un tiro en el propio pie, de la siguiente manera:
Uber, bien ido. Que sigan las demás. Hay buenos abogados en el país. Y ministros (y ministras) firmes. Que las compañías operadoras de telecomunicaciones saquen a Kindle, Coursera, Edx, Alibaba, Airbnb, wework, solo por mencionar la punta del iceberg, y salven el capital y el trabajo nacionales.
El país no puede permitir que modelos invasivos de la época de internet acaben con el trabajo nacional y, por ende, con el valor agregado de la patria. Por fin, en contra del malsano ambiente de la polarización, ha surgido un discurso que une a lo más lúcido y firme de la derecha colombiana con lo más combativo de la izquierda: acabar con plataformas tipo Uber, tan foráneas, tan destructivas del esfuerzo de empresarios y trabajadores colombianos.
¿Plataformas en beneficio de los consumidores? Bah... ¿hablamos de Uber? Eso de llenar un hueco de mercado, de ofrecer seguridad a los clientes, de llevarlos a dónde lo desean, de creerles que se sienten seguros, pertenece al terreno del neoliberalismo puro, ese discurso del consumidor que esconde, simplemente, el paradigma salvaje del mercado, la mano oculta del laisse-faire. Ochenta y pico mil servidores inscritos con su carro en la plataforma, que contribuyeron a bajar el valor de los cupos de los taxis en un 50 %... Deleznable.
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¿Que los precios de los tales libros digitales son la tercera parte de los de las librerías?
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¡Ah! Y el cluster editorial. Tanto esmero, tanta experiencia de todos los eslabones de la cadena de producción para elaborar hermosos libros y ver, sin inmutarnos, que la tal digitalización nos inunda de los virtuales. Horror. Cuántas tipografías quebradas, cuántas librerías obligadas a cerrar, cuántos importadores prósperos puestos contra la pared por una simple aplicación, la tal Kindle. ¿Que los precios de los tales libros digitales son la tercera parte de los de las librerías? Qué argumento tan pobre cuando se trata del capital y el trabajo nacionales. Y eso que no hablamos de los pobres periódicos quebrados por la tal revolución digital, que les puso patas arriba su modelo de hacer publicidad y platica. ¡Fuera!
¿Qué ha hecho la autoridad para prohibir Airbnb, que ha puesto a tambalear la industria hotelera y, con ella, las decenas de miles de puestos de trabajo creados por empresarios que pagan tributos al estado? ¿De manera que ahora cualquiera a quien le sobre una habitación puede competirle a una industria tradicional que sólo le ha traído recursos al fisco y por lo tanto a la educación y la salud? ¿Qué es esta vergüenza que le permite a los turistas hacer negocios alquilando piezas, apartamentos sin siquiera apelar a las pobres agencias de turismo? Competencia malsana, evasora.
¿Y qué decir de las pobres y maltratadas universidades que, con la excepción de tres o cuatro, ven bajar su matrícula a punta de la más desleal de las competencias, encarnada en barbaridades como Coursera y edX? Claro, como siempre en Colombia, un puñado de universidades ha traicionado a centenares de centros de educación superior, aliándose con este par de perversas, como si acá no supiéramos de cálculo y algoritmos. Al diablo con estas invasoras. ¿Qué es ese cuento de “aprendizaje para toda una vida”, dizque a punta de cursitos chimbos cuando el derecho de las cosas es que los chicos se gradúen y sigan obteniendo títulos y posgrados en nuestros claustros?
Si, es una revolución que va más rápido de lo que podemos asimilar y no debemos permitir el acoso. Nuevas formas de hacer las cosas, eliminación de intermediarios, economía compartida, competencia al rojo vivo, desaparición de ocupaciones tradicionales, surgimiento de otras impensadas, incertidumbre. Para peor, nuevas maneras de hacer billete por parte de advenedizos, la mayor parte extranjeros y algunos nacionales, que trastornan los antiguos ciclos de relacionamiento con gobernantes y políticos, tan establecidos, tan rentables, tan conocidos. Tan claras las reglas a lo largo de décadas, como para permitir que nos las cambien unos amantes del discurso de las tecnologías de la información y sandeces como las de la tal sociedad del conocimiento.
¡Mejor malo conocido que bueno por conocer! Debe emprenderse una campaña contra las plataformas, sin temor, por la patria. Argumentos los hay de sobra que, qué dicha, hacen el milagro de unir a este país enfrentado por banalidades. Es el momento.
Qué pena.
Con la salida de Uber gana, por ahora, un sector tradicional del transporte público, con suficiente capacidad de cabildeo, y pierde el país.