“¡Cuánto daño hace el bienestar!”, afirmó el papa Francisco durante la ceremonia de canonización de Laura Montoya, la monja colombiana. ¿Qué quiso decir con esto el sumo pontífice? Desde que fue electo como cabeza de la Iglesia católica, Jorge Bergoglio se ha encargado de convertir la pobreza en virtud. De enaltecer el ideal de una vida sin comodidades. No en vano, la semana pasada regañó a un grupo de seminaristas y novicias: "En este mundo en que las riquezas hacen tanto daño, los curas y las monjas tenemos que ser coherentes con la pobreza”.
¿Cuál es la obsesión con la pobreza? Para Maquiavelo la razón es clara: la necesidad mantiene el pensamiento puesto en donde debería estar: en la subsistencia. Apretada con el día a día, la persona se concentra en su propia supervivencia y deja de lado otros asuntos que resultan del tiempo libre; por ejemplo la cultura, las letras, la pintura, las fiestas, pero también la política, la discusión pública y la discusión moral. El bienestar hace perder la perspectiva y vuelve débiles, desobedientes, y perezosos a los pueblos.
Tucídides, un pensador tan o, incluso, más radical que Maquiavelo, cree justo lo contrario: la necesidad destruye la virtud. El problema con la necesidad es que se lleva consigo todo el andamiaje moral. Una peste o una guerra civil, descomponen la capacidad de hacer el bien. Y quien permanece en firme, permanece en firme en la primera línea y muere auxiliando a los enfermos o en el campo de batalla. Los estados de necesidad son trágicos precisamente porque destruyen toda moral.
¿A quién admira la Iglesia? Quizá de lo que hable no sea de una peste o una guerra, quizá se refiera más a una justa y medida necesidad, una que obligue al ser humano a preocuparse por protegerse a sí mismo, a su familia y a su cuerpo, sin cuestionar la autoridad. El bienestar, por el contrario, nos convierte en potenciales pecadores. Finalmente, el ocio, que es el primer bien que compra el bienestar, es el yunque bajo el que se forjan todos los males. Sin tiempo, no hay forma de que el diablo nos tiente a siquiera rebelarnos.
Durante el holocausto Nazi las pocas rebeliones que tomaron lugar fueron planeadas y dirigidas por prisioneros de alguna manera “privilegiados”. En ese sentido, Bobbio admitió que la libertad se reconoce solo cuando las necesidades básicas están satisfechas. Mantener la idea de necesidad tanto en la población como en curas y monjas permite que éstos no puedan pensar en mundos posibles, en mundos mejores. El que puede resistirse no es el que más sufre.
¿Será que Maquiavelo tiene razón y el príncipe sigue el norte en estados de necesidad? ¿O será que, como lo plantea Tucídides, en estados de necesidad se destruye toda virtud?