De Henri Cartier-Bresson (1904-2004) hay una muy interesante exposición en el Museo de Arte Miguel Urrutia en el Banco de la República.
Dice su pasaporte francés que nació fotógrafo y que fue un viajero del mundo. Vivió en Nueva York, París, Londres y Madrid. Su ojo se acostumbró al momento, porque se especializó en fotorreportajes. Fue, por ejemplo, testigo de los acontecimientos trágicos en 1920 en África en donde la mirada y el alma se prepararon para ver la crueldad humana. A la cual atravesó su vida entera mientras registraba los seres humanos en condiciones de inframundo con su cámara Laika en blanco y negro.
Coronación del rey Jorge VI, Londres, 12 de mayo 1937
Era amigo de todos los grandes de su generación. Por eso, en el consciente siempre tenemos presente sus imágenes: a Henrí Matisse, ya viejo rodeado de palomas blancas en un rincón de su casa en la Riviera francesa, diagnosticado de cáncer, que no se rendía a no pintar y por eso trabajaba collages en papel de colores. Al italiano Alberto Giacommeti derrumbado y contenido, al lado de sus esculturas surrealistas donde buscaba una dimensión ínfima de la representación del ser humano o, en las calles de París bajo la lluvia protegiéndose con su mismo abrigo de siempre.
Truman Capote, New Orleans, Luisiana, 1947
También registró la vida de suerte de premios Nobel de literatura: como al escritor William Faulkner mientras contaba la ficción de la vida norteamericana mientras su cara se llenaba de profundas arrugas o penetró en la mirada perversa del francés Jean-Paul Sartre mientras creaba el existencialismo como parte de lo humano o, la expresión corporal de Albert Camus, filósofo francés que buscaba algo más allá del existencialismo que se encuentra en lo absurdo mientras escribía El Extranjero y acompañaba a Argelia a ser un país independiente.
Campo de refugiados, Kurukshetra, Punjab, India, 1947
Al mismo tiempo registró la vida y muerte de Segunda Guerra Mundial y su orfandad. Con ojos de testigo donde nada era indiferente. Su ojo calculaba al instante la miseria, la necesidad de la pobreza mientras realizaba sus propios cálculos fotográficos sobre la luz, buscaba composiciones sospechadas (tanto que le pedía a los periódicos que, por favor no editaran sus fotos) y una mirada donde lo lúcido de la fotografía de esa época real se confunde con una visión empañada al mismo tiempo.