“Se puede estar informado de acontecimientos, pero también del saber. Aun así debemos puntualizar que información no es conocimiento, no es saber en el significado heurístico del término. Por sí misma, la información no lleva a comprender las cosas: se puede estar informadísimo de muchas cuestiones, y a pesar de ello no comprenderlas. Es correcto, pues, decir que la información da solamente nociones”. Con esta frase el politólogo italiano Giovanni Sartori ponía de manifiesto en su obra (1997) sus reservas sobre el papel de los medios de comunicación e información, donde según esté el poder comunicacional, aparte de generar una serie de consecuencias en la conciencia del individuo, espectador, televidente, lector u oyente, trae también indirectamente una sociedad con excesos de información, donde no necesariamente esos fomentarían la comprensión y problematización de lo que diariamente se recibe.
Esos excesos de información, carentes de entendimiento, que diariamente nos bombardean los medios de comunicación, en el día, en la tarde y en la noche, viene acompañados de una estrategia mediática y de lucro. Eso es una realidad innegable, sobre todo para aquellos ciudadanos que tienen o conservan algo de su conciencia crítica, esa que contribuye a que pensemos por nosotros mismos; esa que garantiza independencia, discernimiento y raciocinio; esa que de seguro es incompatible con los programas del gobierno, de los medios de comunicación y la basura que nos hacen pasar por información. Me refiero al miedo, una emoción necesaria, pero lamentablemente utilizada e instrumentalizada por los monopolios comunicacionales como método para fomentar una sociedad e individuos paranoicos, con incertidumbre y hostiles a su supuesta realidad. Esa realidad creada por los medios de comunicación desde la visión inconsciente e irracional de pánico, ese que fomenta la pasividad, la incoherencia y la ausencia de disentir.
Uno de los más loables propósitos de los medios de comunicación era informar a los ciudadanos, basados en el principio ético y moral de la imparcialidad, la veracidad y la investigación. Sin embargo, lo único que hoy podemos ver es a los supuestos medios de comunicación convertidos en plataformas políticas del gobierno de turno, en empresas privadas y de lucro con imposiciones editoriales según revisión de los accionistas o socios mayoritarios, y, lo más triste, en máquinas productoras que falsean la realidad, esa que nos han querido pintar como una realidad oscura, hostil y despreciable, pero que gracias a la insaciable repetición, como buen método nazi, la han convertido en una supuesta verdad, esa que nos dicen que el mundo es un acabose, esa que nos dicen que estamos mal, esa que nos vende la idea de una realidad sin esperanza y posibilidad de cambio, esa que nos convirtió en una sociedad paranoica, miedosa y con pánico, y con todos aquellos métodos necesarios para justificar y seguir consumiendo una información auspiciadora del irrespeto al dolor y a las tristezas ajenas, esa que garantiza el poder mediático y de rating de los desgastados medios.
Uno de los mejores argumentos para justificar todo lo anteriormente mencionado, es sin duda el papel que tuvieron los medios de comunicación en los Estados Unidos, después del atentado a las torres gemelas en año 2001, donde estos tomaron el papel de hacer creer a los ciudadanos la necesidad o justificación para la invasión a Iraq, convirtiendo sus espacios comunicacionales en bases del poder militar norteamericano y del gobierno de turno, fomentado a la vez una locura social de necesidad de protección y seguridad, ya que se logró mediática y sincronizadamente la creación de un enemigo en común, ese que se logró instrumentalizar en los medios como aquel terrorista árabe y musulmán, ese que género en la pasividad del espectador norteamericano una abominación y repulsión.
Creo firmemente, así como lo mencionaba el filósofo argentino José Pablo Feinmann en 2013, que los medios de comunicación son la mayor negación a la democracia, esa negación que sintetizó inmoralmente una realidad vendida como verdad; esa negación que coartó el real significado de la libertad de expresión; esa negación que promulgó una sociedad incapaz de pensar por sí misma; esa negación que construyó un mundo hostil, desesperanzado y terrorífico, y que sobre todo logró ser cómplice de las barbaries humanas, la intolerancia y los fenómeno que aquejan nuestro mundo, un mundo que pienso más allá de lo que me presenta la radio, la televisión y el periódico, como un mundo no tan oscuro, un mundo donde sé que no es tan hostil, y donde sé que es mucho más bello de lo que me lo ha mostrado Bill Gates y Rupert Murdoch.