El 10 de octubre se celebró en todo el mundo, como se viene haciendo desde hace más de veinte años, el Día Mundial de la Salud Mental. Siempre hablamos y discutimos sobre enfermedades mentales pero es bien importante que dediquemos una jornada a pensar en la salud mental. Pues hay muchas cosas sobre ella que no decimos ni confesamos. Por ejemplo, la alta incidencia de suicidios en profesionales de la salud. Es ofensivo al pudor de muchas personas, chocante casi, hablar de médicos que se suicidan. Nos sorprende y asusta que una persona dedicada al cuidado del otro decida terminar voluntariamente con su vida. Pero tristemente ocurre.
Un joven residente de medicina interna en la prestigiosa universidad Yale discute el tema en un reciente artículo del New York Times (¿Por qué los médicos se suicidan?, PranaySinha, septiembre 4, 2014) Sinha muestra su alarma tras dos casos separados de suicidio por caída de gran altura de médicos recién graduados. Esto ocurrió en agosto de este año y la fecha es importante. En EE. UU. todos los médicos salen de la escuela de medicina en mayo e inician los programas de especialización el 1 de julio. Se dice entonces que el puente más peligroso para llegar a un cuarto de urgencias es el del 4 de julio, fiesta de independencia de Estados Unidos, pues de seguro el residente que lo recibe en urgencias va a tener solo tres o cuatro días de entrenamiento. Ese residente de primer año de especialización suele estar extremadamente estresado porque se le exige tomar decisiones y realizar procedimientos para los que no está del todo preparado. Además es vigilado estrechamente por profesores y compañeros de años superiores. La situación es tensa y nada agradable esos primeros meses.
A mí personalmente me pasó un chasco. Tenía que llevar una médula ósea (que es líquida y va preservada en una gran jeringa) para colocarle a un paciente. Quien realizaba el procedimiento era otro residente. Llegamos, nos lavamos, nos pusimos máscara y guantes y nos inclinamos ante el paciente. Nos encontramos con una llave de conexión al catéter que ni él ni yo sabíamos abrir. Tuvimos que sufrir la pequeña humillación de tener que llamar a la enfermera (quien usualmente sonríe con delicado sarcasmo) para iniciar el procedimiento. Él y yo no fuimos muy duchos al realizarlo y yo me pinché un dedo con la aguja. Entonces sufrí la humillación más intensa de ser llamado al Comité de Infecciones donde tras un vergonzoso interrogatorio me obligaron a tomar de nuevo el curso para el manejo de agujas y líquidos corporales con pruebas para hepatitis y VIH repetidas al tercer o cuarto mes. Al paciente no le pasó nada, yo no adquirí una infección viral ni me tiré desde la azotea pero eso es sólo un pequeño ejemplo del estrés de aquellas primeras semanas.
Las estadísticas que cita Sinha son preocupantes: el 6 % de los médicos en entrenamiento y hasta un 10 % de quienes cursan primer año de posgrado reconocen ideación suicida (Academic Medicine: Feb 2009 - Volume 84 - Issue 2 - pp 236-241) Los médicos varones tienen el doble de riesgo de suicidio que los no médicos. Las médicas hasta el triple de mujeres no médicas. El autor cree que esto se debe al ambiente intelectual y emocional del entrenamiento y práctica clínica en muchos hospitales. Dice: “Permea toda la medicina cierto extraño machismo. Los médicos jóvenes se sienten presionados a demostrar capacidades intelectuales, psicológicas y hasta físicas por encima de las que tienen”.
Quienes estudiamos medicina recordamos profesores, no se les debe llamar en ese caso maestros, que “daban yuca” siempre que podían sin ninguna piedad. Los seriados de televisión exageran un poco el estresante ambiente de muchos hospitales pero no mucho. El matoneo clínico es una realidad del entrenamiento médico. Y peor aún, muchos estudiantes interiorizan este comportamiento (aun conociendo de sus clases de siquiatría la identificación con el agresor como mecanismo de defensa del ego descrito por Anna Freud) haciendo bullying a compañeros, enfermeras, auxiliares y hasta a los mismos pacientes. El agresor, primera víctima en este círculo vicioso, no se libra de la ansiedad y depresión resultante. Si se le suma gran carga laboral y pobre reconocimiento personal el suicido puede ser la más triste consecuencia en casos extremos.
¿Qué se le prescribe al joven doctor ante estas dificultades? La receta tradicional es silencio, paciencia y ecuanimidad. En muchas escuelas de medicina norteamericanas es lectura recomendada el discurso “Aequanimitas”(1904) del gran William Osler. Ahí se dice: “El médico o cirujano… que muestra en su rostro la más leve expresión de ansiedad o miedo… está expuesto al fracaso inminente”. No siempre es lo más sano y sí explica algunos casos de médicos que se suicidan. La ecuanimidad no puede ser obligatoria.