Aquellos días en los que al maestro, al sacerdote y al médico se les consideraba la columna vertebral de la sociedad y el conocimiento, han quedado atrás. Al primero se le ha desdibujado de tal forma que hoy no sabemos realmente la función que cumple: si la de enseñar o la de sustituir a padres y madres ausentes en la crianza de sus hijos; el segundo, aunque aún conserva cierto nivel de reconocimiento, es imposible negar que su identidad y sobre todo idoneidad clerical son puestas en entredicho, especialmente en lo que se refiere al compromiso social y a la vivencia de una vida célibe, exigencias propias de dicha condición; al tercero, el cual nos interesa más, aún se sigue identificando como quien conoce los intríngulis propios de la medicina; sin embargo, últimamente han aparecido unas nuevas facetas susceptibles de mencionar para efectos de hacer un análisis crítico frente a la responsabilidad que tienen como herederos de Galeno, quien desde sus inicios demostró una gran sensibilidad por la salud del enfermo y el bienestar del paciente.
Frecuentes son los testimonios que se encuentran a diario y tienen como epicentro los múltiples centros hospitalarios y consultorios del país sobre la manera como muchos médicos están asumiendo su profesión.
Las innumerables quejas de pacientes sobre el trato verbal, sicológico y físico que reciben; la indiferencia que demuestran ante el dolor humano de un paciente (quien por más grave que esté nunca deja de ser persona); la negligencia expresada en el silencio ante preguntas que familiares o amigos manifiestan sobre la situación del enfermo; las frecuentes y prolongadas ausencias mientras se encuentran de turno en clínicas y hospitales; la frialdad con la que atienden a sus enfermos (como si se trataran de cosas); la falta de profesionalismo a la hora de dictaminar o comunicar un diagnóstico que en algunos casos requiere prudencia y tacto humanos (lo mínimo); la falta de correspondencia entre un dictamen y otro (en algunas ocasiones existen contradicciones en los dictámenes); los falsos diagnósticos y por ende los errados tratamientos que ofrecen a sus pacientes; la poca sensibilidad humana para tratar a pacientes y familiares (muchos de ellos ni siquiera miran a los ojos cuando hablan); la falta de conocimiento y preparación cuando han tenido que realizar procedimientos de alta complejidad (cuántas demandas no existen por esto); el poco tiempo que dedican para revisar, diagnosticar y recetar (cada consulta parece una carrera contra el tiempo); la irresponsabilidad de dejar morir a pacientes justificándose en el endémico sistema de salud de nuestro país; y qué decir del vocabulario que emplean para referirse a la situación que padece quien termina siendo víctima no solo del destino y la limitación humanas, sino también de quien olvidó que ser médico es cuidar la vida y proteger la salud de las personas. ¡Qué vergüenza debe estar sintiendo Galeno!
Mayor vergüenza se genera cuando se sabe que ellos mismos reconocen que el panorama de su profesión cada día va en detrimento; algunos admiten que la medicina (como todo) se convirtió en un negocio que pone en evidencia la cultura de la deshumanización que vive nuestro mundo, nuestro país. Dolor da escuchar cuando entre ellos asienten que “hay mucho médico que se dedica a lo mínimo; son perezosos y les hace falta prepararse y estudiar más”. La situación es triste al conocer de casos particulares (no pocos) de médicos que incluso han perdido su investidura por la falta de ética profesional, por el mal ejercicio de su quehacer médico y, sobre todo, por la falta de preparación e idoneidad a la hora de ejercer un trabajo tan delicado como lo es el cuidado de la vida humana y la conservación de la misma.
No es mentira que varios (cientos quizá) se justifican en el sistema y en su endémica manera de entender la salud, precisamente porque quienes están detrás de él poco de medicina saben; sin embargo, tampoco es falso que muchos médicos han caído en la trampa ideológica, corrupta y capitalista de un negocio cuya finalidad pareciera cobrar vidas de manera indiscriminada, dejando de lado su verdadera esencia. Hoy vemos a médicos dueños de grandes clínicas, y otros simplemente alimentando los emporios que se reproducen de una manera tan rápida que sorprende. Mientras tanto la gente sufriendo no solo su padecimiento sino también la imposibilidad de recibir una atención adecuada, de calidad y humana.
Todos vamos a morir, y todos lo sabemos; morir en este sentido no es una opción. Pero también tenemos conocimiento que podemos, ante una enfermedad, tener la alternativa de estar bien, de recuperarnos, de ser bien atendidos, de contar con la ayuda profesional que merecemos, de sentirnos acompañados por profesionales que creen en la vida, la sienten y la trasmiten. Por eso la necesidad de que los médicos, nuestros doctores y doctoras, asuman no con tanto sentido relativo la existencia como si la vida dependiera de un dictamen o unos exámenes que muchas veces no tienen la última palabra. Necesitamos más humanos médicos y no médicos inhumanos que asesinan la vida de sus pacientes con palabras, gestos, miradas, indiferencia, imprudencia, ambición e ignorancia. ¡Qué vergüenza galena!