El mundo se globalizó hace rato y poco a poco vamos entendiendo que la solidaridad no es un concepto simbólico sino una realidad que debemos promover. Dios no hizo varios mundos dentro de un solo mundo y tampoco vivimos en un escritorio con varias gavetas incomunicadas, pues somos una “aldea” que necesita del concurso de todos para compartir nuestras fortalezas pero también nuestras tragedias. Cuando ocurre un desastre natural, varios países ofrecen gratuitamente su ayuda y envían personal humano y maquinaria para enfrentar el siniestro. No importa si son comunistas o capitalistas, de centro o progresistas. La solidaridad y el sentido común se impone, más aún, si la necesidad manifiesta tiene que ver con la salud. ¿Quién no quisiera, verbigracia, tener un médico las 24 horas del día, sobre todo en una pandemia? Sin embargo, en el caso de los médicos cubanos es bueno hacer las siguientes precisiones:
Si hay necesidad de médicos, ¿por qué se buscan en el patio ajeno y no en el propio?, ¿sabe usted cuántos médicos están necesitando trabajar con un salario digno y ahora los golpean con la noticia de que vienen otros a ocupar su plaza? No se trata de un nacionalismo chauvinista ni de un patrioterismo profesional, sino de una situación que también exige ponderación y sentido común. En estos tiempos la sensibilidad de todas las naciones está a flor de piel, y uno de los renglones de la economía que más contribuye a su exacerbación es el desempleo. Yo me pregunto si es posible traer de vuelta a muchos médicos que se fueron al exterior en busca de nuevas oportunidades porque en Colombia no los querían contratar ni de enfermeros, y que hoy trabajan en actividades diferentes. Imagínese usted cuál sería la reacción si mañana, el Ministerio de Educación, anunciara que para ampliar cobertura educativa, va a traer maestros más baratos de Cuba. O abogados. O peluqueros. O recicladores. O manicuristas, etc.
Medellín ha sido reconocido a nivel internacional como una especie de Silicon Valley en el área de la salud. Y lo mínimo que se espera es que quienes lleguen a esa ciudad a reemplazarlos deben ser tan buenos o mejores que los médicos de la parroquia. Y los médicos cubanos, señoras y señores, y hay que decirlo con franqueza, aunque la mamertera se retuerza de la ira, ya empiezan a ser cuestionados por países como Chile, Brasil y Costa Rica en lo que tiene que ver con su preparación profesional. Más aún, estudiantes de otros países que se dejaron seducir por el “eficiente” y “ejemplarizante” sistema de salud cubano, se han decepcionado por la calidad de sus facultades y han tenido que devolverse a sus países de origen. ¿Ejemplo? Estudiantes paquistaníes. Una cosa que se descubrió es que muchos de esos “médicos” no se habían graduado. Es decir, metieron gato por liebre.
Colombia no puede alcahuetear la explotación laboral a que son sometidos los médicos cubanos, cuyo reclamo no solo ha hecho la ONU sino Human Rights Watch en los siguientes términos: “El gobierno cubano impone normas draconianas a los médicos en misiones sanitarias que vulneran sus derechos fundamentales”. Y si usted cree que ya no existe la esclavitud, la propia ONU ha dicho que los médicos cubanos son tratados como esclavos por parte de la dictadura cubana. Como muchos médicos cubanos desertan, Cuba no les permite regresar en 8 años como castigo, y sus familiares terminan vilipendiados por el régimen, como pasa en Corea del Norte con los familiares de los que huyen.
Eso obviamente es gravísimo, y mañana esos mismos cubanos podrían demandar a Colombia en organismos internacionales por cohonestar estas prácticas ilegales.
No todos los cubanos que van a otros países son espías y tienen una agenda política, pero sí hay unos médicos militares que en sus ratos de ocio se dedican a cumplir con ese trabajo. Y como la situación con Venezuela está caliente, esto sería inoportuno y riesgoso.
Recuerdo un diplomado sobre docencia universitaria al cual asistí en mis años de profesor universitario muy entusiasmado con unos cubanos escogidos muy selectivamente por la Universidad de Holguín que terminó decepcionándome porque sus clases no fueron la maravilla que nos vendieron. Citaban constantemente a Martí como si fueran líderes religiosos tratando de ejercer un proselitismo bien libreteado. No obstante me cayeron bien sus profesores porque eran personas sencillas y humildes. A uno de ellos lo invité a mi casa a cenar y hablamos de lo divino y lo humano, pero fue muy discreto en no hablar contra el régimen cubano. Pero noté que la felicidad con la dictadura no era pasional. Era la primera vez que salía de Cuba y estaba asombrado con Barranquilla, pues no me lo dijo, pero sospeché que su admiración por la ciudad se debía a esa propaganda cubana que ven a ciertos países latinoamericanos como ciudades con miseria y explotación capitalista. Le pregunté si estaba dispuesto a desertar y me dijo que no, pero un profesor de esa cohorte sí lo hizo y hoy trabaja para una universidad en Barranquilla. Al final del diplomado, hicimos una vaca y nos pidieron, si era posible, que les regaláramos jabones y máquinas de afeitar que eran muy escasas en Cuba.
